De compras

Esperando a mi Daddy

Diario: September 9th, 1995, 11:00 AM-12:30 PM

Reflexiones de Jessica

La chica de los recados

Monica: [Asomada por la puerta] ¿Cuándo dejarás de mirarte el ombligo y harás algo de provecho? – Me pregunta y hasta cierto punto recrimina.

yo haciendo que estudio

¡Por los pelos, por los pelos! Pero Monica no me sorprende traduciendo el poema del español al inglés, ese que me he encontrado tirado por las escaleras. ¡Ya debería estar prevenida de que van a subir a ver sí aún sigo en mi dormitorio o me he escapado aprovechando ese exceso de confianza, esa aparente tranquilidad!

Es sábado por la mañana, hace un día más o menos bueno, sin lluvias, y casi seguro que el parque estará lleno de gente, plagada de chicos a los que echarles un discreto vistazo. Pero es que ya hace algunos años que no me siento tan impulsada a jugar con los chicos, porque éstos me parecen tontos. Además, yo ya no soy tan ingenua y, desde que Ana me tiene más controlada, ya no me agrada tanto meterme en jaleos donde no me han invitado. porque es lo que de un modo u otro terminan logrando los chicos, rivalizar entre ellos para ver quien es más gallito.

La actitud de Monica se interpreta con lo siguiente:

¡Ah, qué no piensas moverte del dormitorio en todo el día! Hace un buen día y cualquiera que buscaría una buena excusa para salir a dar un paseo, aunque tan solo fuera hasta el cruce de la calle. Aquí, en el internado, eso de complacer los caprichos de la niña, más que una norma, es una buena razón para darle una patada en el trasero.

El recado de Monica

Monica es bastante más estricta que Ana y no se anda con rodeos, aparte que no le convence eso de que yo me haya quedado en el internado más allá que las demás. De manera que, si me he quedado, aparte de que sea por complacer mis caprichos, que sea para ayudar; para demostrar un poco mas de madurez y responsabilidad, sobre todo en ausencia de Ana. De modo que, si hay que hacer un recado, no hace falta pedir voluntarias, porque las demás aún son pequeñas y no se las puede dejar solas.

Que, si no voy yo, no va nadie y nos quedamos sin comer toda la semana. Que los establecimientos comerciales son generosos, pero no hasta el punto de hacer servicio a domicilio. Si queremos comer, hemos de molestarnos en pasar a recogerlo. De lo contrario habrá que conformarse con lo que quede en la despensa, que con quince niñas hambrientas tampoco suele ser mucho. Si la semana se puede hacer larga, el día no lo será menos con el estómago vacío.

Plato vacío

La táctica de Monica es ofrecer dos alternativas y una de ellas siempre es peor que la otra. De modo, que sí o sí, hay que decantarse por una de las dos. Por lo general suele ser la que a ella más le conviene.

La verdad es que eso de quedarse al cuidado de las niñas pequeñas, que son unas revoltosas, no resulta muy tentador. No tengo tantos ojos ni paciencia. Aparte de que no todas tienen la suerte de que las recojan sus familias de acogida todos los fines de semana, a la mayoría tan solo en vacaciones y fines de semana de tres o más días, que no es el caso. A por mí no viene nadie

Lo que sí tengo es una bicicleta, dos piernas, una mochila y se supone que el suficiente sentido común como para hacer ese recado sin meterme en problemas, que ya me conozco el cuento de Caperucita y los atajos para llegar hasta el supermercado.

Bicicleta de Jessica

Hay que recoger un encargo de pollo en la carnicería, un donativo. De manera que, en principio, el paseo y las compras me saldrán gratis. No hace falta que me den dinero ni posibilidad de que me quede con las vueltas. Bastante es que tenga comida en el plato cuando llega la hora de comer o cenar.

Monica prefiere no me pase de lista ni me busque motivaciones extras donde no las hay.

