Superado aquel primer trance, y dado que tenía las manos libres, mientras sujetaba la puerta con un pie para que no se cerrara, en cuanto Manuel hizo el intento de acortar distancias conmigo, como si esperase que aquel saludo incluyese un beso de reconciliación, le agarré y tiré de él hacia mí para que los dos entrásemos en el portal y se cerrara la puerta, que nos evitáramos el hecho de tener a toda la ciudad como testigo de nuestra reconciliación.
Ana. 25 de julio
En esta entrada pretendo hablar sobre primeras citas, reconciliaciones, reencuentros. Sigo con mis reflexiones sobre la secuencia del portal, dado que mantengo mi impresión de que es un momento muy intenso, del que se pueden sacar algunos detalles relevantes, llenos de romanticismo, pero también del planteamiento con respecto a la personalidad de los dos protagonistas, ya que hasta este momento puede decirse que cada uno ha tirado por su lado, ha tenido su vida, no parecía que tuvieran mucho en común y sin embargo, según ha ido avanzando la novela, se ha provocado ese acercamiento entre ambos hasta el momento en que por un desliz o algo premeditado, a Ana se le escapa esa declaración de amor, es detalle de complicidad, que a Manuel deja un tanto descolocado, porque se esperaba una recriminación, un «olvidate de mí de una vez»; un «esta vez te has pasado de la raya»; un «a mí no vuelvas a dirigirme la palabra», un «con esto has llegado al colmo de mi paciencia»; un «punto y final», pero lo que recibe, aparte de esa mirada un tanto seria y recriminatoria por parte de Ana, es un «Te quiero, tonto, luego hablamos».
Aquí, en la escena del portal de nuevo están los dos solos, de nuevo Ana se dispone a entrar, a cruzar esa puerta y Manuel se encuentra en mitad de la calle, pero esta vez sin tener muy claro dónde ir o cómo regresar con sus amigos, a la Casa de Ejercicios. En principio casi parece una escena calcada, con la diferencia de que he cambiado el alojamiento de las chicas por la casa de Ana y el alojamiento de los chicos por la Casa de Ejercicios. En aquel «Camino de Emaús» se dieron un largo paseo en silencio, después de que Manuel hubiera cometido una de sus torpezas por hablar de más. Y lo que entonces no debían ser más de tres o cuatro kilómetros, ahora ha sido un «camino» de dos meses y medio, de tres si contamos desde que se despidieron y vieron por última vez en la pascua. Esta vez también es Ana quien tiene las llaves, aunque se las haya guardado en el bolsillo y preferido que sea su madre quién le abra a través del portero automático. Esta vez después del paseo hay un evento importante al que ninguno de los dos quiere faltar y para lo que necesitan ir con la mente despegada y el corazón abierto.
Ana le vuelve a echar esa mirada de recriminación a Manuel, por su actitud un tanto egoísta, por no haber contado con los planes y sentimientos de ésta. Y de nuevo Manuel se siente un tanto perdido descolocado, con la sensación de que ha metido la para de tal manera que Ana le va a cerrar la puerta en las narices, esta vez con idea de no querer saber nada de él, pero esta vez de verdad. Ya le ha dado plantón en una ocasión, de aquel pronunciar su nombre para descartarla como compañera del Camino de Emaús, pasa a no querer participar de sus planes, de ese fin de semana organizado por esta para poder estar juntos y cuando ha visto que ésta tampoco respondía a sus llamadas ni a sus cartas, sencillamente se ha rendido, no ha insistido más que si está allí, como sucedió en el Camino de Emaús, no es por sus méritos, sino porque se ha visto arrastrado por los tejemanejes de los demás. Quiero pensar que lo de aquel día tampoco fue muy diferente, que Ana se quiso cubrir las espaldas por su acaso, aunque la situación se le fuera un poco de las manos. Ahora, sin embargo, ella no está allí porque haya pretendido de algún modo, vengarse, «darle celos, y haya buscado ese ilícito y tramposo intercambio de pareja, aunque sí haya sido su pareja de amigos quienes le hayan dejado dejado «el paquete en el portal de su casa».
