Introducción
Domingo, 26 de octubre de 2003. (12:03)

A la hora de la comunión, cada uno fue por su cuenta. Dado que ya estábamos cogidos de la mano, para mí hubiera bastado con tirar de él para que me acompañara. Sin embargo, nuestras manos se soltaron, como si nos diera vergüenza que la gente nos viera en una actitud demasiado romántica o de complicidad en aquellos momentos.

Para la comunión, Ana me soltó la mano y se marchó con su padre, mientras que yo me mostré un tanto más indeciso. Preferí esperar un poco más antes de levantarme.
Las manos se separan.
Cuando se dieron la paz, y Ana se agarró a la mano de Manuel, no parecía que nada fuera a ser capaz de romper esa unión, ese vínculo, más cuando se trataba de una reafirmación de sus sentimientos, de su identidad como pareja, de compromiso del uno con el otro, contando con la complicidad y el beneplácito del padre.
Parecía que Ana superaba sus reparos o remores a mostrarse demasiado unida a Manuel en presencia de su padre, como si temiera que éste fuera a reprobar su comportamiento porque están en misa y se supone que ante este tipo de celebraciones uno ha de comportarse, no actuar como adolescentes, que se rebelan y se distancian de la autoridad paternal.
Esas manos unidas, tomadas, pretenden ser una declaración de intenciones, sobre todo teniendo en cuenta cómo ha comenzado esta historia entre ellos y cómo se han desarrollado los acontecimientos hasta ahora. Es una declaración de amor frente a esos momentos de frialdad o de falta de comunicación. Se trata de darlo todo desde la moderación y el saber estar en público.
El momento de la comunión
Sin embargo, cuando llega el momento de la comunión, de levantarse del banco para ir a comulgar, tanto el padre como Ana se muestran decididos y se levantan. Ana parece seguir a su padre por inercia, por costumbre. Ya se están formando las filas y da la impresión de que hay que reservarse el turno.



Sin embargo, Manuel se queda sentado, tiene un momento de duda, de incertidumbre, no tiene prisa. Se siente cohibido; hasta cierto punto podemos entender que espera que éste sea un momento de complicidad compartido con Ana, después de que el día anterior, en la boda, comulgasen por separado.

De nuevo surge esa falta de entendimiento, de comunicación, provocada por el hecho de que Ana está en su ambiente y Manuel se siente fuera de lugar, sin tener muy claro cómo actuar y con el temor de tomar iniciativas que acaben siendo una nueva torpeza.
Puede decirse que es como si esperase alguna indicación por parte de Ana, pero se siente un tanto contrariado cuando ésta se levanta y en vez de tirar de él, le suelta la mano. Le devuelve esa libertad, autonomía, de la que momentos antes le ha privado.
Como si el hecho de ir a comulgar se asemejase a la invitación de baile durante la boda, aunque en este caso Ana va un paso por delante, confiada en que Manuel le siga. Sin embargo, éste queda sentado, bloqueado.
De todos modos, tarda poco en reaccionar, aunque en vez de buscar ponerse a la altura de Ana, para así comulgar juntos, dado que ésta tampoco le espera, opta por guardar su turno en la fila, consciente de que Ana no se despistará.

Quien se fue a «Sevilla«….
Cuando Manuel regresa al banco, se encuentra con que el padre ha ocupado su sitio, por lo que se evita tener que pasar por encima de ellos y molestar, con el detalle de que la mano con la que antes se agarraba a Ana se encuentra en el lado opuesto, aunque ella siga estando sentada entre los dos.
No hay como tal ninguna pretensión ni intención oculta en este cambio, más que el hecho de reorganizarse, de dejar constancia del trastorno que les ha supuesto que Manuel se quedase rezagado, sin que nadie tenga ningún puesto del banco reservado ni asignado.



Esto simplemente altera un poco lo que pueden empezar a considerarse los primeros hábitos o costumbres dentro de la pareja, condicionados por la presencia del padre y el hecho de que Manuel ha de empezar a tomar un poco más en consideración este tipo de situaciones.
Éste es el mundo de Ana y es evidente que, aunque en lo fundamental tengan una mentalidad similar, son los pequeños detalles los que, de algún modo, condicionan su relación y manera de actuar. Han de empezar a conocerse y a tratarse más allá del concepto que de manera subjetiva se hayan formado el uno del otro.



Como había tenido la prudencia de explicarle en julio, una vez que se hubiera ganado el favor de mi padre, se nos abrirían todas las puertas. Por lo que había tenido ocasión de comprobar a lo largo del fin de semana, mi padre empezaba a tener una mejor opinión de Manuel.

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