Con los brazos extendidos

Esperando a mi Daddy

Introducción

Seguimos con la visita turística por Toledo en compañía de Jessica, en 1995 con Ana y a partir de 2004 con Daddy, como pretendido y no siempre muy acertado guía turístico, lo que de algún modo da pie a que Jessica se sienta más justificada para soñar y dar una explicaciones no siempre muy coherente a lo que se encuentra a su paso, porque se trata de visitar de recorrer la ciudad desde el punto de vista de quien se deja impresionar, que de igual modo se puede maravillar conociendo los datos y explicaciones sobre cada monumento y edificio que se vaya a encontrarse a su paso, porque de otro modo no queda claro si se ha estado en Toledo o en las cachumbambés. (Especie de balancín que se usa para entretenimiento infantil.) En cualquier caso, cuando Jessica está con Daddy lo que hace es disfrutar de su compañía y éste intenta saciar su curiosidad y, hasta cierto punto, desmentir o confirmar las expectativas que se ha creado en cuanto a la ciudad.

La ermita del Cristo de la Vega

En la entrada anterior le hacíamos una visita a la Puerta del Cambrón y nos asomábamos por el paseo de Recaredo a observar lo que se ve de la ciudad desde allí. Ahora me quiero detener en un detalle de esa panorámica. La ermita del Cristo de la Vega y el Monumento al Sagrado Corazón de Jesús. Algo que, según la novela, en 1995 a Jessica le llama la atención. ¿Qué famosa ciudad en el mundo es conocida por su «Cristo redentor»?

Lo que sí hay al otro lado de la carretera es una torre con una estatua de Cristo con los brazos extendidos mirando hacia la ciudad. Sin embargo, no creo que nos encontremos en Río de Janeiro, en Brasil. Por lo que sé de Geografía, más allá de los alrededores del St. Clare’s y de Medford, la ciudad de Río de Janeiro se encuentra a varios miles de millas de Boston, hace falta coger uno o dos aviones para llegar. Lo que no me cuadra es que, según tengo entendido, allí la estatua se encuentra sobre la cima de una montaña y está se encuentra casi escondida. Quizá nos encontremos en Roma, dado que antes Ana ha aludido a que conoció a estos amigos en un encuentro con el Papa y éste vive allí, en La Ciudad del Vaticano, aunque desde aquí no veo ningún edificio ni plaza que se parezca a las que he visto en fotos. Para mí esta ciudad sigue siendo un lugar sin nombre, lejos del mar y donde es poco probable que haya un aeropuerto, por lo que no cuadra con ninguna que conozca o de la que me hayan hablado. Además, tampoco hay barcos que naveguen por el río. El puente que se ve a lo lejos me da la impresión de que es peatonal, que los coches que circulan por la carretera no llegan hasta allí, aunque el puente por el que atraviesan el río no se encontrará lejos de aquí.

Sunday, July 2, 1995. 04:00 PM
Cristo Redentor de Rio de Janeiro

En 2004 también han de pasar por delante la la puerta de la ermita para llegar hasta las orillas del río Tajo, pero no hay mención a este monumento. Visita a la que ya hice alusión en una entrada anterior (¡Qué desastre, Daddy!) en la que Jessica se lamenta de que, a pesar de todos los monumentos y lugares de interés, – ¡Por que mira que tiene encantos Toledo! – a Daddy no se le ocurre otra cosa que, en esa primera visita a la ciudad, llevarla a la orilla del río Tajo, bajo el puente de la Cava, un lugar un tanto apartado y salvaje. Justo por la parte de atrás de la ermita. Pero, como digo, no se hace mención a ésta.

Vista aérea
Vista desde la Puerta del Cambrón Nov 2008
Vista desde el Cristo de la Vega. Nov 2008

Se ubica fuera del casco antiguo —al noroeste de este— de la ciudad de Toledo, en Castilla-La Mancha. Consiste en un templo del siglo xix que cuenta con un ábside de estilo mudéjar, remanente de la iglesia original erigida en torno al siglo xiii.​

Según la tradición, en el lugar, donde se habría enterrado a la patrona de Toledo, santa Leocadia, habríase levantado primero una ermita y posteriormente una basílica visigodas. En el recinto se encontraron restos de una edificación de data tardorromana, de los que se ha especulado que podrían pertenecer a un martyrium de Leocadia.​

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Fachada suroeste

Frente a ella se construyó un monumento al Sagrado Corazón de Jesús, finalizado en 1933.​

Su construcción fue promovida por el cardenal Pedro Segura, quien propuso su erección en 1930, siendo el proyecto ejecutado por el arquitecto toledano Juan García Ramírez.​ Fue levantado entre 1931 y 1933. La estructura y la escultura que la culmina fueron dañadas durante la guerra civil y tuvieron que ser restauradas.​

