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ESPERANDO A MI DADDY

(Reeditado y actualizado)

Diario: September 8th, 1995, 04:15 PM-06:30PM

Reflexiones de Jessica

Ha llegado el momento, la tarde, la gran novedad en mi vida hasta la fecha, sé que vienen a verme y no salgo corriendo a esconderme, aunque no se trate de Daddy, sino de mi nueva amiga, de esa compañera del high school con quien comparto el trabajo para la asignatura de Spanish, un trabajo sobre mis motivaciones para asistir a clase. Ella es quien escribe y yo quien hablo por los codos y respondo a sus preguntas «¿Qué narices hago yo en clase de Spanish, si nunca me ha gustado esa asignatura?«. Aunque expresado de una manera un poco más seria y con intención de convencer a Mr. Bacon de que soy candidata a esos 100 puntos en la nota media al final curso, de esa A+ que no se cree nadie ni en sus mejores sueños.

Es más, se trata de una chica con ascendencia español y entusiasmo por todo lo referente a España, a quien además, han de traer sus padres porque West Roxbury se encuentra demasiado lejos como para que ella acuda por su cuenta. ¡No podemos ser más diferentes! Yo que, a las 02:18 PM cuando terminan las clases, tardo nada en montarme en el school que me trae de regreso al internado mientras que ella se ha de tomar con calma eso de que sus padres la pasen a recoger.

Pues sí, Yuly se ha empeñado en que tiene que saber dónde vivo, cómo es mi vida y con ello tener argumentos para justificar lo que hasta ahora ha sido injustificable. Que ella sí me va a dar la razón, porque eso de aprender a hablar en español no es tan sencillo como parece y yo tengo dificultades añadidas por eso de que fui un bebé abandonado y acudo a clase bajo amenaza de recibir una patada en el trasero como no me tome la asignatura con la suficiente seriedad

Bienvenida Ms. Yuly

Jess: (Asomada a la ventana) Esa es Yuly. La chica rubia que se ha bajado del coche. – Le digo a Ana cuando veo que ésta se baja de un coche aparcado delante de la puerta.

Pues sí, la tarde del viernes, mi compañera de clase Yuly, la chica de West Roxbury con ascendencia española, la misma con la que, en circunstancias normales o previas al comienzo del curso, no me hubiera gustado cruzarme por los pasillos, conocedora como era de su entusiasmo por todo lo español, porque hablaba el idioma con una fluidez que incluso Ana hubiera deseado para mí, tras haberme obligado a leer tantos textos en voz alta en los cuatro años previos.

Esa misma Yuly con quien no consideraba que tuviera nada en común, pero que se empeñaba en ser mi amiga, a pesar de tan solo coincidir en dos o tres asignaturas, estaba allí para hacerme una visita, para conocerme; para conseguir eso que para el resto del mundo parecía una misión imposible, que sabiendo que venían a verme yo no saliera corriendo; no le hubiera dado una dirección errónea para que no fuese capaz de encontrar el internado.

Es más, hasta que atrevía a reconocer que, a pesar de mi recelo, mi desconfianza inicial, me hacía ilusión eso de recibir la visita de una chica de mi edad. Tal vez con la tranquilidad de que su osadía no pondría en riesgo mi permanencia en el internado. Más bien, lo afianzaba, porque daba una imagen de mí mucho más positiva, sociable, que algo dentro de mí alocada cabeza empezaba a cambiar y se podía plantear con un poco más de optimismo eso de que yo me quedase, que empezaba a dar muestras, si no de madurez, al menos sería de sentido común.

Ana: ¡Te veo muy animada! – Constata. – ¿Es una buena compañera? – Me pregunta. – Es la primera vez que me dices que tienes una amiga que no es del St. Clare’s.

