Continuación de la reflexión anterior «Otro contraste«
Los preparativos y los acontecimientos del mes de julio, previos a ese anhelado reencuentro de la pareja, por un lado resultan de lo más románticos.
- Julio 2003
Manuel toma la iniciativa para darse una segunda oportunidad y reconquistar a su chica, a Ana, quien, tras su desafortunada ruptura, parece que ha desaparecido de su vida, aunque ella misma se define “como alma en pena con el anhelo de su amor”.
Ana
Ana no oculta su desencanto con la vida, ya que se siente fracasada de alguna manera. No tiene reparos en desahogarse con cualquier persona dispuesta a escucharla. A pesar de tener grandes sueños de felicidad, se encuentra bloqueada nuevamente. Sus mayores temores se han hecho realidad y no siente muchas ganas de participar en reuniones en Toledo, evitando encontrarse con Manuel. Sin embargo, su limitación actual se debe a razones de salud. Estos mismos motivos fueron los que terminaron su relación anterior, pero en esta ocasión lo considera aún más grave, ya que siente que todo su mundo se está rompiendo.
Se siente atrapada porque su corazón aún late con un amor incondicional, pero siente que la persona a la que considera merecedora de todo no ha demostrado suficientes méritos. No se ha atrevido a dar el gran paso, a diferencia de ella. Al comienzo de la novela, Ana deja claro que es una chica tradicional y le gusta que el chico la conquiste. Sin embargo, con Manuel se encontró en una situación en la que ella tuvo que tomar la iniciativa para romper el silencio y la tensión entre ambos. Esto ha causado un desencanto doble, ya que sus sentimientos y motivaciones no se ven correspondidos como esperaba. Ana siente que su amado la trata con frialdad y a pesar de haberlo dado todo por él, éste no ha mostrado reciprocidad.

Manuel
Manuel, por su parte, se siente bloqueado y la distancia entre él y Ana no es solo una cuestión geográfica. Después del desplante, Ana ha cortado toda comunicación y ha dejado en nada los planes que tenían para volver a verse en mayo o junio. Ana se niega a responderle o escucharlo, ya no responde a sus cartas ni a sus llamadas telefónicas. Todos los esfuerzos de Manuel por reconquistarla parecen ser en vano.
Manuel entiende que Ana no espera solo buenas intenciones o palabras, sino que quiere que le demuestre sus sentimientos con acciones concretas.
Sin embargo, para Manuel esto se convierte en una lucha contra su propia impotencia y siente que está atrapado en sus circunstancias.
Parece que los acontecimientos se han vuelto en su contra y ha comenzado a darse cuenta de que todo era una ilusión.
Los demás tenían razón cuando le advertían que perseguir fantasías terminaría lastimando a alguien. En este caso, a Ana. Manuel siente culpa porque ve que su comportamiento ha llevado a que Ana se muestre reservada en su trato con sus amigas y haga todo lo posible para evitar que se cruce con él.
La oportunidad la pintan calva
Manuel se encuentra con la oportunidad de encontrarse con Ana en unas convivencias que se llevarán a cabo en la ciudad donde ella vive. Es como si el refrán «al enemigo que huye puente de plata» se aplicará en este caso, ya que se presenta una ocasión propicia para reunirse. Todo parece estar a su favor y le favorece para poder acudir al encuentro con su amada. Aunque Manuel no se verá como un caballero de radiante armadura, al menos no quiere parecer un iluso.
Sin embargo, es importante tener en cuenta que este evento no fue organizado con el propósito de resolver los problemas sentimentales de Manuel. Si decide aprovechar la oportunidad, deberá hacerlo respetando las condiciones establecidas y con la complicidad y beneplácito de los demás.
¿Por qué la venganza se sirve fría?
Tal y como refleja la novela, (y como una licencia del autor) Manuel, a quienes acude, aparte de al director espiritual, es a las amigas de Ana, tanto a las de Toledo como sus amigas de siempre. A las mismas que en el capítulo anterior, con bastante buen criterio, se mostraban poco partidarias de que éste tuviera su historia de amor y escuchaban a Ana desahogarse.
Ellas se convirtieron en la conciencia de Ana a la hora de aconsejarle que se lo pensara y le habían dejado bien claro lo que opinaban al respecto. Tampoco es que éstas se hayan mostrado muy recelosas desde el momento en que ello se convierte en una realidad, pero, a la hora de tomar partido, tras la ruptura tienen claro de lado de quién están.
Son las amigas quienes se ocupan de organizar todo el reencuentro, sin que como tal haya de ser una sorpresa, pero en la novela queda claro que ejercen de mediadoras, de “corre, ve y dile” entre Ana y Manuel, siendo más directas y sinceras con Ana que con Manuel. Son éstas quienes le han de confirmar o desmentir las muchas cuestiones y dudas que a éste se le plantean en los momentos previos. Son ellas quienes tienen la responsabilidad de confirmarle o desmentirle si es o no viable ese reencuentro con Ana. Ellas se convierten en confidentes y cómplices de una historia que tal vez hasta entonces no les ha convencido todo lo que debiera, porque conocen los pesares de Ana, pero a la vez se han de contagiar del entusiasmo que ésta ya no reprime ante la posibilidad de que su chico se atreva a comportarse como todo un hombre.
¡Tú eres tonto y no te has enterado todavía!
No obstante, la idea de que Manuel pueda salirse con la suya y pensar que todo el mundo hará su voluntad es simplemente una ilusión vana.
Desde el principio de la novela, Ana ha demostrado tener las ideas bastante claras y no permitirá que el amor la ciegue. Es importante para ella saber que su amado la respeta y no ve la relación como un juego. Frente a los planteamientos y planes de Manuel, ella prefiere tomar una postura activa para demostrarle a su chico, a su hombre, a quien está intentando reconquistar, que no es de las que se rendirá a sus pies, sin importar lo atractiva que pueda ser su personalidad. En ocasiones, frente a soluciones tan complicadas, la solución más sencilla suele ser la mejor opción.

Como buena hija y amiga que se supone que soy, compartí mi parecer sobre todo aquel planteamiento tanto con mis amigas como con mi madre. Mis amigas, como broma, estaban dispuestas a lo que fuera. En cierto modo, eran de la opinión de que Manuel se merecía un buen escarmiento, conscientes de que, si al final había reconciliación, todo el mundo se reiría de aquello. Mi madre, por su parte, se mostró un poco más sensata en sus respuestas y sugerencias sobre cómo debía resolver aquel tema. Lo de los escarmientos no le parecía tan buena idea, aunque tampoco que aquel asunto se solventara sin más. De hecho, fue ella quien me sugirió que no confirmase mi asistencia a la convivencia mientras no hubiera superado mis discrepancias con Manuel, porque pasar un fin de semana juntos, cuando no había entendimiento entre nosotros, supondría una tortura.
Ana
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