Podéis ir en paz.

Introducción

Domingo, 26 de octubre de 2003. (12:50)

Concluida la misa, como era mi costumbre, me quedé a rezar y Manuel se quedó a mi lado, no sé si por esperarme o por compartir aquella oración. El caso es que entendió la relevancia de aquel momento y se quedó conmigo, lo que mi padre no hizo. 

Ana

Al final de la misa, en cuanto el sacerdote nos dio la última bendición y el padre se encontró en el otro lado del banco despejado, tardó poco en marcharse, mientras que Ana se quedó sentada, en actitud orante.

Manuel

Termina la misa.

Antes de que el sacerdote dé por finalizada la misa, ya hay quien se ha levantado y se encamina hacia la puerta. No se espera a los avisos ni a la bendición final porque, según cómo se plantee, en el edificio no hay puertas suficientes como para que salga todo el mundo a la vez o algunos se han sentado tan lejos de éstas que quieren estar ya junto a la puerta cuando el sacerdote dé la bendición final.

El caso es que, si la misa es a las doce, por poco que se haya alargado la celebración, cuando ésta termina ha dado tiempo a que se junte el hambre con las ganas de comer y hay quien aún no tiene la comida ni pensada, por lo que, cumplido con el precepto, las prioridades son otras.

Hay incluso quien necesita tiempo para tomarse un piscilabis e ir matando el gusanillo antes de volver a casa o quien sencillamente se quiere plantear el regreso a casa con calma, de manera que el tiempo de más que se le añada a la misa es tiempo que se retrasa o acorta todo lo demás.

Aparte de que, como en la novela, en esta ocasión no se ha hecho mención de la lluvia, se entiende que hay un motivo menos para sentirse retenidos dentro de la parroquia. Estamos a finales de octubre y, si no luce un espléndido sol, al menos el cielo nublado no es motivo para quedarse bajo techado. Es más, el hecho de que no llueva es un aliciente más para sentir el impulso de salir a la calle a tomar el fresco.

Ana se queda sentada.

Suponemos que, como hombre responsable, educado y de buenas costumbres, el padre de Ana es de lo que se espera hasta que el sacerdote ya ha recorrido el pasillo central y se dirige hacia la sacristía. Dado que, por un lado, tiene a Manuel y a Ana que le impiden el paso y, por el otro, la evidencia de que no hay un banco por familia y de uso exclusivo, por lo cual este banco también se comparte, es lo bastante largo como para que quepa más gente.

Manuel, como el resto de los asistentes a la misa, también ha escuchado eso de «podéis ir en paz«. Sin embargo, a diferencia de lo sucedido en la comunión, y aunque en este caso es él quien se encuentra en el extremo del banco, en vez de levantarse y encaminarse hacia la puerta confiado en que le seguirán, que es él quien con su presencia les impide el paso, se preocupa por saber lo que hace Ana antes de tomar ninguna iniciativa.

Ana, sin estar demasiado pendiente de lo que hace su padre o el resto de los asistentes, se limita a quedarse sentada y mantener una actitud de oración, dando gracias por el hecho de que acaba de comulgar y porque tiene la ocasión de estar ahí en compañía de su novio, porque ha disfrutado del fin de semana. Lo cual es algo que valora y a lo que quiere dar su importancia. Se siente reafirmada en sus sentimientos.

Ana// Copilot designer

En realidad, a nadie que la conozca le ha de sorprender la actitud de Ana, porque es algo que forma parte de su mentalidad, de su personalidad, como ya dio a entender desde las primeras páginas de la novela, cuando, tras la misa de aquel encuentro de grupo en Toledo, ella también fue de las que se quedó sentada en el banco, aunque el resto de la gente saliera a la calle.

Manuel// Copilot designer

Manuel ya empieza a conocerla, aparte de que durante el fin de semana la convivencia de novios de julio tomó un poco más de conciencia de cómo es ella en realidad. Entendemos que en alguna de esas conversaciones y confidencias de novios no incluidas en la novela, ésta le ha tenido que hacer algún comentario al respecto, por eso de la importancia y relevancia de rezar juntos, de demostrarse complicidad y paciencia.

El padre de marcha

Don José, el padre de Ana// Copilot designer

El padre prefiere dejarles solos, darles su espacio. Asume que su presencia y compañía ya no son necesarias. La niña de sus ojos, su ojito derecho, reclama espacio, tiempo y privacidad para estar con este chico de Toledo. Como todo buen padre, éste también sabe estar en su sitio, aunque tampoco se vaya a ir muy lejos.

Acaban de estar en misa, se encuentran en la parroquia, de manera que no hay motivo para inquietarse por la seguridad e integridad de Ana. Tampoco es que les vaya a dejar solos, aparte del hecho de que se encuentran en una iglesia, como todo lo que ello implica. Esta muchacha está bien educada y el chico tampoco parece que sea un rebelde sin causa ni una mala influencia.

Para mí, aquel fin de semana era el primer paso y definitivo hacia mi vocación matrimonial.

Ana

Nos quedamos allí sentados y en silencio hasta que la iglesia se quedó casi vacía, cuando quienes quedaban se habían dejado las prisas olvidadas en casa, aunque en nuestro caso no fuera con intención de quedarnos allí toda la mañana; tan solo habían transcurrido cinco o seis minutos desde que el sacerdote había entrado en la sacristía.

Manuel

Origen