Pero casi mejor no ilusionarme demasiado, al menos no dar excesivas muestras de esa nueva mentalidad, Yuly tan solo acudía para estudiar, para que hiciéramos juntas ese trabajo para la asignatura de Spanish, para Mr. Bacon. Quien en vez de sugerirnos las típicas presentaciones del primer día de clase, nos había propuesto aquella actividad por parejas. Una de las dos le debía explicar a la otra las razones por las que se había matriculado en aquella asignatura y nosotras parecíamos las más desmotivadas:

  • Yuly por que se trataba de un nivel muy básico cuando ya se consideraba bilingüe
  • yo que no sentía demasiada simpatía, por no decir que ninguna, por la asignatura, el idioma, la cultura y el país de origen en particular.

La motivación de Yuly por aquel trabajo, aparte de conseguir la calificación más alta posible y con ello que Mr. Bacon la considerase exenta de asistir a sus clases, estaba más en el hecho, en la curiosidad que le provocaba «la petarda» que se sentaba en el pupitre de al lado en clase, aunque el concepto que se empezase a formar de mí, esa primera impresión, fuera mucho más positiva que la que yo tenía de misma.

Jess: Tan solo es una compañera de clase. – Le digo para que no se haga muchas ilusiones. – Ella también ha ido a un colegio católico, al St. Theresa, que está en West Roxbury, al lado de su casa, pero se ha encontrado con el mismo problema que yo. Aunque vive en la zona sur de Boston, le han dado plaza en el Medford High School.

Aula de Spanish

Mi arranque de sinceridad por reconocer que acudía a clase, a esa asignatura en concreto, obligada, que era mejor tener pegado mi culo en esa silla y la atención puesta en las explicaciones del profesor que sufrir las patadas en el trasero que Ana me había prometido como no atendiera a razones. Patadas tan fuertes que me iba a doler en lo más profundo del alma ya que me mandarían lejos del internado, de la posibilidad de que Daddy me encontrase. Por lo cual, lo de menos sería el daño físico, dado que ni lo notaría. Sin pretenderlo, yo misma había provocado que Yuly no reprimiera su curiosidad por conocer de manera personal y directa mis circunstancias. ¡Qué mejor manera de saciar esa curiosidad que hacerme una visita! Conocería mi mundo; el ambiente en que el que me había criado y convertido en mi particular jaula de cristal.

Yuly: Hola. – Me saluda al verme. – Perdona el retraso, pero es que no he sabido decirle a mi padre cómo llegar hasta aquí. – Me confiesa. – Pensaba que me equivocaba de dirección.

Me dio a entender que, aunque yo tuviera la sensación de que incluso el sol gira en torno al internado, que vivo en el centro del mundo y soy capaz de llegar hasta aquí incluso con los ojos cerrados, porque se encuentra un poco más arriba del colegio, a la derecha, para Yuly es como si le hubiera dado las indicaciones de un laberinto sin salida. Llegan más tarde de lo esperado porque se pierden, se confunden. Yo le di bien la dirección y las indicaciones, pero claro, ellos son de West Roxbury, aunque, por lo que la propia Yuly me ha comentado, sus padres no trabajan lejos de allí y tal vez mi torpeza fuera pensar que conocían la zona.

El padre de Yuly

Don: Hola. – Me responde. – No sabía que el St. Francis School contase con un internado. – Me comenta.

Sí, tengo la oportunidad de conocer a su padre. ¡Un padre! ¡Qué envidia!

Éste es un padre que se toma la molestia de recoger a su hija al salir de clase, y de traerla hasta las mismas puertas del internado como si fuera lo más normal del mundo, sin que haya planteado abandonarla ni desentenderse de ella.

Se ocupa de todas esas pequeñas cosas que hacen todos los padres, excepto el mío, que ni tengo constancia de que sepa de mi existencia. Este padre es de los que se inquieta porque a su hija se le vaya el santo al cielo y se olvida hasta de que tiene un padre.

¡Porque los padres de verdad existen! No son la invención de una adolescente con muchos pájaros en la cabeza y poco sentido común.

