Introducción
Después de haber leído la reflexión de hago de esta secuencia de la novela, tal y como la vive y relata Manuel, lo justo es que escuchemos la versión de la parte contraria, que sea Ana quien nos aclare si se han cumplido las expectativas de Manuel en ese sentido.
Lo cierto es que Ana también ha vivido y convivido con él en estos días de convivencia de la Pascua, en particular los momentos y horas previos a este momento, por lo cual es lógico pensar que llegados a este punto también quiera romper con ese silencio que les ha acompañado durante el Camino de Emaús, por eso de que Manuel no se ha disculpado por rechazarla como compañera, aunque gracias a la mediación de una de sus amigas hayan acabado juntos, sin dirigirse la palabra y sin que Ana recibiera respuesta ni reacción a esas miradas de reojo en espera de alguna evidencia de interés por parte de Manuel.
Es momento de que vuelvan a hablar, sobre todo que no dejen pasar el tiempo, hasta que cada uno se encuentre de nuevo en su casa para dejarse llevar por un impulso. El momento es ahora, en caliente. Ella está ahí, junto a la puerta, y él en mitad de la calle.
Ante la puerta abierta las demás no se lo pensaron dos veces y entraron en la casa, tras una rápida despedida de los chicos, de aquellos que habían sido sus compañeros del Camino de Emaús. Como era de esperar los otros dos chicos se lo pensaron poco antes de marcharse, dado que ya nada ni nadie les retenía allí y se les presentaba la oportunidad de ser los primeros en ducharse. Y mientras los demás se despedían, tanto Manuel como yo nos quedamos allí parados, ajenos a todo. Él en mitad de la calle y yo junto a la puerta, con una mano en el pomo y un pie en el escalón, con la mirada puesta sobre él, como si esperase que en el último momento se rompiera el silencio que hasta entonces se había impuesto entre nosotros. A él parecía que los pies se le habían clavado al suelo, como si esperase que le cerrara la puerta en las narices, que me escondiera dentro de la casa para que nos perdiéramos de vista.
Ana, 19 de abril, en la puerta del alojamiento

¿Qué ha de predominar la mente fría o el corazón? ¿Qué ha de predominar la lógica de los hechos, de los acontecimiento o eso que lleva tanto tiempo reprimido? Porque sabemos que Ana ya vino a la Pascua con esa inquietud, dispuesta que la situación no se le fuera de las manos y con esa mentalidad, esa seriedad se ha comportado hasta ahora. A la Pascua no se viene a hacer tonterías, pero nadie mejor que ella sabe lo mucho que se ha divertido con este juego del despiste y lo que le ha dolido sentirse ignorada cuando Manuel lo ha tenido todo a su favor.
Sin embargo, frente su actitud fría y distante, me animé y llevé la iniciativa. Temí que quizá me precipitara, pero, después de los acontecimientos de los meses y días previos, era lo lógico. Se terminarían los comentarios y las dudas respecto a nosotros, la gracia de mis amigas cuando aseguraban que le tenía en el bote y cosas similares, como una manera de reírle la gracia, que no a mi costa.
Ana, 19 de abril, declaración de amor
«Te quiero, tonto. Luego hablamos»
Lo que para la versión de Manuel apenas son unas frases, en la versión de Ana es puro deleite. Habla de sus reflexiones previas, de sus sentimientos, de su vergüenza, de esos tres pasos de separación entre ellos, cómo calcula las distancias, pero no mide sus palabras. Da a entender que casi se lanza a sus brazos, aunque tan solo se acerca lo suficiente como para susurrarle al oído, para después darse la vuelta y cerrar la puerta de la casa delante de sus narices. Sin esperar a conocer su reacción ni a nada, porque ella se siente del todo sorprendida por lo que acaba de suceder. Dado lo discreta que acostumbra a ser, le da apuro que alguien haya sido testigo de ello. Porque, además, esta vez no ha recurrido a sus amigas, ni a esas miradas entre ellos no siempre bien interpretadas. ¡Ha sido ella quien se ha lanzado sin cohibirse lo más mínimo!
