Manuel – Silencio en tus labios. Libro 3

Cuando desperté por la mañana aún no eran las diez y media en el reloj, evidencia de que no había dormido demasiado, pero me sentía descansado y ante la incertidumbre de los acontecimientos y planes para aquel día me sentía un tanto desvelado, aparte de que yo fuera de dormir a mis horas. Otra de las razones fue que sentí movimiento en el piso y, hasta cierto punto, me causó apuro quedarme en la cama, como si me escondiera, cuando se sentía despierto y descansado. Aunque fuera una justificación un tanto inapropiada, consideré que ante los padres de Ana debía quedar claro que no habíamos pasado la noche juntos e incluso que el hecho de yo estuviera levantado evidenciaría que no nos habíamos acostado tan tarde. En cierto modo, me lo planteé que era una actitud que hacía por el bien de los dos, aparte de que ayudara a mejorar el concepto que se tuviera de mí en aquella casa, por si no fuera suficiente argumento que Ana estuviera enamorada de mí, porque el hecho de que estuviera enamorado de ella hasta cierto punto como alegato no me ayudaba demasiado, porque daba la impresión de que ésta estaba falta de criterio, si me correspondía.

La madre se había marchado y a quien me encontré fue al padre lo bastante relajado como para que no me tuviera que inquietar por sus suspicacias, a parte que después de la actitud conciliadora del día anterior para mí suponía un alivio aquella tranquilidad, que tal vez me preocupaba sin motivos. Todo lo que se tuviera que hablar era asunto a tratar entre Ana y sus padres. Quizá mi opinión importara, pero tampoco tanto como para que la tuviera que hacer valer sin que me la pidieran. Los acontecimientos del día anterior ya me habían dejado clara su opinión en lo referente a nuestra relación y sobreentendía que era Ana quien debía decir la última palabra. Mientras ella me quisiera, tendría abiertas las puertas de su casa, pero en cuanto cambiara de parecer, quizá en un primer momento sus padres se mostrarían contrariados, pero al final se pondrían de su lado, en lo referente a aquella mañana, mis prisas por recoger se condicionaban más por la urgencia que tuviera en volver a casa. Mi idea e intención era quedarme todo el día, aunque después de lo hablado entre Ana y sus amigas, mi regreso se había adelantado a aquella tarde. Muy a mi pesar Ana no me quería retener a su lado.

La puerta de su dormitorio se encontraba cerrada y por el silencio que reinaba en el piso la deducción lógica era que aún dormía, sobre todo que esperaba que nadie le molestara, lo que tampoco era mi pretensión en aquellos momentos porque aquella osadía hubiera tenido peores consecuencias y repercusiones que mi inoportuno comentario referente a la frescura de su vestido. Tampoco es que ella pretendiera que me olvidara que se encontraba allí, más bien que por el hecho de mantener aquella puerta cerrada le demostrara mi respeto y la sinceridad de mis sentimientos hacia ella, que no me comportase en su casa como si estuviéramos en una convivencia y por seguir las costumbres me sintiera obligado a despertarla. Estábamos en su casa y hasta cierto punto era factible pensar que el padre se había quedado de guardia, velaba porque esa puerta se mantuviera cerrada o que en caso de abrirse se hiciera desde el interior para que fuese Ana quien saliera y no yo quien entrase, dado que en tal caso la puerta que el padre me abriría para que saliera, sería la de la calle, para no sentirme muy orgulloso cuando me la cerrase para siempre.

Para hacer tiempo y tener una distracción mientras Ana no despertara, dado que no me sentía con mucho ánimo para mantener una charla con el padre, porque recién levantado no me sentía muy presentable, con el permiso de éste considere que debía darme una ducha porque después del chaparrón que me había caído encima la tarde anterior  y de todo lo sucedido durante el banquete, mi cuerpo me pedía una ducha relajante, que no me había dado al llegar por lo intempestivo de la hora y ante el hecho de que debía compartir el turno con Ana había optado proponerme el pijama y meterme en la cama, que la dicha quedase pendiente para cuando despertara. De ese modo, además, el padre me tendría localizado y en el supuesto de que Ana tuviera la tentación de buscarme se encontraría con que no había nadie en mi dormitorio y que el acceso al cuarto de baño le estaba vetado. Como mucho tendría motivos para quejarse por la espera.