Un padre con su hija

Los padres tienen cara, son de carne y hueso. Es más, de seguro que los datos de éste coinciden letra por letra con la información contenida en la partida de nacimiento de Yuly. Incluso es factible pensar que lleve una foto de ésta en la cartera y no tenga reparo en presumir de los logros académicos de ésta ante familiares y amigos. Un padre, además, moderno, de los que llevan teléfono móvil y no tiene reparo en que Yuly le llame ante cualquier percance o cambio de planes.

Nokia 1610 en 1995

La foto del castillo

Como toda buen amiga y como mandan las buenas costumbres cuando te invitan a una casa, Yuly me trae un regalo.

Yuly: ¿Me aceptas un regalo? – Pregunta. – Como ya sé cómo piensas, mejor que no pidas detalles. Es un regalo para agradecerte que me hayas invitado.

Jess: Sabes que no quiero nada de Toledo. – Le advierto ya que me temo que es una chica bastante impulsiva.

¡Un regalo para mí! ¡Sí, un regalo para Jessica Marie Bond de North Medford! Para la chica que con catorce años aún vive en el St Clare’s Home for girls

No es un regalo para Ana, Monica para agradecerles la invitación ni ninguna otra de las niñas del internado para ganarse su confianza y tener un detalle con ellas.

Es para mí, sin que sea mi cumpleaños ni haya hecho nada de particular para merecerlo.

Un regalo que, además, no tengo que compartir con nadie. Un regalo que Yuly me ha traído para tener un detalle conmigo. Para demostrarme lo mucho que valora esa amistad que espera se forje entre nosotras, con en el que me demuestra que escucha lo que le digo, aunque puedan parecer tonterías por salir del paso y que hasta ahora poca gente se ha tomado en serio porque son divagaciones de una adolescente, una chica con más sombras que luces.

Yuly: Si te pones quisquillosa, no te lo doy. – Me amenaza. – Lo he traído porque pensé que te gustaría. – Se justifica. – Es para agradecerte que me hayas invitado a venir. – Alega. – Te prometo que no te descubro nada que no quieras saber.

Foto de un castillo

No, no es tan rica ni generosa como para que me haya regalado uno de sus castillos, como si le sobrasen, el regalo es la fotografía de un castillo y asumir el hecho de que yo reprima la curiosidad por saber más al respecto.

  • ¿Dónde está ese castillo?
  • ¿Por qué Yuly ha pensado que a mi me iba a gustar?
  • ¿Por qué se muestra tan reservada y misteriosa?

¿Cómo es Yuly?

Yuly ha venido al internado a conocerme, pero lo que conviene saber, aclarar, más bien, es cómo es esta Yuly de catorce años toda risueña, jovial y deseosa de hacer nuevas amistades, porque, sin duda alguna, es una adolescente que se siente motivada.

Yuly adolescente. Fotomontaje

¡Qué suerte! Tiene la posibilidad de tener una amiga en Medford, una amiga y compañera de clase que, en cierto modo, ella misma se ha buscado. Una chica que no vive en su barrio, que ni siquiera es hija de unos conocidos de sus padres; una chica a la que cada vez que me quiera visitar, sus padres la van a tener que traer, conceder ese voto de madurez, de confianza.

Ya tiene catorce años. Edad para empezar a tomar un poco más de distancia con sus padres, aunque, por otro lado, siente y sabe que éstos tienen sobrados motivos para atarla más en corto, igual que les ocurre a las tutoras del internado conmigo.

¡A ver con qué tipo de gente se va a relacionar! ¡¿Dónde se meterá?!

Ambas estamos en una edad en que empezamos a necesitar llevar la paciencia de los adultos, un poco más allá de los límites que se nos han marcado hasta ahora y ni la excusa ni la ocasión pueden ser más propicias, un cambio de centro educativo, que a la par implica reconocernos una cierta madurez, porque nos hemos alejado de nuestro ambiente, de casa.