¡Cómo para pensarlo y que se sonroje de la vergüenza!
Ana se da cuenta enseguida de que pilla a Manuel totalmente desprevenido, que éste espera recibir una buena bofetada, si es que no tiene el valor de mandarle a la porra, por no decir algo un poco más fuerte.

Pero estamos en la Pascua, esa noche es la Vigilia Pascual y mientras las leyes no cambien, lo del asesinato con premeditación, alevosía y satisfacción personal aún es un delito penado por la Ley. Manuel se espera verla tan enfadada que su reacción le retumbe en los oídos y, sobre todo, en la conciencia, lo que le reste de vida, ¡»el muy….»!
Sin embargo, lo que espera sean unas palabras se le destrocen en mil pedazos el corazón, que el hundan en la peor de las miserias, porque siente que eso es lo que se merece, le suena de una manera completamente distinta. Le provoca un efecto completamente contrario al que se espera. Ana no le arranca del pecho el corazón para echárselo a las ratas de las alcantarillas.
Lo que ella le susurra al oído es lo que en Justicia se merece, porque hasta ahora Manuel ha sido de los que proclamar a los cuatro vientos sus afanes de conquista; se ha puesto en evidencia delante de todo el mundo y ha avergonzado a todas aquellas en las que se ha fijado.
Sin embargo, Ana le da una lección de humildad, consciente de que les observan, porque es lógico pensar que las chicas que ya hay en la casa se han asomado a la ventana, inquietadas por su tardanza y por la inquietante presencia de Manuel en mitad de la calle. Ante lo cual, en vez de colgar un letrero luminoso en la fachada de la casa para que todo el mundo se entere de que ella está enamorada de él, se limita a decírselo al oído y dejar a la imaginación de los demás que piensen lo que ha pasado.
Aquel “Te quiero, tonto. Luego hablamos” me salió del corazón y no tanto de la cabeza. Hasta el punto de que yo misma me asusté, porque tan solo esperaba que hablara conmigo cuando tuviera un momento, no que aquello fuera una confesión de mis sentimientos.
Ana, 19 de abril, declaración de amor
Es más, casi parece como algo que no ha pasado porque parece que no ha habido testigos. Sin embargo, es la propia Ana quien se percata de que ha tenido espectadoras demasiado incrédulas y expectantes.
Cuando entré en la casa, el gesto de las demás era un poema, reflejo de mi propia incredulidad ante lo que acababa de suceder. En seguida me di cuenta de que a ninguna le había pasado por alto lo sucedido en la calle y les picaba la curiosidad por enterarse de primera mano e incluso si lo sucedido tenía alguna relación con el Emaús.
Ana, 19 de abril, entrada en la casa
Decepciona un poco la frialdad con la que Ana parece compartir confidencias con las amigas en esta ocasión, cuando debía tener un brillo especial en la mirada porque se siente enamorada, porque han salido esas palabras de su corazón y han volado al de Manuel, pero ya sabemos que Ana en ocasiones en bastante discreta y la noticia relevante del día, de ese fin de semana es la Pascua, la Resurrección, todo lo demás queda para después, para luego.
Les hablé con entera libertad sobre mi experiencia del Emaús, que no había sido peor ni mejor que las suyas. Por lo que me comentaron, no desentonaba con la impresión general, por mucho que tampoco tuviera algo que contar al respecto. Manuel y yo no nos habíamos dirigido la palabra y la tensión se había notado en el ambiente desde el primer paso. El final de aquel paseo no significaba tanto, mis palabras, mi susurro en su oreja, no habían sido más que un paso más dentro de la vivencia la Pascua para mí, porque sabía de antemano que él y yo coincidiríamos. Tenía la expectativa y propósito de hablar con él antes de que nos separásemos y el tiempo se acababa por momentos.
Ana, 19 de abril, mientras se asea para cenar
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