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Leyenda del Cristo de la Vega

Lo que Daddy le debería haber contado a Jessica de la ermita del Cristo de la Vega es la leyenda que hay en torno al Cristo crucificado y que es una de las más populares de la ciudad. ¿Por qué no lo hace? No es que yo, como toledano, la desconozca, porque la he escuchado en infinidad de ocasiones. La excusa que se le puede buscar a esta omisión es que Jessica no habla español y cuando en 2004 hacen esa visita a la orilla del río, Daddy aún no tiene demasiado claro lo mucho o poco que ésta es capaz de entenderle. Por lo cual esas visitas turistas en muchos casos se limitan a la simple observación. En todo caso a que Jessica supere un poco esa vergüenza o cohibimiento inicial y pregunte.

Por si te lo preguntas, te copio la leyenda según el texto de José Zorrilla, dramaturgo español del siglo XIX. Mezclo la interpretación en prosa que he encontrado del poema con algunos fragmentos de éste.

“A buen juez, mejor Testigo” o “El Cristo de la Vega”

Había en Toledo dos amantes: Diego Martínez e Inés de Vargas. Habían mantenido relaciones prematrimoniales y ella, ante el conocimiento que de tal hecho tenía su padre, exige a su joven enamorado que reponga su honor contrayendo matrimonio. Él le contesta que debe partir para Flandes, pero que a su vuelta, dentro de un mes, la llevará a los altares. 
Inés, no muy segura de las intenciones de mozo, le pide que se lo jure. Diego se resiste hasta que ella consigue llevarlo ante la imagen de¡ Cristo de la Vega y que en voz alta y tocando sus pies jure que al volver de la guerra la desposará.
-Dentro de un mes, Inés mía,
parto a la guerra de Flandes;
al año estaré de vuelta,
y contigo en los altares
honra que yo te desluzca,
con honra mía se lave,
que por honra vuelven honra
hidalgos que en honra nacen.
-Júralo, exclamó la niña.
-Más que mi palabra vale
no te valdrá, un juramento.
-¡Vive Dios, que estás tenaz!
-Dalo por jurado, y baste.
-No me basta, que olvidar
puedes la palabra en Flandes.
-¡Voto a Dios! ¿Qué más pretendes?
-Que a los pies de aquella imagen
lo jures como cristiano,
del santo CRISTO delante.

Vaciló un punto Martínez,
mas porfiando que jurase,
llevóle Inés hacia el templo
que en medio la vega yace.
Enclavado en un madero,
en duro y postrero trance,
ceñida la sien de espinas,
descolorido el semblante,
víase allí un crucifijo
teñido de negra sangre,
a quien Toledo devota
acude hoy en sus azares.
Ante sus plantas divinas
llegaron ambos amantes,
y haciendo Inés que Martínez
los sagrados pies tocase,
preguntóle:
-Diego, ¿juras
a tu vuelta desposarme?
Contestó el mozo:
-¡Sí juro!-
Y ambos del templo se salen.

Pasó un día y otro día, un mes y otro mes y un año pasado había, mas de Flandes no volvía Diego, que a Flandes partió.

Lloraba la bella Inés,
su vuelta aguardando en vano,
oraba un mes y otro mes
del crucifijo a los pies
do puso el galán su mano.

Todas las tardes venía
después de transpuesto el sol,
y a Dios llorando pedía
la vuelta del español,
y el español no volvía.

Y siempre al anochecer,
sin dueña y sin escudero,
en un manto una mujer,
el campo salía a ver
al alto del Miradero.
Mientras, Inés se marchitaba de tanto llorar, ahogándose en su desesperanza y desconsuelo, desesperando sin acabar de esperar, aguardando en vano la vuelta del galán. Todos los días rezaba ante el Cristo, testigo de su juramento, pidiendo la vuelta de Diego, pues en nadie más encontraba apoyo y consuelo.
«Rocroi, El último Tercio / The Last Tercio«**
Dos años pasaron y las guerras en Flandes (1568-1648) acabaron; pero Diego no volvía. Sin embargo, Inés nunca desesperó, siempre aguardaba con fe y paciencia la vuelta de su amado para que le devolviera la honra que con él se había llevado. Todos los días acudía al Miradero en espera de ver aparecer al que a Flandes partió. 
Vistas desde el Miradero
Uno de esos días, después de haber pasado tres años, vio a lo lejos un tropel de hombres que se acercaba a las murallas de la ciudad y se encaminaba hacia la puerta del Cambrón. El corazón le palpitaba con fuerza a causa de la zozobra que la embargaba mientras se iba acercando a la puerta. Al tiempo que a ella llegó, la atravesaba el grupo de jinetes. Un vuelco le dio el corazón cuando reconoció a Diego, pues él era el caballero que, acompañado de siete lanceros y diez peones, encabezaba el grupo. Dio un grito, en el que se mezclaba el dolor y la alegría, llamándole; pero el joven la rechazó aparentando no conocerla y, mientras ella caía desmayada, él, con palabras y gesto despectivos, dio espuelas a su caballo y se perdió por las estrechas y oscuras callejuelas de Toledo.