Cuando terminé de ducharme, cerré el grifo del agua con intención de salir de la bañera, el repentino silencio permitió que oyera los movimientos y ruidos procedentes del resto del piso. Escondido y encerrado como me encontraba tenía la oportunidad de escuchar sin ser visto, como si durante el tiempo que permaneciera allí ellos se pudieran sentir como en cualquier otro día, lo que me daba la oportunidad de escuchar o intuir cómo era un día normal en aquel piso, aunque la ausencia de la madre y la certeza de que Ana me tendría presente en todo momento desvirtuaría aquellas impresiones, pero al menos tendría la oportunidad de  sentir su naturalidad, conocer una faceta de mi novia de la que hasta entonces se me había privado, la primera vez por la tensión y las prisas y el día anterior por causa de aquel malentendido. Sin embargo, aquella mañana entre Ana y yo no había ningún conflicto, tan solo el deseo de que nuestra relación siguiera y esforzarnos en que fuese para siempre.

Ana: Buenos días.- Oí que saludaba a alguien y deduje que sería a su padre.- ¿Qué? ¿De guardia?- Le preguntó con complicidad filial.

Padre: No, barriendo.- Le respondió.- Había un reguero de flores por el pasillo.- Se justificó.

Ana: Deben ser del ramo.- Le explicó.- Nos le regalaron.

Padre: Entonces ¿habrá boda?- Le preguntó contrariado.- Me parece pronto para que vayáis tan en serio.- Le indicó.- Mejor que esperéis un poco.

Ana: De momento no.- Le respondió para que no se precipitase.- ¿Y mamá?- Le preguntó.

Padre: Me dijo que se iba a misa y después se acercaría por casa de tu hermano.- Le aclaró.

Ana: Entonces ¿No la veremos en todo el día?- Le preguntó contrariada.- ¿Ha pasado algo?

Padre: No, tranquila, no pasa nada.- Le respondió y aseguró.- José llamó anoche y le pidió que fuera.- Le explicó y con ello desvinculó la ausencia de la madre con su malestar por mi visita.- Son asuntos de tu hermano.- Aclaró.- Vosotros estad tranquilos y seguid con vuestros planes para hoy.

Ana: No sé si nos dará tiempo a ir a misa de doce.- Le comentó.- Quizá nos hemos levantado un poco tarde.- Alegó.- Él se volverá a casa con la gente de Toledo, pero hasta después de comer tenemos tiempo.

Padre: Hay comida preparada, pero, si os apetece, comemos fuera.- Le propuso.

Ana: Deja que me despierte y después te contesto.- Le respondió.

Padre: Tan solo es una idea.- Se justificó.- ¿Qué tal acabasteis anoche?- Le preguntó.- Tu novio no es muy hablador, pero me ha dicho que bien.

Ana: No estuvo mal.- Le respondió.- Tuvimos tiempo de aclararnos y nos metimos en la fiesta como los demás.

Padre: Entonces ¿Todo va bien?- Le preguntó para cerciorarse.

Ana: Sí, perfecto.- Le respondió para alivio mío.- Es un encanto y tan solo hay que conocerle.- Argumentó.- Es un chico un tanto peculiar, pero nos entendemos.

Padre: Ya tuve ocasión de charlar con él ayer y no me parece que sea mal chico, tan solo hace falta que le den un empujón de vez en cuando.- Le comentó.- Como os dije, me parece que será fácil hacerle un sitio en la gestoría.

Ana: ¿En serio que le ves con aptitudes?- Le preguntó contrariada.- Lo que le pierde que no es muy sociable y en ocasiones tiene demasiada imaginación.

Padre: Si tú le quieres, estoy seguro que podremos darle esa oportunidad.- Le respondió.

Preferí no seguir escuchando la conversación. No era asunto mío y me parecía una indiscreción por mi parte dejarme llevar por la curiosidad al amparo de tener la puerta cerrada. De algún modo ya me daba por satisfecho con lo que había escuchado y hasta cierto punto motivos suficientes para centrarme en mis propias conclusiones y deducciones al respecto. Entendía que Ana era sincera con su padre con respecto a nuestro futuro más inmediato, ya que sin duda la cuestión del ramo sería algo que daría que hablar, aunque los dos considerábamos que no había necesidad de tomárselo con tanta prisa y menos aún en vista de los precedentes, que cualquier pequeño incidente provocaba que saltaran chispas entre nosotros, ante una evidente falta de comunicación o de complicidad. Nos faltaba tiempo de estar juntos más que sentimientos, pero las distancias se convertían en el principal obstáculo, en cierto modo también las motivaciones de uno y otro, en especial por las dudas que a los demás se les planteaban, si es que consideraban que nosotros no teníamos mucho futuro como pareja debido a lo distinto que éramos más que a lo distantes que viviéramos. Por mi parte consideraba que tanto Ana como yo estábamos seguros, en cualquier caso, nos dábamos una oportunidad.