Centavos de dólar

De hecho, como sabe de mis costumbres, eso de pedirme que haga este tipo de recados excede en mucho lo que se espera de mí, de lo que son mis costumbres. ¡Qué yo no me muevo del internado ni salgo del barrio bajo ningún concepto, salvo para ir a Carson Beach! Como mucho, hasta hace unos años me escapaba al parque y me atrevía a cruzar Fellsway West, con el riesgo que conlleva el tráfico en esa avenida y en ese punto, cerca de la salida a la Interestatal

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Pero esta vez, o voy por las buenas o voy por las malas. La alternativa es que no haya comida en varios días. Porque, si es Monica quien se tiene que acercar a la carnicería, no puede estar en la cocina y, cuando regrese, casi mejor que no tengamos demasiada hambre porque nos obligará a esperar.

Plano de Medford

El supermercado, el centro comercial, no se encuentra a la vuelta de la esquina. Hay que llegar hasta el cruce de Fellsway W con Salem St, como quien dice, cruzarse medio Medford. La manera más fácil de llegar para una chica de catorce años que no tiene muchas ganas de complicaciones es la bicicleta. Y sí, por extraño que resulte, aunque no vea más allá de mi narices y haya que llamar a Ejercito para que me saquen de mi dormitorio, de los alrededores del internado, sé llegar. Me conozco el camino. Ana que me lleva de acompañante para que aprenda a ser un poco más autónoma. Que, si es por mí, sé dónde está la puerta de la calle y poco más. La casa del vecino porque se ve desde a ventana. Nunca se sabe cuándo vendrá Daddy y hay que estar para abrirle la puerta y no se marche pensando que no hay nadie.

Centro comercial de Medford

Beicon en la carnicería

En inglés se escribe «bacon», en español «beicon» y en palabras de Yuly, «panceta».

Bacon, beicon, panceta

El caso es que la mejor manera de saber si un profesor del high school reside en el barrio o por los alrededores es encontrárselo en el lugar más inesperado. Aunque, en este caso, es casi con recochineo «made in Daddy».

Es decir, que, por si no fuese suficiente tortura toparse con éste en clase entre semana, se produce esta nueva coincidencia y, para colmo de males, me saluda en español con la típica frase jocosa y simpática.

Mr. Bacon: ¿Qué hace una chica como tú en un sitio como éste? – Me pregunta en español, lo que interpreto como un intento por ser afable, que me ha reconocido.

Mr. Bacon. Fotomontaje

¡Oye, que estamos en Medford, Massachusetts, USA! Para colmo, se muestra en actitud afable, graciosa, bromea con su apellido y da a entender que no tiene muy claro quién soy. Pero ¡¿es que no me ha puesto ya bastante en evidencia?! ¡¿Acaso tengo que recordarle que soy la chica del «I don’t speak Spanish», la de la dichosa cancioncita?!

Vale. Estamos a comienzo de curso y es fácil pensar que tiene que dar clase a otros grupos, a otros cursos a parte de a los del 9th Grade de nivel básico. Es más, se supone, sospecho, que Mr. Bacon es el chivato que pone al día a Ana de mis nulos progresos en su asignatura, pero es comprensible que no se quiera delatar demasiado pronto. Prefiera no dar a entender que ya me tiene en el punto de mira y me ha cogido manía. Sin embargo, si desde el primer momento ambos nos hemos reconocido, tampoco tiene muchos sentido que se haga el despistado. ¡Que soy Jessica, la chica del St. Clare’s! Esa que no viene a comprar nada porque en el internado no hay presupuesto para excesos, pero se admiten donaciones por parte de las tienda de la zona.

¡Ay, qué vergüenza! Que yo soy la primera a quien no le agrada que le identifiquen con el internado y además, esta vez  he de hacerlo en presencia de uno de mis profesores, del que me cae menos simpático, ante el que me quiero poner menos en evidencia en público, porque ya me van a suponer suficiente tortura sus clases ¿No bastará con que el carnicero me reconozca? ¿Con decirle que vengo a recoger un encargo para Monica? Entro, lo recojo y me marcho, pero como  quiero parecer «una chica normal», prefiero esperar mi turno ¿Quién da la vez?