¿Qué había hecho cambiar a Diego Martínez? Posiblemente fuera su encumbramiento, pues de simple soldado, fue ascendido a capitán y a su vuelta el rey le nombró caballero y lo tomó a su servicio. El orgullo le había transformado y le había hecho olvidar su juramento de amor, negando en todas partes que él prometiera casamiento a esa mujer.

Inés no cesaba de acudir ante Diego, unas veces con ruegos, otras con amenazas y muchas más con llanto; pero el corazón de¡ joven capitán de lanceros era una dura piedra y continuamente la rechazaba.

En su desesperación, sólo vio un camino para salir de la situación en que se encontraba, aunque podía ser un peligro, pues era dar a luz pública su conflicto y deshonor; pero en realidad las murmuraciones en la ciudad no cesaban y todo el mundo hablaba de su caso. Tomada la decisión acudió al Gobernador de Toledo, que a la sazón lo era don Pedro Ruiz de Alarcón, y le pidió justicia. Después de escuchar sus quejas, el viejo dignatario le pidió algún testigo que corroborase su afirmación, mas ella ninguno tenía. Don Pedro hizo acudir ante su tribunal a Diego Martínez y al preguntarle, éste negó haber jurado casamiento a Inés. Ella porfiaba y él negaba. No había testigos y nada podía hacer el gobernador. Era la palabra del uno contra la del otro.

En el momento en que Diego iba a marcharse con gesto altanero, satisfecho después de que don Pedro le diera permiso para ello, Inés pidió que lo detuvieran, pues recordaba tener un testigo. Cuando la joven dijo quién era ese testigo, todos quedaron paralizados por el asombro. El silencio se hizo profundo en el tribunal y, tras un momento de vacilación y de una breve consulta de don Pedro con los jueces que le acompañaban en la administración de justicia, decidió acudir al Cristo de la Vega a pedirle declaración.

Al caer el sol se acercaron todos a la vega donde se halla la ermita. Un confuso tropel de gente acompañaba al cortejo, pues la noticia de¡ suceso se había extendido como la pólvora por la ciudad. Delante iban don Pedro Ruiz de Alarcón, don Juan de Vargas, su hija Inés, los escribanos, los corchetes, los guardias, monjes, hidalgos y el pueblo llano. «Otra turba de curiosos en la vega aguarda”, entre los que se encontraba Diego Martínez «en apostura bizarra”.

Entraron todos en el claustro, “encendieron ante el Cristo cuatro cirios y una lámpara” y se postraron de hinojos a rezar en voz baja. A continuación un notario se adelantó hacia la imagen y teniendo a los dos jóvenes a ambos lados, en voz alta, después de leer “la acusación entablada” demandó a Jesucristo como testigo:

Después de leer dos veces
la acusación entablada,
el notario a Jesucristo
así demandó en voz alta:

«Jesús, Hijo de María,
ante nos esta mañana
citado como testigo
por boca de Inés de Vargas,
¿juráis ser cierto que un día
a vuestras plantas divinas
juró a Inés Diego Martínez
por, su mujer desposarla?»

Asida a un brazo desnudo,
una mano atarazada
vino a posar en los autos
la seca y hendida palma;
y allá en los aires, «SÍ JURO,,,
clamó una voz más que humana.
Alzó la turba medrosa
la vista a la imagen santa…..
los labios tenía abiertos,
y una mano desclavada.
Cristo de la Vega

Tras unos instantes de expectación y silencio, el Cristo bajó su mano derecha, desclavándola del madero y poniéndola sobre los autos, abrió los labios y exclamó: -Sí, juro».

Ante este hecho prodigioso ambos jóvenes renunciaron a las vanidades de este mundo y entraron en sendos conventos.

José Zorrilla,

Poema completo: A buen juez mejor testigo.

**

La obra retrata los últimos momentos de la batalla de Rocroi, librada dentro del contexto de la Guerra de los Treinta Años el 19 de mayo de 1643 en las cercanías de Rocroi, al norte de Francia, en la que las tropas francesas comandadas por el duque de Enghien derrotaron al ejército imperial español bajo mando del portugués Francisco de Melo. La pintura representa al último tercio español superviviente mientras espera la acometida de la artillería y los caballeros franceses que habían hecho huir o aniquilado al resto del ejército español. 

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