Buenos días, princesa

27 de julio, domingo, despertar

Al final, el día anterior, después de aclarados los malentendidos, había terminado bien para nuestra feliz pareja, con un beso de buenas noches en la mejilla, en el descansillo de las escaleras que subían a los dormitorio, porque no les quedaba más remedio que separarse, que soltarse las manos. De poco servía querer recuperar el tiempo perdido por causa de esos desencuentros, de esa falta de entendimiento entre ambos. En todo caso, lo importante era que, al final, el sábado había terminado bien y se enfrentaban a los acontecimientos del día siguiente con mucho más optimismo. Incluso Ana ha tenido ocasión de informar a sus padres de sus planes y éstos le han dado su beneplácito para que Manuel se quede una noche, porque ya que está allí, no le ha de ser tan fácil escaparse, dado que después no saben cuánto tardarán en volver a verse.

Para Ana el día comienza con el sonido del despertador, a las ocho de la mañana, con la ilusión y la expectativa de que, como cada último día de convivencia, los chicos tendrán el detalle de subir a despertar a las chicas. Esta vez, a diferencia de la pascua, no se encuentran en otra casa, sino en la planta inferior, por lo cual será fácil escucharles subir por las escaleras, con el aliciente de que, como las dormitorios son individuales, ya depende de cada una que se quiera o no dejar ver, que le vengan a rondar con sus cantos matinales. Los chicos van a subir y ella está dispuesta a permitir que Manuel al sorprenda en pijama. ¿Subirán los chicos en pijama?

En aquel despertar de la pascua, ella se escondió en el saco, un tanto avergonzada, cohibida. La situación no era para menos, ante la casi total certeza de que se convertiría en el centro de todas las miradas, de atención, porque se había ausentado de la velada para mantener una conversación en privado con Carlos. Su inquietud había estado en la reacción de Manuel por sentirse abandonado cuando entre ellos empezaba a fluir esa complicidad de pareja. Además, entonces era una relación de la que no todo el mundo era consciente, o al menos así lo creían ellos.

Sin embargo, aquella mañana de julio, no había nada que esconder, ya todo el mundo les había visto acaramelados durante la velada en el patio y, más que intentar separarles, les habían dejado su espacio, porque la pasión reprimida a lo largo del día de un modo u otro debía aflorar. Ambos se debían dar cuenta de que habían estado pensando el uno en el otro en todo momento, a pesar de esa aparente frialdad. De manera que Ana se plantea aquel despertar de una manera espacial, casi olvida que es ella quien le ha advertido a Manuel que debe pensar que su madre está en el descansillo de la escalera, zapatilla en mano, para reprimir cualquier intento por su parte de subir. ¡Le va a dejar que la vea en pijama!

Fotomontaje de la madre de Ana

Pero nada, lo que Ana se encuentra es que en su planta reina el silencio, la tranquilidad, como si no fuera Manuel el único que temiera tomarse con su futura suegra, lo que en su caso está justificado, porque él dormirá en su casa esa noche. ¡Ni ver a la niña en pijama, ni bajo siete capas de ropa! Los buenos chicos no suben a los dormitorios de las chicas. Y si uno no sube, por coherencia, por apoyo moral, los demás tampoco. Hay mucha solidaridad entre los chicos o pocos «ejem» que echarles, aunque las chicas se vayan a mostrar encantadas con la visita. De manera que ante aquel silencio, panorama tan desolador, Ana opta por vestirse, por prepararse a bajar a la capilla, con la pena de que su chico no ha tenido un detalle con ella esa mañana.

Una vez que sale al pasillo se encuentra con que están allí todas las chicas, incluso las casadas, todas compartiendo la misma desilusión «¡Hombres, qué poco detallistas!» Ni tan siquiera los chicos casados se han atrevido a tener ese detalle con su respectiva y amada esposa. ¿Qué ocurre? ¿Tanto asusta la madre de Ana, la idea de que ésta pueda estar allí zapatilla en mano? Se entiende que algunas madres ya están curadas de espanto y, en todo caso, se trata de una convivencia de novios en un ambiente religioso, por lo que se da por sentado que se sabrán comportar. Que las amenazas y advertencias de Manuel en ese sentido no son más que una manera de hablar, de complicidad en la pareja.

Pero….. espera que parece que se escucha ruido procedente de la escalera, ¿Serán los chicos quienes se están organizando para subir? ¿Acaso quieren sorprenderlas a todas para que ninguna se esconda en su dormitorio? Entonces… ¿Qué hacemos? ¿Bajamos o esperamos a que suban? ¿Qué os parece si esta vez les sorprendemos nosotras? ¡A ver la cara que se les pone!