Por suerte, yo he llegado a la carnicería antes que Mr. Bacon. He venido directa, mientras que él ha estado dando vueltas. Por lo cual voy delante de él y me puedo escapar. ¡Punto para mí, aunque no cuente para la nota de la asignatura! De lo contrario, me sentiría atrapada. Tendría que esperar a ver lo que compra, porque ya sé que los profesores no se alimentan del aire ni de suspender a sus estudiantes, porque, en tal caso, conmigo Mr. Bacon se va a empachar. Engordará varios kilos. Aunque  o deseable para todos es que no sean mis suspensos lo que le obliguen a ponerse a dieta.

En cualquier caso, no es momento para recibir una clase extra de Spanish, ni aunque sea práctica, dado que Mr. Bacon se deja llevar por esa simpatía suya y no desaprovecha el momento.

Mr. Bacon: Sois tantos y cada año hay gente nueva que resulta complicado conoceros a todos. – Me explica. – ¿Estás de compras? – Me pregunta en tono cordial. – Por lo que he oído comentar, a los que acuden a mis clases les encanta el beicon. – Me indica con ironía. – No sé si serás de las que come de todo o si lo habrás probado alguna vez, pero el jamón está bastante bueno. – Me indica como sugerencia.

¿Qué si me gusta el jamón? Pero es que vivo en el internado y eso del jamón no resulta muy económico, sobre todo el de las carnicerías, porque es jamón de verdad. Nosotras estamos más acostumbradas al que ya viene en lonchas y envasado. Lo que se venden en los supermercados y que se puede decir comemos en ocasiones especiales o porque va incluido como ingrediente en alguna receta.

Lonchas de jamón

Tal vez, si se lo preguntase a Yuly, ésta le responda que, gracias al negocio familiar, eso de que haya una pata de jamón «made in España» en su casa no tenga nada de especial.

Jamón ibérico
Jamón ibérico

¿A vosotros os gusta el bacon/beicon/panceta? Según Mr. Bacon, a sus alumnos les encanta

Mr. Bacon: Sois tantos, y cada año hay gente nueva, que resulta complicado conoceros a todos. – Me explica. – ¿Estás de compras? – Me pregunta en tono cordial. – Por lo que he oído comentar, a los que acuden a mis clases les encanta el beicon. – Me indica con ironía. – No sé si serás de las que come de todo, o si lo habrás probado alguna vez, pero el jamón está bastante bueno. – Me indica como sugerencia.

¿Si le decimos que sí nos aprueba sin más?

No parece el típico profesor al que resulte tan fácil hacerle la pelota. Si es cierto es que eso de que ya ha ha hablado con Ana, porque, de todos modos, más pronto que tarde lo tendrá que hacer, me parece a mí que ni con un jamón ibérico de pata negra cinco estrellas voy a conseguir librarme de la asignatura.

Por si no fuese ya bastante comprometido el encuentro con Mr. Bacon, aquí, en presencia de todos los clientes que esperan su turno en la carnicería, me veo en la tesitura de tener que identificarme ante el carnicero como una de las chicas del St. Clare’s, la que viene a recoger el pedido de esta semana. No me gusta que me relacionen con el St. Clare’s y menos de una manera tan directa, pero no me queda otra alternativa, si queremos tener carne de pollo para comer. Sin que ello suponga un coste añadido a la economía.

Pollo de la carnicería

Ya sabe que soy Jessica, la chica del St. Clare’s. Si vive por el barrio, seguro que pasa por delante de la puerta con frecuencia y ha visto luz en la ventana de mi dormitorio. Incluso me haya visto subir corriendo por Fulton St cuando me perseguían los chicos porque huía de una pelea, después de haberme rebozado por los suelos o me haya visto escaparme del St Clare’s cuando nadie me observaba.

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