Introducción
Domingo, 26 de octubre de 2003. (03:30)

Ana: Dijimos que un baile y nos íbamos. – Le recordé. – Nos despedimos de los novios y nos vamos a dormir. – Le indiqué. – Tú conduces. —Le dije. —Yo, con estos zapatos, no puedo.

Manuel: Vale, como quieras. – Le contesté. — Vámonos.
Estamos de boda.
Aunque leyendo esta parte de la novela no lo parezca, estas escenas se producen en mitad de un banquete de boda y, como en cualquier boda, se supone que han de ser los novios, los recién casados, quienes acaparen toda la atención desde el minuto uno hasta que se haya marchado todo el mundo a casa.

En este caso podemos argumentar que, como se supone que Manuel y Ana son la otra pareja del momento, por eso de que sean la novedad y los comienzos siempre generan un cierto interés, acaparan parte de esa atención, pero tampoco debería ser toda, asumiendo como única justificación que son los protagonistas y narradores de la novela.


A Manuel y a Ana les hemos acompañado en sus tensiones y en sus reconciliaciones, en sus silencios y en sus conversaciones, en su aparente frialdad y en ese intento por parte de ambos por esforzarse en que aflorase la complicidad nunca perdida entre ellos. Hemos sido cómplices de sus miradas y admiradores de su manera de bailar.
Casi puede decirse que hemos compartido su cena, porque Ana nos ha confesado que, de manera sutil, por atraer la atención de Manuel, aunque no le diera conversación, le ha robado la comida del plato con toda sutileza y descaro. Mientras que Manuel se ha mantenido como una víctima resignada de estos pequeños hurtos e incluso nos hemos llegado a creer que los favorecía.
Y ahora los tenemos ahí, acaparando la pista de baile, como si los demás se hubieran retirado para dejarlos solos, porque nos quedamos con la sensación de que la música tan solo suena para ellos y que cuantos están a su alrededor han despejado cualquier duda con respecto al futuro de esta pareja, porque empezaron la fiesta un poco distantes, pero ya no hay quien los separe.
¿Qué sabemos de los novios?

Con respecto a los novios sabemos poco o nada, que casi es lo mismo. Llegaron los últimos, brindaron en la puerta por la felicidad y prosperidad de su matrimonio y se sentaron en la mesa principal. Sabemos que Carlos, el novio, en un momento de la cena se acercó hasta la mesa para intentar avivar lo que consideraba una llama que se estaba apagando y puso a Ana en evidencia.
También sabemos que los novios fueron los que iniciaron el baile, aunque no con qué tipo de música, pero como es el día de su boda y se trata de Carlos, hemos supuesto que con su manera de bailar han dejado a todos sorprendidos por lo bien que han quedado. ¡Qué envidia! Ya nos ha quedado claro que hacen muy buena pareja y que el amor fluye con naturalidad entre ellos.
También sabemos que la novia lanzó el ramo en dirección a donde se encontraban Manuel y Ana. Que cuando Manuel se lo quiso devolver, ya que pensaba que había sido algo accidental, ésta rehusó. Lo cual dejó a Manuel con la tesitura de no saber qué hacer con el ramo porque nadie lo ha querido, ni siquiera Ana, porque esas no son maneras de recibirlo.
Es decir que en esta parte de la novela, la presencia y actitud de los novios casi ha sido algo simbólico, como piezas necesarias en medio de este juego de tiras y aflojas, que casi han tenido el mismo protagonismo que el resto de los invitados o que las tres amigas de Ana, con quienes al menos Manuel y Ana han compartido mesa y se han relacionado con el respectivo novio de cada una de ellas.
No hemos participado de las típicas bromas y costumbres de las bodas en las que se le pide a los recién casados que se besen. Ni siquiera se ha dicho nada con respecto a los padres y padrinos, por darles algo de protagonismo.
Tampoco nos han dicho nada de la tarta ni de cuándo los novios la cortaron, de manera que sí hubo ocasión para que surgiera un momento de complicidad plasmado en infinidad de fotos.

Los verdaderos protagonistas
Ha sido la típica situación de la novela en que, estando Ana y Manuel juntos, es como si el resto del mundo se desvaneciera. No se ha escuchado ni un solo ruido, ni un solo grito, aunque ya nos podemos imaginar que el salón del banquete está lleno de gente, pero es como si todos se hubieran salido al aparcamiento, a pesar de la lluvia, porque esta noche llueve.
Los demás tan solo se han hecho notar cuando Ana o Manuel han evidenciado su individualidad y les han cedido el protagonismo a los demás.
Origen

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