Su descenso por las escaleras se ve animado y acompañado por el canto de los chicos, que les esperan a los pies de las escaleras, de manera que como si fuera un desfile, una recepción, cada una le echa una mirada, se reúne con su amado y así se dirigen hacia la capilla .

En mi caso, como el día anterior, me agarré a la mano de Manuel y no me reprimí a la hora de darle un beso de buenos días en la mejilla.

Ana

Nuestra pareja reza los laudes juntos, comparten el diurnal, lo que da pie a que se pongan en evidencia las diferencias entre ellos, en sus costumbres. que Manuel se siente un poco perdido con ese libro de oraciones entre las manos, mientras que Ana lo manera con soltura, pero al igual que sucedió el viernes con el coche, no tiene reparo en que éste haga gala de su personalidad.

Y, si son capaces de compartir el diurnal, esa mañana es Ana quien no se reprime a la hora de compartir también el desayuno, recordando de algún modo el de aquel domingo en la pascua. «Lo tuyo es mío y lo mío es tuyo». Ana necesita que Manuel confíe en ella consciente de que los acontecimientos de ese día, la visita a su casa puede provocar una cierta tensión entre sus padres y éste, por lo que intenta darle a entender que ella va a ser su tabla de salvación, que espera el mismo trato cuando la situación sea la contraria.

Tras el desayuno es momento de recoger las habitaciones, de que Manuel se vea en la tesitura de dejar claro cuáles son sus planes para esa tarde, si mete su mochila en el maletero del coche de los de Toledo o en el coche de Ana. Para que éste no se vea presionado, ante la expectativa de que Manuel sea más rápido a la hora de recoger, Ana prefiere hacerle entrega de las llaves de su coche y dejar que se ocupe de todo mientras ella termina de recoger su mochila. De hecho, A Manuel le da tiempo a esperarla en la puerta y ayudarla, de modo que cuando ésta quiere dejar su mochila se encuentra con que la mitad del maletero ya está ocupado, que todo el mundo se ha percatado de ese pequeño detalle, que todo el mundo sabe que Manuel se queda esa tarde y ya se apañará para regresar a Toledo por su cuenta,

Por mi parte, sin que se lo confesara, casi prefería que surgiera cualquier percance que le retuviera allí varios días más, aunque, por otro lado, no estaba demasiado segura de hasta cuándo dudaría la condescendencia de mis padres, por mucho que la noche anterior se hubieran mostrado tan benévolos.

Ana

Había ido hasta allí para estar con ella y no me podía marchar sin más, aunque más de uno reconociera que no quisiera estar en mi pellejo, dado que era mucho compromiso.

Manuel

¿Nos vamos ya?

Aún no ha terminado la convivencia, de manera que reprimid esas prisas por poner el coche en marcha. No adelantemos acontecimiento. De todos modos, aunque el despertar haya estado llenos de sorpresas, de momentos cariño y complicidad, la novela ni el día han llegado a su fin.

Era el momento del desalojo las habitaciones, porque se esperaba que después hubiera misa y no se sabía si habría tiempo antes de la comida o de la asamblea, porque la gente de Toledo se pensaba marchar pronto. 

Ana

Los de Toledo tienen prisa por regresar a casa, les queda un largo viaje, aunque ya sabemos que no tanto por las frecuentes visitas de Ana, pero como Manuel se queda, como no será éste quien les retrase la salida, se pueden marchar, mejor que no den ocasión a que se lo piense mejor. Casi mejor que se relaje, que se olvide de las prisas y los agobios porque ya suponemos que ha de estar un poco inquieto por lo que se le avecina, otro cara a cara con sus futuros suegros, siempre y cuando a relación no acabe antes de que ese compromiso sea en firme. Ya os adelanto yo que habrá boda, ya que de lo contrario no tiene demasiado sentido que esta novela, esta historia tenga una segunda parte.

Tengamos un poco de paciencia, no nos vamos, las mochilas se quedan en el coche, el coche en el aparcamiento y nuestra feliz pareja sigue en la convivencia, hasta los de Toledo reprimen sus prisas de momento. Queda la misa, la última comida, la asamblea final y alguna que otra sorpresa que os quisiera adelantar, pero es sorpresa. Pero tranquilos que Manuel no se marcha a ninguna parte, al menos esa tarde y, como es lógico, Ana tampoco. A la Casa de Ejercicios han llegado juntos y se marcharán juntos.

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