Se podría haber fijado en una chica con unas inquietudes similares a las suyas, con un expediente académico equiparable, de A+(100); en alguien con una vida y circunstancias un poco más normales o normalizadas, en vez de la que parece llevar escrito en la frente eso de «la tonta del barrio«.

Jessica adolescente. Fotomontaje

Una chica de padres desconocidos; criada en un internado y con evidentes traumas personales; una chica más propensa a sacar provecho de la buena predisposición y generosidad de Yuly antes que aportarle algo positivo. Que más que suponer un reto personal para Yuly, provoque que ésta se contagie de mi apatía y no sea tan inviable pensar que esta amistad afecte de manera negativa a sus resultados académicos. Sobre todo, si se toma como referencia que en el primer trabajo que tenemos que hacer juntas. Yuly se responsabiliza de todo el trabajo y yo me limitaré a mirar y dar mi aprobación sin poner casi nada de mi parte, salvo la constatación de que no me agrada la asignatura.

Lo que a Yuly le impresiona, le cautiva de mi personalidad, de mis incoherencias, es que, a pesar de vivir en una casa de acogida, de parecer que tendría que vivir en unas condiciones de vida que ella no quisiera para sí; que, por supuesto no lo quiere ni en sus peores pesadillas, dado que ella es feliz con sus padres.

Sus padres forman un matrimonio estable y los tres una familia muy unida, casi perfecta. Sin que ningún sufra problemas de salud ni económicos. Dentro de lo que cabe, tampoco tienen nada de especial. Tanto su padre como su madre trabajan, ella es hija única, y aún pueden llegar a final de mes sin grandes apuros y sin lujos.

Sin embargo, mi vida no es cómo parece que doy a entender. Tengo en mi propio dormitorio, en el trastero y lo que destaca es el poster de una película, «Karate kid 4». Lo que no está al alcance de cualquiera.

Dormitorio de Jessica

Además, aunque comparto casa con otras catorce niñas, tengo una habitación para mí sola. Es más, esa vida horrible que le he comentado parece que tan solo se encuentra en mi cabeza, porque esa supuesta «bruja malvada» que me obliga a asistir a clases de Spanish en contra de mi voluntad, tiene más aspecto de ser un «hada madrina buena». Algo así como una madre sustituta, aunque en su faceta de tutora.

Yuly se encuentra con que esta nueva amiga que pretende sea parte de su vida, en realidad, es una chica a la que merece la pena conocer. Que, a pesar de que en ocasiones tenga arranques y reacciones que le dejan un tanto helada, en el fondo, no es tanto lo que nos diferencia. Soy una chica que, como ella, estoy necesitada de una buena amiga. Además, aunque mi historia personal sea un poco absurda, el caso es que se supone que yo también soy hija de españoles. En su caso, se trate de su madre. Lo cual es un buen punto de partida. Aunque éste sea justo el detalle del que presumo menos.

Yuly: ¡Dímelo a mí! – Replica. – A veces tienes unas contestaciones un poco sorprendentes. – Constata. – La primera vez que me acerqué a ti me dijiste: (Intenta imitar mi voz y actitud cursi) ‘Hablemos, pero no me cuentes nada de España’

06:30 PM Despedida

Don: [Asomado por la ventanilla del coche] ¡Vamos, Yuly, despídete! – Le pide con cierta impaciencia. – Ya os veréis el lunes en clase.

Todas las visitas, incluso ésta, llegan a su final y uno de los inconvenientes que tienen los padres es que, si dicen que pasan a recogerte a una hora determinada, más vale que no se nos pase mirar la hora del reloj de vez en cuando. Yo, como ya vivo en el internado, no me tengo que preocupar por eso, pero Yuly sí, sobre todo porque no tiene intención de quedarse.

Yuly: ¡Qué ya voy! – Le grita con desesperación.

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