Introducción
Manuel está parado en mitad de la calle, frente al alojamiento de las chicas. Los demás chicos ya se han marchado y las chicas han entrado en la casa. La única que aún queda junto a la puerta es Ana, ni porque quiera retenerlo, sino, más bien porque está endiente de ver cómo se marcha.

Lo que hay en la calle es un monumento a «el tonto no turno», porque Manuel tendría que haber seguido la inercia de los demás chicos y marcharse a su alojamiento, el camino de Emaús se da por concluido y si presencia allí resulta una incomodidad para las chicas que ya están y las que vayan llegando.
Se ha quedado ahí, en mitad de la calle, como si nada ni nadie fuera a ser capaz de moverle, bloqueado por su propia frustración e impotencia, consciente de que el amor de Ana, si es que en algún momento lo ha tenido, se le escapa de entre las manos, del corazón.
La ha defraudado, la ha humillado delante de sus amigos y durante el paseo no ha encontrado el valor ni las palabras para disculparse, para justificarse. No ha descubierto en Ana ningún indicio de que ésta estuviera dispuesta a escucharle ni tampoco él quería darle más motivos para que se incomodase aún más por su culpa ni por su causa.
¡Torpe, más que torpe!
Esa noche es la Vigilia de Resurrección, se supone que un momento de felicidad, de reconciliación, de perdón, pero Manuel entiende que después de sus torpezas, aparte del desánimo que ello haya podido causar en Ana, ello afectará también a los demás, que se verán afectados y contagiados por esa tensión entre ellos.
Manuel entiende que después de lo sucedido, Ana no volverá a dirigirle la palabra, a confiar en él, porque se ha comportado justo como ésta no hubiera querido que lo hiciera, ante lo cual perderá las ganas por acudir a Toledo cuando se la convoque a una nueva reunión por evitar cruzarse con él.
Se siente mal consigo mismo porque sabe que ha cometido la peor de las torpezas, eso que se supone que siempre le han aconsejado y recomendado que reprima, porque no es agradable para nadie y menos para la afectada.
A la Pascua no se viene hacer el tonto y eso es precisamente lo que su impulsividad le ha llevado a hacer, ante lo cual se siente confundido, contrariado, bloqueado en todos los sentidos. Acusado y señalado por el mundo.

De hecho, podemos entender que él mismo es consciente de que, al quedarse ahí parado, no mejora demasiado la situación, pero se siente incapaz de reaccionar. Ni él mismo parece saber lo que quiere en esos momentos, porque intuye que lo ha perdido todo y que aquello no hay quien lo arregle.
Como Ana le ha advertido ya en varias ocasiones, como se le ocurra hacer una tontería como la que ha hecho, la que está haciendo, ella no se reprimirá a la hora de hablar con los dirigentes y que sean éstos quienes tomen las medidas que consideren oportunas.
Tres pasos
Él en mitad de la calle y yo junto a la puerta, con una mano en el pomo y un pie en el escalón, con la mirada puesta sobre él, como si esperase que en el último momento se rompiera el silencio que hasta entonces se había impuesto entre nosotros. A él parecía que los pies se le habían clavado al suelo, como si esperase que le cerrara la puerta en las narices, que me escondiera dentro de la casa para que nos perdiéramos de vista.
A Ana le basta con dar tres pasos, esa es la distancia que hay desde la puerta del alojamiento de las chicas hasta donde se encuentra Manuel. Su pie ya está en el escalón, casi reclamando que entre en la casa, pero su primer impulso es dar esos tres pasos en dirección a Manuel.
Su cara parece decirlo todo, sus ojos no puede ser menos expresivos en ese momento. Están clavados en Manuel, entre el asombro de quien ve a un chico que vuelve a ponerla en evidencia delante de todo el mundo y la incredulidad de tener a tres pasos la solución a todos sus conflictos.
A parte de la gente del pueblo que haya en esos momentos por esa calle y aledañas, están las chicas que han entrado en la casa y que, ante la tardanza de Ana por entrar, ante la presencia de Manuel en la calle, no reprimen el impulso de asomarse por la ventana, aparte de que de un momento a otro llegará la siguiente pareja que haga el Camino de Emaús y se topará con aquel panorama.
Hay un chico parado frente al alojamiento de las chicas.
Ana da tres pasos hasta el punto de que sus pies se rozan y ella puede acercar sus labios hasta su oreja y hablar, para decirle algo que quede entre ellos dos, con la discreción con la que ella se suele comportar.
La chica que, hasta entonces ha mantenido las distancias con Manuel, se ha sentido intimidada por la actitud e insinuaciones de éste, en esta ocasión no tiene reparo en acercarse tanto que casi sea como efímero abrazo comedido, para romper el silencio y descubrir la verdad que esconde en su corazón
Aquel “Te quiero, tonto. Luego hablamos” me salió del corazón y no tanto de la cabeza, hasta el punto de que yo misma me asusté, porque tan solo esperaba que hablara conmigo cuando tuviera un momento, no que aquello fuera una confesión de mis sentimientos. Tras lo cual retrocedí sobre mis pasos y me encerré en la casa con más vergüenza que prisa. Es decir, que si hui fue más por cobardía y no porque no deseara una respuesta en aquel momento
La dirigente y la enamorada
Han hablado la dirigente de la convivencia, pero también la chica enamorada y afectada por las torpezas de Manuel. Las dos son la misma chica, las mismas palabras: «Te quiero, tonto. Luego hablamos»

La primera, la dirigente, le ha reprendido por su manera de comportarse y en cierto modo le ha dicho todo eso que Manuel esperaba escuchar de alguien con cierta responsabilidad, con capacidad para tomar decisiones en cuanto a se tipo de actitudes y comportamientos poco adecuados. Ha sido un ruego para que se comporte, de modere y deje de hacer el tonto de una vez.
La dirigente le ha echado de la calle, de delante de la casa de las chicas, porque no es momento ni lugar para que él se quede ahí de pasmarote, como una amenaza y una molestia, como una agresión a su privacidad. Le ha echado sin paños calientes

La segunda, la enamorada, aparte de tomarse la libertad de reprenderlo, de recriminarle esa falta de consideración, de confianza, de empatía, de romanticismo, le ha abierto su corazón de par en par. Le ha intentado transmitir la paz y tranquilidad que este necesita en estos momentos. le ha demostrado que le conoce y que ella no va a fallarle ni ante situaciones como aquella.
La enamorada también le ha pedido que se marche, que para el amor siempre hay un tiempo, un lugar, un momento, pero no es ese. Ella se siente cansada del paseo, necesita asearse y prefiere que no invada su espacio. Le pide respeto, que se comporte como el chico de quien a ella le gusta pensar que se ha enamorado y no la defraude de nuevo.
Se marchan
Tras esto Ana entra en la casa con prisas sin querer ni sentirse capaz de volver la vista atrás. Ya no espera a comprobar si hay alguna reacción por parte de Manuel, si hay alguna respuesta. Ahora ya sabe que lo dicho, lo sucedido marcará un antes y un después en su relación, que ya no lo puede esconder por más tiempo.
Y Manuel se marcha, de las palabras de Ana, aparte de esa declaración sincera de sentimientos, deduce que ésta le ha pedido que se marche, que no se siga poniendo en evidencia ni haga el ridículo por quedarse allí parado a la vista de todo el mundo. Todo está bien.
Origen

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