¿A quién hay que llamar? (Revisado)

Entrada original publicada el 3 de septiembre de 2021

Reflexión junio 2022

Continuo con los repasos y revisiones a las diferentes partes de la novela y esta vez me quiero detener aquí, en esta reflexión sobre la novela «Silencio en sus labios», sobre Manuel y su particular romance, sus inicios. Sobre su aparente y desastrosa autoconfianza. De ahí el título que le quise dar a la entrada. De manera un tanto jocosa y burlesca, porque la única manera de pararle los pies a un «fantasma», a un tipo engreído, y es llamando a «Los cazafantasmas (The Goshbuster)». En siguientes capítulos de la novela, se alude a la película «La amenaza fantasma».

En cualquier caso, esa premisa parte del hecho de que el personaje de Manuel, como narrador de su parte de la novela, hace gala de sus éxitos en esta conquista desde las primeras líneas, en contraste con la actitud de Ana.

Admito que en su día escribí esta entrada desde la ironía y la autocrítica, porque es una visión que me han dado aquellos que han leído algo de la novela y se han permitido hacerme algún comentario en ese sentido, aunque a esta reflexión yo le haya dado mi toque personal para resaltar esa incongruencia y reírme de mí mismo un rato.

Entrada septiembre 2021

En la entrada anterior hacía un resumen y reflexión sobre el personaje de Ana en «Silencio en tus labios«, lo suyo «es una cuestión de actitud«. La verdad es que resulta fácil, hasta cierto punto, hablar sobre Ana, empatizar con ésta. Su versión es la historia de una chica que busca forjar su personalidad; que no se rinde ante las dificultades ni las adversidades; que sabe lo que quiere y no se va a frenar ni ante sus propias dificultades, ni ante los baches u obstáculos que se le presenten en el camino.

Ella tiene ganas de vivir, consciente de que en ese juego de la vida, en este reparto de cartas, quizás haya de jugar de farol y con la mejor de sus sonrisas, para que nadie sepa muy bien qué cartas lleva, porque ella es de las que apuesta fuerte cuando sabe lo que quiere, al igual que llegado el momento tampoco le importará descartarse, cambiar alguna carta, pero siempre con un objetivo claro ¿Tendrá algún As guardado en la manga? ¿Le saldrá bien la jugada?

Lo complicado, al menos por la parte que me toca, porque el planteamiento de la novela va más allá de que algún día le dedicase tanto tiempo y reflexiones en un blog, es el hecho de referirme a Manuel (a mí yo como personaje), ser fiel a la imagen que se transmite de éste en la novela. Aunque, como personaje que se supone que es, que debe ser, en caso de que se entienda que la novela está bien montada y es algo más que páginas en blanco rellenas de palabras, cualquier referencia a éste ha de hacerse con la misma frialdad y objetividad. Que quien lea esta entrada o las primeras palabras de la novela tenga muy claro a qué tipo de personaje se enfrenta, acompaña en esta historia de dos, donde no siempre queda claro quién lleva la voz cantante, dado que en un primer momento era tan solo Manuel, mi particular y peculiar visión de mi entorno. Pero, cuando alguien se adentra en ese mundo, cuando se le quiere dar otro punto de vista, por lógica, todo se empieza a ver con otros ojos.

Manuel, era el de siempre

Manuel, 1999

Manuel es el chico exitoso que se acaba llevando a la chica; Es el de la personalidad arrolladora, quien está en boca de todo el mundo por su personalidad, por su carácter. Es ese personaje que, incluso cuando no está, se evidencia su ausencia y no pierde protagonismo. Es alguien que lleva el éxito en la sangre; que allá donde va triunfa y lo sabe de antemano, porque él habla en pasado y te adelanta lo que sucederá en el futuro. ¡Alguien con las ideas tan claras que demuestra esa seguridad, de verdad merece la pena! Porque, cuando te muestra el camino a seguir, cuando tú llegas a este punto de la historia, él ya ha estado y ha dejado esa huella imborrable de los grandes hombres. Él está a la altura de los grandes héroes, de esas historia de amor que se cuentan en las novelas románticas de éxito. Es alguien que, como tal, no necesita presentación, porque el simple hecho de leer su nombre, de escucharlo, te deja impresionado, cautivado.

En serio, me estoy refiriendo a ese Manuel, al de la novela «Silencio en tus labios».

Era absurdo que se planteara la posibilidad de que aquella tarde hubiera surgido el flechazo entre Ana y yo. Ella estaba allí con su novio y a mí nunca me ha dado por ser el tercero en conflicto en una relación, más cuando no fue esa la causa de su ruptura ni yo tuviera como tal una implicación directa, por mucho que al final Ana y yo acabásemos juntos.