Lo que de verdad cambia, es que ahora Ana se da la vuelta y tras echarle esa mirada de recriminación, de enfado, no avanza ni un paso, no le hace falta, Manuel se encuentra lo bastante cerca como para que ella sostenga la puerta con un pie y al tener las manos libres se abalanza sobre Manuel, pero no para decirle al odio que sigue enamorada de él, sino para agarrarle y tirar de él hacia el interior del portal para esconderse de la gente, porque esta vez no hay nadie que les observe dentro, pero sí demasiada gente por la calle. Intuye la previsible resistencia de Manuel, lo comprometedor del momento, pero no consentirá que se le escape de nuevo. En realidad, lo que a Manuel le tiene que preocupar no es la presencia de las amigas de Ana, porque ya es consciente de que no están, si de la madre de Ana, que es, si cabe, menos tendente a ciertos comportamientos.
La puerta de Ana

En el mundo, allí donde Ana se siente a salvo, se refugia, por lo que hemos leído de la novela, siempre hay alguien. Es su espacio personal y esa puerta, de la que ella siempre tiene llave, se abre y se cierra para quién ésta considera según el caso. En el despertar del domingo por la mañana, cuando son los chicos quienes acuden al alojamiento de las chicas para rondarles, para despertarlas con sus cantos y alegría, también es una puerta la que se interpone entre Manuel y ésta. Ella se encuentra metida en el saco de dormir y los demás la observan desde el pasillo, a través de la puerta abierta del dormitorio. y cuando los chicos empiezan a estar de más, tardan poco en echarles a la calle y cerrarles puerta. Pero en esta ocasión es la propia Ana quien propicia que Manuel cruce ese umbral, le agarra de la mano y tira de él, para que no se quede en la calle.
Si lo que se esperaba era un beso, una vez que ya le tenía atrapado, lo que recibió fue una recriminación porque llevaba un mes sin saber nada de él, que tras su intento del retiro se hubiera dado por vencido y, sin embargo, se le hubiera ocurrido asistir a la convivencia de novios y lo utilizara como excusa para vernos.
Ana. 25 de julio
Y una vez que cruzan el umbral del postal, que se cierra la puerta tras ellos, Ana no se reprime a la hora de abrir el corazón, se sincerarse, de echarle en cara, aunque con cariño, su actitud de los meses previos, esa falta de confianza, esa sensación de impotencia por su parte al no sentirse lo bastante valorada, ya que tras lo hablado en la pascua tras esa confesión de su amor, por causa de ese desencuentro, ella se siente un tanto defraudada, porque éste se ha rendido antes de tiempo, de darse una última oportunidad, cuando con anterioridad, ella hubiera apostado lo que fuera a que no la olvidaría con tanta facilidad. sin embargo, ella ya no quiere lo de antes, ya no necesita esperar a que sean los demás quienes les den una excusa para volver a juntarse, le quería la otro lado del teléfono, que hubiera insistido un poco más, sobre todo si planeaba acercarse por allí para volver a verla y que hablaran.
Ella, en mayo, había planificado un fin de semana para los dos, entendemos que con una mentalidad y en un ambiente similar, tal vez sin llegar a estar encerrado en un mismo lugar todo el tiempo, porque se habla de que Manuel se hubiera alojado en casa de un amigo de Ana. ella entonces contó con él, sin dudarlo un momento y ahora que es él quien hace planes, en lo que se plantea que ella se incluya, no solo no la llama a la espera de una respuesta positiva, sino que tampoco negativa. se presenta allí sin más con el único alegato de que alguien, una amiga de Ana, le ha asegurado que ella no saldrá corriendo en cuanto le vea. Hubiera sido una excusa y una ocasión para enmendar sus torpezas y que Ana se sintiera valorada
Esperaba un beso
Y lo que se lleva de Ana, aparte de que ésta entrelace una de sus manos con la suya, es que con la otra le hace callar, no le deja hablar, en cuando éste empieza a buscarse excusas, a ponerle objeciones al hecho de que le lleve a su casa y haya de conocer a la madre de Ana. Intenta explicarse, justificarse, hacer valer sus planes y planteamientos, que no le importa esperarla en el portal, si ella necesita subir a casa, pero que él no se siente preparado ni mentalizado para pasar de ese punto. Ana le ha vuelto a abrir el corazón de par en par, se muestra dispuesta a dar por olvidado su primer desencuentro y le parece poco que su reconciliación llegue hasta allí. Están en su mundo, en su casa y allí decide ella, entendiendo que cuando la situación sea la contraria, será ella quien se habrá de resignar, aunque en ningún caso actúa con maldad, más bien que esta vez no le quiere dejar marchar, que se escape, porque comprende que todo lo que Manuel argumenta no son más que excusas. porque ella le está ofreciendo un voto de confianza y sin embargo tiene la sensación de que éste se comporta cómo siempre, que de nuevo, como hiciera en mayo. le está dando plantón, aunque haya llegado hasta allí para reconciliarse con ella, para enmendar su torpeza o falta de entendimiento.
