La paraba del autobús se encontraba cerca de la parroquia, a unos doscientos metros del portal de mi casa, lo que era fácil deducir que para Manuel sería algo así como la distancia hasta el patíbulo, con la suerte de que quien iba a su lado no era su verdugo, sino su amada, que el encuentro con mis padres más que un susto de muerte debía ayudarle a ganar confianza en sí mismo. Ya se había enfrentado a aquella situación en el mes de julio y dentro de lo complicado de la situación, entonces no les había dejado tan mala impresión como él suponía, aunque por su parte éstos le hubieran acobardado. En esa ocasión la situación estaría un poco más normalizada, no habría sorpresas para ninguno y todos estarían un poco más mentalizados. Hasta mi madre se había preocupado porque el dormitorio de mi hermano estuviera en condiciones para que Manuel se instalara allí el fin de semana, se sintiera cómodo, como en su casa, aunque sin olvidar que estaba en la nuestra. Iba a mi casa como mi novio y no como un extraño al que hubiera recogido de la calle, como tal vez pareciera en la primera ocasión.
Ana: ¡Venga, cobarde! – Le dije con jocosidad. – Si quieres causarles una buena impresión a mis padres, será mejor que ahora no te lo pienses.
Manuel: Tú aún no te has encontrado con toda mi familia. – Alegó en su defensa. – Tu madre estará sola y ya me conoce.
Ana: Por eso te espera. – Le contesté. – Te aseguro que no muerde y que está encantada con la visita. Fue ella quien insistió en que te quedases en casa.
Manuel: Prefiero no contestarte a eso. – Me respondió. – Se me ocurren muchas razones menos optimistas. – Alegó con cierta ironía y toda intención. – No le crítico, entiendo que sea así.
Ana: ¡No me hace falta mi madre para mantenerte a raya! – Le contesté con firmeza.
Me molestó un poco que se mostrase tan injusto con mi madre y, sobre todo, me hiciera ese tipo de insinuaciones tan poco afortunadas por las que se perjudicaba a sí mismo y ponía de manifiesto su poca coherencia moral, aparte del respeto que sentía hacia mí. Si era ese el planteamiento que tenía sobre nuestra relación no merecía la pena ni que hiciéramos planes a largo plazo, ya que no tendríamos ningún futuro y, por poco que me buscase las cosquillas, tampoco presente. Por mi parte buscaba un necesitaba un novio con quien compartir inquietudes, ratos de oración y en general toda mi vida, no a alguien que tuviera el cerebro en el lugar equivocado. Le salvaba el hecho de que le conocía lo suficiente como para no sacar conclusiones equivocadas de sus palabras y que entendía que no eran más que comentarios jocosos provocados por su nerviosismo, hablaba sin pensar o sin tener muy en cuenta quién escuchaba esos comentarios tan poco afortunados.
Con las llaves en la mano fui abriendo puertas mientras me seguía como un dócil corderito, en aquella ocasión no tuve que cogerle de la mano ni tirar de él, se subió solo en el ascensor hasta el punto de que tuvo el atrevimiento de ser quien pulsara el botón para subir, como si tuviera asumido que no le quedaba otra salida y estuviera dispuesto a enfrentarse a quien hiciese falta para merecerse de todo mi cariño y con ello compensar en lo posible las torpezas de sus palabras. Quiso demostrar seguridad en sí mismo y que el encuentro con mis padres no le acobardaba tanto como me había hecho creer en un primer momento, aunque la verdad era que su capacidad para ocultar sus verdaderos sentimientos no resultaba tan convincente como pretendía. Si no hubiera sido porque yo iba con él, la deducción más lógica era que me hubiera esperado en el portal hasta que se me hubiera ocurrido aparecer por allí. Su actitud era poco seria, pero al menos no se echaba hacia atrás y se daba una oportunidad.
