Introducción
¿Te acuerdas de cómo fue el primer desayuno de la convivencia, la mañana del jueves 17 de abril?
Manuel
El desayuno lo sirvió su grupo y, como ya me comentó el día anterior, tuvo mucho cuidado y no se acercó por donde yo estaba. De mi mesa se ocupó otro, aunque confieso que hubiera esperado algún detalle por su parte en ese sentido, pero comprendí aquella actitud con algo más de humildad y resignación.
Manuel. Silencio en tus labios, Jueves, 17 de abril, 2003 (2)
Esta mañana del domingo 20 de abril es el último desayuno y es evidente que a lo largo de estos días han cambiado muchas cosas entre Manuel y Ana, muchas cosas. La chica que se ha pasado todo este tiempo reprimiendo sus verdaderos sentimientos ahora es una auténtica explosión de entusiasmo y alegría, compartida tan solo con aquellos que saben de la identidad de su enamorado.
El desayuno del domingo

Aquella mañana hubo desayuno para veinte y sirvió el grupo de Ana. Y dado que no había sitio para todos, éstos se quedaron de pie y esperaron al segundo turno, lo que para Ana fue un motivo de alivio, dado que no tuvo que escoger asiento para disimular o confirmar nada, aunque yo estuviera privado de su compañía, no así de sus sutilezas, que se callaba mi nombre porque había demasiado eco en su corazón y no le salía.
Manuel. Silencio en tus labios, Domingo, 20 de abril, 2003 (8)
Como sabemos, hasta ahora el refugio en el comedor durante las comidas ha sido la silla del rincón, de manera que para llegar hasta allí o se es el primero en pasar o se convierte un lugar inaccesible, porque entre Manuel y Ana se interpone la mesa, las amigas y esa fingida indiferencia a los fallidos intentos de Manuel por acercarse o llamar su atención.
Dado que a este último desayuno se han unido el sacerdote y Carlos, faltan sillas. No se sabe muy bien cuáles son las dimensiones del comedor, pero se entiende que por la distribución de las tres mesas de seis tampoco hay amplitud de sobra, lo que complicaba ese pretendido interés de Manuel por acercarse a Ana. esta vez lo que sirven han de quedarse de pie, porque así desayunarán los seis cuando los demás acaben.
La cuestión es que esto para Ana supone una ventaja, dado que Manuel acostumbra a ocupar sillas que no limitan demasiado su movilidad, no le va mucho eso de sentirse atrapado. Lo cual contrasta con lo que ha sido la actitud de Ana, aparte que él no se ampara en los chicos para que le sirvan de barrera.
De hecho, la silla del rincón se quedó vacía, como si estuviera reservada para mí, lo que fue el reflejo de lo triste que Manuel se sentiría y me sentí incapaz de no hacerle un poco de caso, como había hecho por la noche con el chocolate. Tenía la oportunidad de demostrarle mis sutilezas.
Preparando el desayuno
El problema de ocupar una silla, un lugar en la mesa que resulta demasiado accesible y que haya en el comedor una chica enamorada y con ganas de captar su atención, es que se lo pone demasiado fácil para que ésta aprovecha la ocasión, ya que si desde el despertar ella se ha mostrado un tanto distante por temor o por vergüenza ante la observación de los demás, ahora no se reprime.

Ya le había dejado sin postre el día anterior, los demás comieron natillas y Manuel se tuvo que conformar con la media naranja que Ana quiso compartir con él, para que cada uno se considerase «la media naranja» del otro, como un detalle de cariño y romanticismo
Sin embargo, para desayunar hay café, leche, galletas y tostadas con mantequilla y mermelada, un típico desayuno a gusto y elección de los que allí se encuentran. Eso es gusto lo que hace Manuel en cuanto se sienta, mientras espera que le sirvan la leche, prepararse sus galletas y colocarlas en su plato a la espera de que le sirvan la leche.

Como espectáculo mientras espera el reparto de la leche caliente tiene la conversación de los demás y la oportunidad de observar a Ana, quien ahora no se esconde en el rincón ni tampoco ha adoptado una actitud fría y distante ni con él ni con nadie. Ana es esa chica que aparte de repartir leche, parece que va bailando y repartiendo alegría, que no disimula su alegría pascual ni pretende desmentir el hecho de que está enamorada, aunque no sea muy específica al respecto.

¡Es una ladrona!
Con los demás Ana mantiene la compostura, mantiene las distancias mientras éstos se echan a un lado para que tenga acceso a la taza y no les derrame la leche encima. No tiene más que estirar un poco el brazo y esperar hasta que le indiquen que ya es suficiente o haya riesgo de que se desborde la taza.
Cuando llega a la mesa donde se encuentra Manuel, con los demás actúa de igual manera. «¿Cómo quieres la leche, caliente o fría?» y mientras que con un ojo está pendiente de que la leche no se derrame, con el otro intercambia miradas de complicidad con Manuel. ¡Qué sí, que es verdad! Es ella quien se ocupa de servir esa mesa con la clara intención de provocar ese acercamiento entre los dos.
Su descaro durante aquel desayuno lo puso de manifiesto cuando me sirvió la leche caliente y se llevó una de las galletas que previamente me había cogido para tener algo que mojar. La cogió con toda naturalidad, no dijo nada ni antes ni después, no se delató ante los demás. Se sabía en desventaja.
Manuel. Silencio en tus labios, Domingo, 20 de abril, 2003 (8)
Se puede entender que a Manuel no le pregunta, no hay intercambio de palabras entre ellos, se mantiene un discreto silencio «no dijo nada ni antes ni después» Las palabras están de más y Ana parece no querer ponerse en evidencia, porque ya se sabe y siente el centro de atención de todo el mundo, en particular, como en el caso de Manuel, de los que esperan ver en ella una demostración de cariño, una confirmación de ese enamoramiento.
Esta secuencia no está demasiado bien explicada en la novela, por no alargar demasiado el relato y por preservar esa discreción, pero el caso es que Ana no se limita a echar la leche y seguir con el reparto como si nada. Se deduce que al robar una de las galletas de Manuel, provoca un mayor acercamiento entre ambos, ella se ha de echar un poco hacia delante.
Como si necesitara colocarme bien, dejé un momento la jarra sobre la mesa, le robé una de las galletas, cuando me pareció que nadie tenía puesta su atención sobre mí, y me la llevé para comérmela cuando fuera mi turno para el desayuno. Me la hubiera comido delante de sus narices, pero pensé que ello me habría delatado y era el pago porque durante la cena del día anterior habíamos compartido el postre.
Se busca una distracción para dedicarle a él más tiempo que a los demás y no marcharse de vacío. dado que los de su grupo no está desayunando, porque lo harán en el segundo turno. Tiene hambre, pero no solo porque le suenen las tripas, si no de cariño, de complicidad, de demostrarse a su chico que todo ese enamoramiento que le desborda es por él.
Manuel, que ya lo había dispuesto todo para su desayuno, se encuentra con que ahora su taza de leche está llena, según el criterio de Ana, como si ésta conociera sus gustos y además del montón de galletas ha desaparecido una, que entendemos Ana le quita de manera disimulada para no ponerse en evidencia delante de los demás, pero de lo que Manuel se da cuenta.

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