Manuel, 7 de octubre de 2000

De modo que ahí tenemos a Manuel, presumiendo de conquistador en las primeros momentos y párrafos de la novela. Ya nos ha destripado toda la historia, incluso antes de darnos ocasión de conocer un poco más a la chica que se ha dejado conquistar el corazón. Incluso antes de que nos hagamos una ligera idea de cómo es él en realidad.

¿De verdad se merece que una chica como Ana se fije en él? ¿Se lo va a poner tan fácil? ¡Este tío es un presuntuoso, engreído y un frustrador de sueños! ¡Muy seguro ha de estar de sí mismo como para que se pueda pensar que a alguien le pueda interesar esa historia de amor con final feliz! Además, afirma que Ana empieza la novela con novio, que no es uno que se haya encontrado por la calle. Que han estado de campamento, donde Manuel ha brillado por su ausencia. Que ella y su chico en esos momentos han acudido juntos a esa reunión, a ese retiro. Dice de Ana lo suficiente como para dar por sentado que tan solo alguien que se siente muy seguro de sí mismo se atrevería a asegurar, a confesar, que, en cuanto se le presente la más mínima oportunidad, va a lanzar la caña y la chica va a caer prendada de sus encantos. Lo dice y nos lo tenemos que creer, porque, si no, no hay novela. ¡Menudo embaucador!

Como Ana tarda en regresar a Toledo, como la vida sigue y eso que nos ha asegurado no sabemos muy bien cuándo va a pasar, se intenta hacer el interesante y nos cuenta que es un conquistador nato, un «Don Juan», que no tiene suficiente con mostrar su interés por las chicas de su entorno, sino que, además, por eso de que empiezan a surgir las páginas de contacto, se lanza también por ahí, a ver qué pesca, porque él es de los que se las lleva a todas de calle. Bajo el pseudónimo y el anonimato de «El poeta», atrae la atención de una tal «Dulce gatita», quien está pasando por un momento delicado de su vida sentimental. De modo que éste no desaprovecha el momento de echarle la zarpa, aunque ella ya le dirá lo que sea cuando le apetezca, no se vaya a pensar que se lo va aponer tan fácil.

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Ana vuelve a reaparecer, pero esta vez sin novio. Bueno, en compañía de los amigos, entre los que ya se encuentra el «ex» Y como suele ser habitual en Manuel, éste hace gala de su encanto, de su personalidad. Él se lo puede puede permitir porque sí, porque es Manuel. Ante lo cual, como ya sabemos que allá por donde pasa no deja indiferente a nadie, que lleva el éxito escrito en la frente y le corre por las venas, porque él se va a llevar a la chica al final, pues nada, ahí le tenemos haciéndose notar. Consigue destacar sobre los demás. Él, y nadie más que él, se convierte en el objetivo y la atención de Ana cuando ésta se deja llevar por el desánimo y el aburrimiento. ¿Qué hace un chico como ese allí? Lo demás pueden ser como quieran. ¡Pero, si hay alguien que se muestra cautivador, intrigante, acaparador de todas las miradas, ese sin duda es Manuel! ¡Es que tiene una personalidad arrolladora! Y, además, escribe poemas que le dedica a la primera chica que se le cruce por delante. Por eso casi todas procuran pasarle por detrás. Éstas, en sus confidencias de amigas, le dedican dos palabras, en caso de que su nombre salga en la conversación. Poco más, porque, por poco que se diga, ya todo el mundo lo sabe. Se describe a sí mismo con tan solo pronunciar su nombre ¡Cuánta personalidad!

La siguiente vez que se vuelven a encontrar, uno ya se espera lo que va a pasar ¿Acaso me equivoco? Ana no puede reprimir la curiosidad por ese chico que la ha eclipsado con su presencia, con sus encantos, con esa personalidad cautivadora, que se ha convertido en el último hombre sobre la tierra y, aun así, aún quedan demasiados. Al igual que siempre faltarán chicas sobre las que éste pueda fijar su interés antes que en ella. Sin embargo, como Ana no puede evitar que éste exista sobre el planeta, en lo infinito del universo, es incapaz de poner su atención en otra parte, ni tan siquiera cuando sus amigas le dan conversación.

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¿Qué va a hacer? Se trata de Manuel.

  • «¿A ti te gusta, te interesa?»
  • «A mí no.»
  • «A mí ya tampoco.»
  • «Todo para ti.»
  • «No, no, para ti, para ti»

Si hubiera más hombres en el mundo, habría donde escoger, pero ¿Dónde los encuentras sin ante la presencia de Manuel el resto de la humanidad deja de existir?

Y como él es el único, pues claro, se da cuenta de que ésta empieza a mirarle con interés, con nerviosismo.

«No, perdona, es que estaba sentada junto a la ventana y hacía frío«.