Le tapé la mano con la boca para que se callara y no se buscase excusas, porque, como siguiera con sus tonterías, al final conseguiría que fuese yo la única que entrase en el ascensor, pero con intención de no volver a bajar,
Ana. 25 de julio
Manuel esperaba un beso, un detalle de cariño, pero se encuentra con que de nuevo Ana se deja llevar por sus propios planes, que se olvida que él no es Carlos, su exnovio, y se ha de plantear esa situación con un poco más de tranquilidad, por lo cual no está muy claro quien de los dos se equivoca en este caso, aunque es evidente que Ana se comporta así porque necesita expresar todo el amor que aflora de su corazón, el deseo que recuperar esa vida que se vio interrumpida por la ruptura. Tal vez le falta un poco de tacto, de delicadeza, por mucho que aquello le llene de felicidad, para ella sea como el culmen de ese plan que ella ha organizado para llevar a Manuel hasta allí y recriminarle que no haya contado con ella desde el primer momento, desde que le advirtieron que era una exigencia inexcusable que primera se debía cerciorar de que ella estaría dispuesta a verle, a hablar con él.
Pero tranquilos que esta vez no llega la sangre al río, como suele decirse. Más que el hecho de que entienda sus objeciones y reparo a esa visita a su casa, por otro lado, comprensible en esos momentos de su relación. Lo que Ana le pide es una voto de confianza, en ella, que valore el hecho de que le lleva tomado de la mano y que no hay nada que temer, le intenta transmitir esas seguridad que ahora le hace falta y, hasta cierto punto, le implica en lo que para ella no es más que un juego de novios.
Ya sabemos que, tras la charla de Manuel con los padres de Ana, se acaban yendo juntos y que el día termina con una cena a la luz de las farolas. Pero sobre todo sabemos que sí, que sí hay beso, pero cuando bajan en el ascensor.
Reflexión como escritor
Bueno, ¿qué tal se me da a mí eso de escribir sobre primeras citas y reconciliaciones? ¿Resulta creíble, tan romántico como en su momento lo plantee para la novela?
¡Ese beso se hace de rogar! El anterior fue en la despedida de la pascua, a través de la ventanilla del coche y con la presencia de las impacientes amigas de Ana como testigo, nada que ver como esos besos tras la Vigilia, que eran una confirmación de su sintonía como pareja, besos un poco a hurtadillas y a espaldas de sus amigos.
Como escritor pretendo que este primer beso sea un poco más complicado, que Manuel no lo tenga tan fácil, como si Ana pensara que todavía no se lo merece, que la diversión está en hacerle sufrir un poquito para que no resulte demasiado frío. Entiendo que si esta escena, esta historia, hubiera sido real, ella también debería tener el anhelo y deseo de ese primer beso, de esa demostración de cariño y complicidad entre ellos, hubieran llevado mucho tiempo sin verse, sin saber nada el uno del otro. Sin embargo, por mi parte, como escritor, entendí que ese beso debía darse en el momento justo. Este primer beso es de complicidad y hasta cierto punto de perdón porque Ana empieza a comprender que tal vez la situación se ha tensado demasiado, por lo cual es un beso que le debería salir del corazón, cargado de cariño.
Cuando cogí su mano noté su nerviosismo, que estaba algo tenso y no sabía dónde esconderse para escapar de aquella situación tan comprometida, por lo que una vez que nos quedamos solos en el ascensor, y dado que desde nuestro reencuentro las demostraciones de afecto destacaban por su ausencia, no me reprimí más y le di un beso en la mejilla.
Ana. 25 de julio
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