Ana – Silencio en tus labios. Libro 3

A eso de las once de la mañana, dado que entre el cuarto de baño y mi dormitorio tan solo hay un tabique, no fue necesario que sonara el despertador ni que llamaran a la puerta para que me despertara. Bastó con el ruido procedente de la bañera, que alguien se duchase sin demasiado sigilo. Tampoco es que me despertara de manera brusca o sobresaltada, pero sí con la sensación de que aún me faltaban unas cuantas horas de sueño para considerar que había dormido lo suficiente. Cuando miré la hora en el reloj de la mesilla me fue fácil deducir quién estaba en la bañera y, por lo tanto, descartar a mis padres, quienes no tenían por costumbre levantarse demasiado tarde, dado que habían asimilado el horario de trabajo y los días de descanso no solían ser una excepción. Además, a mi padre le gustaba ser de los primeros en bajar al quiosco a por la prensa del día, mientras que mi madre madrugaba para ir a misa y, si mi padre no encontraba argumentos en contra, incluso le convencía para que fueran juntos y así ya tenían aquel precepto cumplido, pero éste prefería darle prioridad a la prensa y acudir a misa a mediodía y que mis hermanos y yo le acompañásemos.

El panorama que me encontré cuando salí al pasillo me confirmó mis sospechas, aunque tal vez no me resultó tan extraño encontrarme con que mi padre estaba allí escoba en mano, barría el pasillo, lo que por una parte era su manera de demostrar que en ocasiones él también ayudaba en las tareas domésticas y que se había buscado una buena excusa para que nadie le recriminase que montara guardia para cerciorarse de que sus peores temores estaban injustificados. Dado que Manuel estaba en el cuarto de baño, era fácil asomarse por la puerta del dormitorio de mi hermano y comprobar que había dormido solo, aparte de que el hecho de que yo hubiera mantenido la puerta de mi dormitorio cerrada y saliera en pijama con más cara de sueño de que de estar despierta, evidenciaba que no había sucedido nada de lo que hubiera que dar explicaciones. En todo caso, para mí era una incomodidad que el cuarto de baño se encontrase ocupado porque me había levantado de la cama con la idea de darme una ducha caliente, aparte de otras necesidades matinales.

Ana: Buenos días. – Le saludé. – ¿Qué? ¿De guardia? – Le pregunté con complicidad filial.

Papá: No, barriendo. – Me respondió. – Había un reguero de flores por el pasillo. – Se justificó.

Ana: Deben ser del ramo. – Le expliqué. – Nos lo regalaron.

Papá: Entonces ¿habrá boda? – Me pregunto contrariado. – Me parece pronto para que vayáis tan en serio. – Me indicó. – Mejor que esperéis un poco.

Ana: De momento no. – Le respondí para que no se precipitase. – ¿Y mamá? – Le pregunté.

Papá: Me dijo que se iba a misa y después se acercaría por casa de tu hermano. – Me aclaró.

Ana: Entonces ¿No la veremos en todo el día? – Le pregunté contrariada. – ¿Ha pasado algo?

Papá: No, tranquila. No pasa nada. – Me respondió y aseguró. – José llamó anoche y le pidió que fuera. – Me explicó y con ello desvinculó la ausencia de mi madre con la visita de Manuel. – Son asuntos de tu hermano. – Aclaro. – Vosotros estad tranquilos y seguid con vuestros planes para hoy.

Ana: No sé si nos dará tiempo a ir a misa de doce. – Le comenté. – Quizá nos hemos levantado un poco tarde. – Alegué. – Él se volverá a casa con la gente de Toledo, pero hasta después de comer tenemos tiempo.

Papá: Hay comida preparada, pero, si os apetece, comemos fuera. – Me propuso.

Ana: Deja que me despierte y después te contesto. – Le respondí.

Papá: Tan solo es una idea. – Se justificó. – ¿Qué tal acabasteis anoche? – Me preguntó. – Tu novio no es muy hablador, pero me ha dicho que bien.

Ana: No estuvo mal. – Le respondí. – Tuvimos tiempo de aclararnos y nos metimos en la fiesta como los demás.

Papá: Entonces ¿Todo va bien? – Me pregunto para cerciorarse.

Ana: Sí, perfecto. – Le respondí. – Es un encanto y tan solo hay que conocerle. – Argumenté. – Es un chico un tanto peculiar, pero nos entendemos.

Papá: Ya tuve ocasión de charlar con él ayer y no me parece que sea mal chico. Tan solo hace falta que le den un empujón de vez en cuando. – Me comentó. – Como os dije, me parece que será fácil hacerle un sitio en la gestoría.

Ana: ¿En serio que le ves con aptitudes? – Le pregunté contrariada. – Lo que le pierde que no es muy sociable y en ocasiones tiene demasiada imaginación.

Papá: Si tú le quieres, estoy seguro que podremos darle esa oportunidad. – Me respondió.