Por si no es la ventana, Manuel hace gala de sus encantos, de esa personalidad que tanto le caracteriza y en un momento de valentía personal, la de los grandes conquistadores, la de los grandes héroes de las batallas más emblemáticas, le lanza sus flechas de cupido. Es Manuel, de manera que seguro, seguro, da en el centro de la diana, porque ésta tiene un diámetro de miles y miles de años luz. Tan seguro como que ella no duda ni un segundo en responderle y dejarle bien claro que le corresponderá cuando llegue el fin del mundo. Lo que espera que no llegue nunca.

Y dado que el fin del mundo no llega, pero sí esa carta en respuesta a la suya, Manuel se sienta a esperar. Y mientras espera, Ana regresa por Toledo y con su presencia hace que todo tenga una luz distinta, otro brillo, otro color y Manuel sigue siendo el centro del universo. Todo gira en torno a él, los días, las noches, las horas, los milisegundos. Ella ya no viene a Toledo para estar con los amigos. Sabe que, si viene a Toledo, de manera inevitable, irremediable, más pronto que tarde, se tropezará con Manuel. Va a mirar a un lado o a otro y a ambos lados va a estar él. Se va a multiplicar de tal manera que se hará omnipresente, hasta en sus confidencias con las amigas. Que de cada cinco palabras que se pronuncien ocho se van a referir a él. Manuel va a estar incluso en los momentos más privados.

– Bueno, bueno, no tanto, pero como si lo estuviera.

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De manera que va a llegar un momento en que éste se va a llevar un buen guantazo moral, aunque no se lo merezca. Es que o le manda a freir esparragos o éste se presenta en la puerta de su casa, que quizá sea el único sitio del mundo donde aún no ha hecho acto de presencia. De modo que ¡ni se le ocurra poner un pie fuera de Toledo porque se los corta! Porque no va a haber bomba nuclear ni ejército de cien mil millones de hombres armados hasta los dientes que no le tengan en su punto de mira. Que ella tan solo tiene que mover un dedo y «Adiós, Manuel. Requiem in pace for ever and never».

El caso es que una vez que Manuel toma conciencia de que esa cuerda no se puede tensar más, porque, por muchos nudos que se le quieran hacer, que no se le hacen ninguno, ya está rota, se encuentra con una mano tendida en señal de paz. Aquella que ha dictado su sentencia de muerte, de la que no le salva ni un milagro en el último segundo, le tiende una mano de conciliación, que la cosa se queda en una palmadita en la espalda. «Anda, majo, que ya pasó el susto».

Mano tendida en señal de conciliación

Pero ya hemos dicho que Manuel tiene una personalidad cautivadora. No basta con darle una palmadita y que así, sin más, aparezcan de golpe el resto de los hombres del mundo, ya que incluso las amigas de Ana, se han empezado a dar cuenta de que ésta necesita de esas gafas del corazón, porque es imposible que esté tan ciega. ¡Que se trata de Manuel! Sí, del mismo que conocen todas. De ese precisamente. De manera que cuando éste vuelva a hacer gala de esa personalidad arrolladora, que no deja indiferente a nadie o, más bien, a todo el mundo. Ana le agarra a traición y de viva voz, en persona, le deja bien claro que no está interesada, que no. Que él no es el único hombre sobre la tierra y tampoco se ha molestado en contar cuántas chicas quedan en el mundo a parte de ella.

Es ese despojo de sí mismo lo que Ana se lleva a esa cena con los amigos, para demostrarles a todos que el Manuel que ellos han conocido hasta ese momento dista mucho de ser el que ella quiere presentarles. Porque después de haberle cantado las cuarenta, le ha dejado como nuevo y ya está irreconocible.

¡Ya verás, a partir de ahora las chicas se le van sortear! Van a acampar a las puertas de su casa para que tenga donde escoger.

Ese hombre cambiado es el que acude a la convivencia de la Pascua y quien se encuentra allí con quien aún late en su corazón, aunque ella no quiera admitirlo. De modo que vuelve a hacer gala de su personalidad arrolladora, pero se encuentra con que ésta ya está curada de espanto, por mucho que se empeñe en estar en todas partes y no consigue estar en ninguna. Y cuando ya siente y piensa que todo está perdido, que más no se puede meter la pata. Ella le sorprende con un «Te quiero, tonto. Luego hablamos»

El chico de la personalidad arrolladora, se encuentra con que toda esa seguridad, ese saber lo que va a pasar dentro de cinco minutos o cinco meses, no sabe lo que tiene delante de sus narices. Si, es cierto, tenía razón, se ha llevado a la chica, pero eso no es suficiente. Ella no se ha dejado conquistar por el chico de los grandes éxitos ni logros, sino por Manuel. Hay miles, cientos de miles, millones de chicos, hombres, mejores, pero se queda con éste.

¿Alguien tiene algo que objetar? Que la llame, que no le van a hacer cambiar de parecer.

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