cabecera de "Silencio en tus labios" Ana

Ahora conduzco yo

Introducción

Tarde del domingo 27 de julio de 2003

Manuel me debió ver tan confundida y capaz de cometer alguna locura que me pidió las llaves del coche para ser quien condujese. Consideró que era la hora de que regresásemos a mi casa porque se nos hacía tarde para cenar y mis padres ya debían estar preocupados por los dos, al no saber dónde nos habíamos metido. 

Ana

¡Esto es autoridad!

Ana está tensa, nerviosa, desencantada con la vida, con sus padres, con el mundo en general, porque su historia de amor parece que ha llegado al punto y final, al «se acabó». Sus padres se oponen. Tampoco es que la vayan a encerrar en lo alto torreón de la ciudad y perder la llave para que no vuelvan a verse. Sin embargo, si no siguen con esta historia, mejor para todos.

Ante esta frustración, desesperación, cualquiera se esperaría, en buena buena lógica y sentido común que el chico, que el gran amor de su vida, su pareja, su hombre, se agarrase los machos, se pusiera el mundo por montera, y luchase por defender ese amor ante quien fuera y hasta las últimas consecuencias.

Él la quiere, está enamorado, loco perdido de amor. No puede consentir que los padres, por muy «padres de Ana» que sean, decidan de manera unilateral y porque sí, que esta historia tiene que terminan. ¿Qué se han creído? Él la quiere, la adora, se desvive por ella y está dispuesto a enfrentarse a quien sea por defender este amor incondicional e infinito.

Él, y tan solo él, es el chico perfecto para Ana. No puede consentir ni admitir que nadie lo ponga en duda. La primera impresión ha sido mala, pésima, pero eso es porque ha ido con cara de bueno y le han visto como un tipo débil, sin personalidad y sin autoridad. !Pero, vamos, que Manuel les va a demostrar que le sobra carácter!

Mira si le sobra carácter, personalidad, que se atreve a pedirle las llaves del coche a Ana, porque ahora conduce él. No se espera a que sea Ana quien se lo ofrezca ni tan siquiera que sea ella quien conduzca, dado que se trata del coche de Ana, de la ciudad de Ana y se supone que han de ir a casa de Ana.

¡Éste aún no ha probado la zapatilla!

¿Te imaginas que Manuel sacara ese carácter, esa rabia interior y estuviera dispuesto a enfrentarse a los padres de Ana con tal de defender su amor?

Manuel (imagen oficiosa para la web)// Copilot designer

Hasta ahora hemos visto y conocido a un Manuel que se ha dejado llevar por las circunstancias, que, en cierto modo, se ha dejado manipular por todo el mundo. Ya han sido varias las ocasiones en que Ana, junto con sus amigas, le ha tratado casi como una marioneta, han hecho con él lo que han querido.

  • La conversación del 15 de febrero, Ana consigue quedarse a solas con Manuel para poder tener una charla a solas
  • La convivencia de la Pascua, Manuel acude convencido por las chicas de Toledo, rompiendo su costumbre de años anteriores.
  • El emparejamiento para «el Camino de Emaús», acaba siendo gracias a la oportuna intervención de las amigas, dado que Manuel se pasa de listo y se acobarda ante la posibilidad de escoger a Ana.
  • La reconciliación, tras su primera crisis de pareja, es en el portal de la casa de Ana, justo donde Ana quiere que sea.

¿Alguien así se va a enfrentar a los padres de Ana por muy enamorado que se considere? Se trata de los padres de Ana. Padres serios, responsables y con dos dedos de frente, como se suele decir.

Es más, Manuel ya se debería dar por avisado y escarmentado, después de que han compartido dos noches durante la convivencia de novios y la manera en que Ana ha tenido de evitarle un mal impulso ha sido advertirle que se hiciera a la idea de que su madre montaba guardia en el descansillo de la escalera que separaba la planta de los chicos de la de las chicas.

Imagen de la madre de Ana con la zapatilla en la mano // Copilot designer

Mejorando la primera impresión

Sin duda alguna, que Manuel dejase aflorar ese carácter suyo, esa autoridad, cambiaría mucho esas primeras impresiones. Se vería que es capaz de defender y luchar por lo suyo, gallardía. ¡Los padres de Ana se iban a quedar impresionados!¡Y ella no digamos!

Ana con aspecto desenfadado // Copilot designer

Tampoco es que Ana tenga un concepto pesimista o negativo del gran amor de su vida, no le reconozca como alguien con la suficiente personalidad y carácter como para estar a la altura de ser «su novio», dado que ya tenemos claro que ella no es de las que se va con cualquiera. En temas del corazón no está tan desesperada.

Tan solo es una chica con ganas de mantener su vitalidad. Quien cree haber descubierto en Manuel ese punto que a ella le falta y le complementa, porque le conoce, sabe de sus defectos, pero también de sus virtudes. Por lo cual, a la hora de escoger al chico con quien compartir su vida y su futuro, entiende que éste y no otro, cuadra dentro de sus esquemas y expectativas.

Fue la propia Ana, quien el viernes por la tarde, cuando se dirigieron desde su casa al centro de espiritualidad, le pidió a Manuel que condujese. Le demostró que confiaba tanto en él como en sus cualidades. No le dejó que se acobardara ni se acomodase en el asiento del copiloto. Le quiso demostrar cómo le veía ella y no se sintió defraudada.

De manera que no, Ana no necesita que Manuel se enfrente a sus padres para demostrarle que es el chico perfecto para ella. Sobre todo porque Ana conoce a sus padres y éstos no se van a dejar amedrentar por un «don nadie» con pretensiones.

De hecho, como a Manuel se le ocurriera decir eso de «¡Aquí estoy yo!», más le valdría que después echase a correr y no se parase hasta llegar a Toledo, aunque haya dos horas de coche y él, a la carrera, necesitase cinco minutos.

De todos modos, él sabe que la hospitalidad de esa noche viene forzada por una exigencia de Ana. Que, si fuera por los padres, Manuel ya iría de camino a Toledo y «si te he visto, no me acuerdo«. Por lo que tampoco conviene que se crea con tanta suerte, porque tan solo será una noche y cuanto antes madrugue por la mañana mejor.

Como no podía ser de otro modo, por la hora y porque obrar de otra manera hubiera sido una estupidez, la convencí para que me dejara llevar a mí el coche y nos marchásemos a su casa, donde nos esperaban para cenar y seguramente preocupados por nuestra tardanza, por las consecuencias de aquella conversación familiar.

Manuel

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