La conversación se interrumpió en cuanto sentimos movimiento en el cuarto de baño. Fue fácil intuir que Manuel estaba a punto de salir y a mí no me atraía demasiado la idea de que me viera en pijama y recién levantada, aparte que no tenía muy clara la impresión que le causaría encontrarse a mi padre con la escoba. Lo que, por otro lado, a mí no me resultaba demasiado extraño, ya que por muy tradicional que fuera mi familia en algunos aspectos, en otro había evolucionado y se había adaptado a los cambios sociales. Lo cierto era que en casa colaborábamos los tres, que, dado que yo era la única de las hijas que quedaba en casa, tenía que ayudar en todo lo que pudiera. Como mi madre decía, de mi dormitorio y de mi ropa me tenía que ocupar yo, del resto según lo considerase necesario. Si Manuel acostumbraba a visitarnos con frecuencia, tendría ocasión de descubrir lo mucho que mi padre ayudaba en casa, aunque en ocasiones también adoptase una postura un tanto cómoda. En ese sentido lo cierto es que no sabía cuál era el planteamiento de Manuel y hasta cierto punto me preocupaba que no se implicara. En cualquier caso, el secreto de mi casa era que dos veces por semana venía una chica a limpiar a fondo porque, según mi padre, la atención de la familia debía estar en la gestoría, donde mi madre no trabajaba a jornada completa, pero en ocasiones se pasaba por allí y ayudaba en todo lo que podía.

En cuanto tuve el cuarto de baño libre, no me lo pensé demasiado y me encerré por dentro. No esperé que a Manuel se topase conmigo por el pasillo. En aquellos momento no me sentía con muchas ganas de que nos viéramos, aunque confiaba en que se hubiera vestido con idea de que acudiéramos a misa, que mantuviéramos nuestros planes para aquella mañana, aunque, si tenía que recoger sus cosas, lo más fácil era deducir que la ropa que se hubiera puesto sería la que llevaría todo el día, dado que el viernes tampoco había llegado tan cargado y tal vez, después de aquel fin de semana, fuera cuestión de que se tomara más en serio eso de que mi casa sería como su segundo hogar, aunque quizás a mi madre no le convenciera la idea porque sería como si se tomara demasiadas confianzas y de momento éste no dejaba de ser un extraño, otro chico al que sumar a la lista, aunque en cada caso me lo planteara con un poco más de sentido común que el anterior. Tal vez mi madre temiera que me precipitaba y que era mejor no crearse demasiadas expectativas desde el primer momento.

Cuando terminé en el cuarto de baño y salí al pasillo me encontré la evidencia de que mi padre y Manuel habían hablado y me esperaban para que nos fuéramos a misa de doce, porque aún estábamos a tiempo de llegar, si yo no me entretenía demasiado. Por prudencia, en aquella ocasión ya salía vestida, que, si mi padre hubiera tenido un poco más en cuenta mis costumbres, lo más conveniente hubiera sido que buscase la manera de mantener a Manuel entretenido y lejos del pasillo. En cualquier caso, se evidenciaba que en ausencia de mi madre a los dos les faltaba un poco de consideración. A mi padre parecía serle suficiente tener a Manuel bajo control para que moderase sus impulsos. Sin embargo, mi madre se hubiera cerciorado de que éste no se hubiera cruzado conmigo hasta que no lo hubiera considerado oportuno, que, a pesar de su presencia en la casa, yo habría disfrutado de toda la privacidad que necesitara desde el primer hasta el último momento. Por una vez, y tal vez sin que ello sirviera de precedente, me lamenté por el hecho de que mi hermano y yo rivalizáramos por ver quién de los dos acaparaba la atención de nuestra madre en circunstancias como aquella. José debía tener sus razones y nuestra madre no se podía multiplicar, pero lo cierto es que me pareció que mis razones eran más evidentes y tenían preferencia.

Ante lo apurado de la situación, les propuse que se adelantaran y que ya les alcanzaría en cuanto terminara de asearme, iba a estar mucho más relajada sin la presión de su presencia e impaciencia. Con un poco de ligereza por mi parte consideraba que me daría tiempo. Pero, si además de terminar, tenía que estar pendientes de ellos, era casi seguro que no estaría lista en toda la mañana y lo importante, en todo caso, era que Manuel acudiera a misa porque por la tarde no era tan fiable que le fuera posible. De hecho, quizá lo conveniente en su caso es que se hubiera citado con la gente de Toledo y aprovechado la ocasión para concretar los últimos detalles de su vuelta, dado que la única certeza era lo que yo había hablado con mi amiga y por supuesto me fiaba de ésta, pero no me parecía oportuno que Manuel pensara que le querría retener allí más tiempo por habernos olvidado del autobús. Estaba casi segura de que a mis padres no les gustaría la idea, más cuando al día siguiente era día de trabajo y ya habíamos pasado por esa situación, esas prisas de última hora no eran buenas para nadie.

Me aproveché, cuando me dejaron sola, para asomarme por la puerta del dormitorio de mi hermano y comprobar que Manuel había recogido su equipaje y qué había sucedido con el ramo, dado que eso de que se hubiera deshecho durante la noche me preocupaba un poco, porque confiaba que tuviera una durabilidad mayor, aunque se tratase de flores naturales. Después de todo lo que había sucedido durante la boda y el banquete, la indiferencia con que Manuel lo había recibido, era lógico pensar que no estuviera en perfectas condiciones, como salido de la tienda, pero tampoco como para que se acabara en la basura después de haber cumplido con su cometido. Como tal era un recuerdo perecedero de aquella boda, pero aún podría dudar unos días, si se le daba un mínimo de cuidado, lo que estaba claro que Manuel no se planteaba y que, como la noche anterior me había temido, tampoco lo iba a incluir entre lo que se llevase a Toledo aquella tarde. Ante tal expectativa y por ser un poco considerada, como me había enseñado mi madre, me molesté en poner aquellas flores en un recipiente con agua, que al menos mientras durase me sirvieran de recuerdo de aquel fin de semana, dado que no disfrutaría de la compañía de mi amado, y así esperaba que éste se hubiera planteado volver antes de que la última de aquellas flores se marchitase del todo.