Introducción
Hay una canción que dice «Silencio en la sala que el burro va a hablar el primero que hable burro será» que quizá se pudiera aplicar en esta situación, en lo que sucede durante la cena, al pretendido silencio de Ana y a la falta de conversación por parte de Manuel, como si ambos se hubieran empeñado en seguir con la actitud callada y cohibida del «Emaus».
Los demás hablan, se muestran conversadores, felices, tanto de haber hecho el camino juntos, como de encontrarse para cenar y que haya una continuidad, como si les hubiera quedado algo pendiente que comentar después de mas de una hora de tranquilo paseo por el campo. la cena es una celebración de la amistad, de la fraternidad.
Pero nuestra pareja, a quienes suponemos tiene por primera vez la ocasión, la libertad y la confianza para decirse y compartir todo eso que llevan días, semanas e incluso meses callando, que han reflexionado de manera introspectiva y con cierto temor a que ello se viera como una debilidad ante los demás, por lo que implica admitir que se está enamorado u enamorada de quien no nos presta atención o de quien resulta cansino con sus insinuaciones.

Ana calla con premeditación y alevosía
El silencio, la actitud de Ana, para Manuel está claro que no es más que una pantomima. Ella ya le ha dicho por segunda vez eso de «Te quiero, tonto Luego hablamos», de manera que es sequedad, frialdad con todo el mundo, ese parecer estar enfadada o molesta con todo el mundo, en realidad, carece de sentido, aunque sea justo la actitud que Manuel se temía a causa de su torpeza.
Cuando me senté, y a pesar de que la gente nos observaba, ella se inclinó hacia mí, apoyó su mano sobre mi hombro para no caerse y me susurró al oído las mismas palabras que me había dicho antes. Después recuperó la posición inicial y siguió cenando como si allí no hubiera pasado nada; puñalada trapera por la espalda ante dieciséis hermanos, un sacerdote y un plato de comida tan apetecible como nutritivo.
Manuel. Silencio en tus labios, Sábado 19 de abril, 2003 (5)
Ana calla, pero no es como tal un silencio por el que pretenda evadirse o dar a entender que se siente incómoda con esa situación, es la primera vez que tienen la ocasión de estar sentado el uno al lado del otro, más porque ambos lo desean que por el hecho de que así se haya establecido por la distribución de las mesas. Ana no quiere que Manuel se le escape y se entiende que ahora que puede, tampoco quiere que ésta se aleje demasiado.

Ana disfruta de cada bocado, de cada segundo e instante que tiene a Manuel a su lado, que se ve confundido, cohibido y contrariado. Sabe que tiene la situación controlada, que su silencio, su aparente frialdad es toda una provocación, un juego de complicidad, del que Manuel se siente a la vez víctima y partícipe, dado que él está deseando hablar, empezar a compartir confidencias, pero se encuentra con una Ana silencio y poco colaboradora en ese sentido.
Sin embargo, no tuvo la menor consideración conmigo, disfrutaba con la tortura, con pleno conocimiento. Si no envenenaba la comida, prefería que fuera tal impresión que me quedase sin apetito y me muriera de hambre. Tenía testigos que la amparasen cuando se pusiera en duda su inocencia delante de un juez. Sería yo quien quedase en mal lugar por inoportuno e indiscreto. Ella me estaba matando a base de sustos por la impresión y yo no hice nada en mi defensa ni en respuesta. Me estaba dando mi merecido donde más me dolía.
Manuel. Silencio en tus labios, Sábado 19 de abril, 2003 (5)

Cada cucharada un te quiero
Ana cena en silencio, despacio, con aparente apatía y desgana, como si se encontrase bajo de ánimo o en una de esas ocasiones en que se siente más debilitada por su estado de salud. Aunque, por lo que sabemos de ella, es una chica bastante discreta y hay cuestiones que prefiere que no trasciendan.
Lo único que tiene es que se siente feliz, que ahora que en su vida vuelve a haber alguien a quien considerar «su novio», «su pareja», «su chico», «su cariño», «su amor», siente mariposas en el estómago y lo de «con verte me alimento» son algo más que simples palabras. Está haciendo todo lo que está en su mano para acaparar sin decoro toda la atención de Manuel, le provoca para que éste sienta que le necesita.

Silencio en la sala
Lo que Manuel deduce e interpreta de esta actitud, de este juego de chica enamorada, es una demostración, sino de valentía por su parte, al menos de sentido común, para ver si es tan atrevido como para ponerse en evidencia delante de todo el mundo y demostrar de manera abierta y sincera todo ese torrente de amor descontrolado y desmedido que se presupone siente por ella.
Al comienzo del «Emaús», a la hora de formar las parejas, Manuel tuvo la osadía, la estupidez de rechazarla, suponiendo que era lo que ésta esperaba y pretendiendo que aquello fuera una heroicidad, un falso sentido de madurez, aunque hiciera el mayor de los ridículos, porque en todo caso, lo que Ana no esperaba es que la nombrase de ninguna de las maneras, sobre todo no para rechazarla sin más.
De manera que ahora que los demás parecen distraídos con sus conversaciones, que Manuel no tiene sobre sí la atención de nadie, salvo la de Ana, que la situación se ha invertido por completo, Manuel se siente acobardado. Toma conciencia de la gravedad de su primera torpeza y se siente lo bastante avergonzado como para ponerse en la misma tesitura, aunque sea para enmendar aquella primer mala decisión.
Tanto Manuel como Ana entienden que como cualquiera de los dos quiera decir algo, rompa su silencio, provocará el de los demás, les atribuirá un protagonismo que ninguno de los dos busca en ese momento.
Es la misma situación que el viernes por la mañana en la iglesia, cuando a pesar de todo el barullo reinante con la preparación de los pasos para la procesión del Vía Crucis, lo único que alteró el silencio y la oración de Ana fue al inesperada llegada de Manuel, que para ella era como si hubiera entrado un elefante en una cacharrería, por mucho que éste pretendiera ser sigiloso y discreto.
Por lo cual: «silencio en la sala que el burro va a hablar, el primero que hable burro será.»
Sin embargo, Manuel come y calle, porque «quién come y canta, si no es tonto, poco le falta.»
«Te quiero, tonto. Luego hablamos»
Origen

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