El saludo con mi madre fue bastante cordial. Ésta se mostró afable en todo momento con idea de que él se sintiera bien recibido y quedase en el olvido lo sucedido en julio, que por lo que me había contado, había sido como si le hubieran echado a patadas de mi casa. Tampoco es que mi madre hubiera mejorado en mucho el concepto que se había creado después de tres meses, pero gracias a mis conversaciones con ella y lo visto por mí misma. Mi madre ya se empezaba a convencer que no se trataba de un chico al que me hubiera encontrado por la calle, tan solo alguien un tanto peculiar al que había conocido en un ambiente religioso y de quien tenía referencias por parte de mis amigas, aunque no todas le fueran muy favorables, pero prefería quedarme con lo positivo, a pesar de que mi madre no fuera tan subjetiva. En su favor mi argumento estaba en que tan solo necesitaba convencerse a sí mismo de que era mejor de lo que se consideraba.
Hasta que llegó mi padre y nos sentamos a cenar, hubo tiempo para que Manuel se instalara en el dormitorio, para lo cual agradeció que le ayudase; en parte fue por buscarle una excusa para que no se sintiera incómodo ante la presencia de mi madre y que ésta viera que no me desentendía del todo de él. Tenía interés por saber cómo se vestiría para la boda, dado que, en caso de que lo necesitara, dispondríamos de la mañana siguiente para solventar cualquier deficiencia en su vestuario. Por mi parte no esperaba que se presentase vestido como si acudiera a una misa dominical. Para mi tranquilidad, no es que se hubiera traído un traje, pero su vestuario incluía camisa blanca, chaqueta y corbata, de manera que no desentonaría en exceso. Mi preferencia y expectativa hubieran sido un vestuario un poco más conjuntado, pero me encontré sin argumentos para recriminárselo, dado que al menos había acudido a la boda, a pesar de que tan solo había dispuesto de tres semanas para organizarse. En cualquier caso, la atención estaría en los novios y no en nosotros.
La torpeza de Manuel, lo que de verdad me molestó, fue el inoportuno comentario que me hizo cuando tuve la ocurrencia de mostrarle mi vestido para la boda. El error fue mío por no haberme esperado hasta que me lo viera puesto y que hubiera sido una sorpresa, confiaba que agradable. Sin embargo, sin que se detuviera a pensar en ello, le afloró la vena paternalista y en vez de aludir a lo preciosa que estaría así vestida y más cuando terminara de arreglarme, resaltó la frescura del vestido, su impresión de que tal vez fuera poco recatado o demasiado fresco para esa época del año. Le faltó delicadeza y le sobró sinceridad, ante lo cual me dieron ganas de mandarle a hacer gárgaras y que se marchara por donde había venido, o por la ventana, porque me era indiferente. Le salvó que nos habíamos comprometido a asistir a la boda y no había tiempo para enfadarse hasta ese extremo, pero se me quitaron las ganas de ser muy sociable con él.
Cuando llegó mi padre, la mesa del comedor ya estaba dispuesta para la cena, que por mi parte hubiera preferido que incluyera a mi hermano, pero mis padres habían organizado algo más privado, que ya habría una mejor ocasión para una reunión con toda la familia. Mis padres pretendían que la cena de aquella noche sirviera para limar diferencias entre Manuel y ellos. En cierto modo, mi padre pretendía que hablásemos y concretásemos lo que Manuel y yo habíamos acordado durante el mes de agosto por medio de mis cartas. No les bastaba tan solo con sus buenos propósitos, si éstos no se plasmaban de algún modo. Ya había invertido algo en mi cuenta vivienda, pero era un dinero que había sacado de sus ahorros, con el inconveniente de que no disponía de una fuente de ingresos estable, de manera que sus buenas intenciones a medio plazo le suponían un perjuicio, aún en el supuesto de que tuviera el respaldo de sus padres, pero los míos preferían que el compromiso lo asumiera él.