Cuando terminé vestirme y salí al pasillo, me encontré con que Ana se había escondido de mí. Había tenido la ilusión de encontrarme con ella, que el despertar de aquella mañana fuera un poco más especial, que tal vez tuviera algún detalle conmigo que confirmara que lo sucedido durante el banquete no había sido fruto de mi imaginación, sobre todo que, una vez superado el compromiso de la boda, los dos nos podíamos relajar. Sin embargo, daba la sensación de mantenía la misma actitud del día anterior, que aún seguía algo fría y distante conmigo, aunque no fuera por algo que yo hubiera dicho o hecho que le molestase. Por mi parte confiaba en que nuestra relación se basara en los buenos momentos compartidos, en los planes que compartiríamos y no se destacaría por las discrepancias que surgieran entre nosotros. Como le había oído decirle a su padre, nos entendíamos y eso era lo que los dos valorábamos por encima de todo.

El padre seguía allí, escoba en mano, aunque mi impresión era que más que barrer el suelo, que de por sí ya estaba limpio, barría malos impulsos, demostraba una cierta desconfianza o prudencia ante los acontecimientos, de tal manera que su sola presencia bastó para que Ana no considerase prudente que nos cruzásemos. De hecho, me di cuenta de que ella estaba pendiente de mis movimientos cuando la sentí moverse a mis espaldas, que pasó de su dormitorio al cuarto de baño sin darme ocasión a que la viera, tan solo escuché cerrarse la puerta. En cualquier caso era una situación a la que no le di mayor relevancia, entendía que en aquellas circunstancias no se sintiera muy sociable ni propensa a muchas familiaridades conmigo, se imponía el respeto y la autoridad paterna. Era su manera de darme a entender que estábamos en el punto de mira y debíamos hacer méritos para que aquella no fuera mi última visita ni noche que pasaba en su casa, que al menos por su parte no tenía interés en que sus padres se mostrasen recelosos conmigo, aunque se mostrasen protectores con ella.

Desayuné en compañía de su padre, quién me insistió para que no esperase a Ana porque llevábamos el tiempo juntos para marcharnos y no estaba claro cuánto se entretendría ella. Él estaba dispuesto a acudir a la misa de todos los domingos y contaba con que le acompañaríamos, lo que en principio era nuestra intención porque yo no tendría muchas más ocasiones ese día, que se hubiera adelantado mi marcha a aquella tarde alteraba todos mis planes en ese sentido, por ahorrarme el trastorno y gasto del autobús renunciaba a pasar la tarde con mi novia. En esa ocasión no tenía motivos para culpar a sus padres, pero entendía que debía mostrarme colaborador con éstos, demostrarles que me adaptaba a sus planes y que tenía intención en agradarles, causarles una mejor impresión que la primera vez.

Como se hacía tarde, el padre me propuso que esperásemos a Ana en el recibidor, estaba casi seguro que ella no tardaría en estar lista. Sin embargo, cuando la vimos salir del cuarto de baño y nos fijamos en la hora que era las explicaciones estuvieron de más, se nos hacía tarde y nuestra presencia e impaciencia no favorecían que Ana se diera más prisa en terminar de asearse, por lo cual, no tuvo reparo en sugerirnos que no la esperásemos. Nos dijo que ya nos alcanzaría o reuniría con nosotros en la iglesia, porque estaba segura de que le daría tiempo a llegar, si no le distraíamos. Su padre prefirió no llevarle la contraria, comentó algo referente a que Ana era como su madre y era preferible que le hiciéramos caso. Me dio la sensación de que quiso compartir conmigo su experiencia, aunque no me tomase sus palabras como una indirecta para que me replantease mi futuro con Ana, en todo caso resaltó un detalle de su carácter y personalidad, que era una mujer de carácter.

Dado que la parroquia se encuentra al otro lado de la calle, tampoco suponía tanto problema que la esperásemos allí, aunque por mi parte hubiera querido dar ese paseo en compañía de Ana, que ello enmendara el de la tarde anterior, la tensión que se había creado entre nosotros, pero me tuve que conformar con la compañía de su padre, quien me dio la sensación que tan solo pretendía evitar que no me perdiera por el camino, que se hacía garante de que Ana se encontraría conmigo cuando acudiera a misa. Después de las ocasiones que por uno u otro motivo había acudido a aquella iglesia me quedé con la sensación de que siempre surgiría algún problema para que acudiéramos juntos. Era como si escondiéramos nuestra relación cuando nuestro deseo era que ésta empezase a ser conocida por todo el mundo. En cualquier caso, quedaba patente que al menos me había ganado el favor de su padre, lo que decía bastante en mi favor, aunque me inquietaba el hecho de que la madre se mostrase un tanto distante conmigo, aunque aquella mañana fuera por atender asuntos familiares.