Mi padre le ofreció y planteó la posibilidad de que trabajara en la gestoría, donde no sería complicado encontrarle un puesto y garantizarle una estabilidad que en aquellos momentos no tenía. Incluso le planteó la posibilidad de que el asunto del alojamiento se solventara, si se instalaba allí, en nuestra casa hasta que encontrásemos una alternativa que se ajustase a su presupuesto. Tal y como estuvo planteada la situación, no hubiera tenido más que aceptar y en un par de semanas incorporarse a la plantilla de la gestoría, una vez que hubiera resuelto sus asuntos personales en casa de sus padres e incluso habría tiempo para resolver cualquier pequeño detalle que precisase una aclaración antes de que todo aquello quedase plasmado por escrito y requiriera su firma para darle validez legal. Mi padre hablaba completamente en serio y no se trataba de que Manuel sintiera que se le ponía a prueba o que según fuera su respecta mi padre se mostraría más o menos favorable con nuestra relación. La única intención de éste era facilitarnos la situación, que no estuviéramos tan distanciados y nos fuera más fácil pasar juntos más tiempo y conocernos mejor antes de dar el gran paso, si es que lo dábamos algún día.
Consciente de que en aquellos momentos, por causa de aquel inapropiado comentario sobre mi vestido, nuestra relación estaba un poco tensa, que quizá la situación no era la más idónea para que mi padre le hubiera hecho aquella propuesta, aparte de que se sintiera más o menos cohibido por la situación en sí y las expectativas de vivir en mi casa con la tensión que ello le generaba. Rehusó, aunque tampoco le supo dar a mis padres argumentos de peso, tan solo que le parecía un tanto precipitado. Tuvo suerte de que no fuera una chica vengativa, porque en aquellos momentos casi hubiera apostado más por ponerme del lado de mis padres y que éste se encontrase en una difícil disyuntiva, dado que aquella postura casi hubiera supuesto el fin de nuestra relación, como si hubiera interpretado su negativa como un desplante conmigo. Sin embargo, me puse de su parte y le di la razón, argumenté ante mis padres que aún era pronto para que ese trato diario fuera positivo para nuestra relación y era mejor que se nos concediera un cierto margen de libertad en cuanto a nuestros encuentros. En cierto modo fue como si admitiera que para mí era un descanso no verle y prefiriera sentir el anhelo de su ausencia antes que el disfrute de su compañía.
Dado que la conversación se volvió un poco tensa por la cuestión del trabajo, a mi madre se le ocurrió aludir a nuestras expectativas y planes de boda, aunque a diferencia de mi padre, esto se planteara a más largo plazo, pero, si Manuel ya se había comprometido conmigo en el asunto de la vivienda y nuestra relación parecía ir tan bien, lo lógico era que pensáramos en ello, más aún por el hecho de que hubiera acudido a mi casa por la boda de Carlos. Lo cierto era que no habíamos tenido ocasión de aludir a ello y, como tal, el uno desconocía las expectativas del otro en cuanto a esa previsible celebración. La cuestión es que con mi padre mantenía algunas discrepancias con respecto al planteamiento y no me convencía demasiado el hecho de que se pensara en algo a lo grande, como un acto social donde el coste casi era lo menos relevante, aún en el supuesto de que mis padres asumieran todo el coste, ya que por lo que sabía de su familia, dudaba bastante de que éstos estuvieran a la altura de las circunstancias y por su situación tampoco se podía esperar que éste aportara mucho en ese sentido. Me llegué a temer que tendría que ser yo quien confeccionara su lista de invitados para que a la boda acudiera alguien del Movimiento, aparte de mis amigas.
Lo que mi madre consiguió con aquellos comentarios fue que Manuel se acobardara un poco ante la situación, en cierto modo era lo que se ha había buscado y lo que mi madre pretendía, que de una manera sutil quedase patente que entre nosotros había demasiadas diferencias. Lo que en mi estado de ánimo era casi como darme argumentos para que el domingo se marchara a casa con la seguridad de que ya no querría volver a verle, salvo que coincidiéramos en alguna de las actividades del Movimiento y le tratase como a los demás. Sin embargo, por muy ofendida que estuviera por su comentario y fuera menor el apoyo que nos daban mis padres, no estaba dispuesto a ceder a las presiones. Aunque en aquella situación era normal que me encontrase en una difícil tesitura y necesitara que me demostrase su madurez, que estaba a la altura de las circunstancias y se mantenía firme ante las dificultades. Tal vez lo más grave fuera que me gustara o no la expectativa, Manuel se quedaría hasta el domingo. ¡El fin de semana se nos haría muy largo como aquello no se solucionara de alguna manera!
