Aclaración
No hace falta decirlo, pero:
NO A LA VIOLENCIA
Puede dar la impresión de que, como personaje, Manuel es un poco brusco a la hora de zanjar sus asuntos, de entender cómo espera sea la reacción de los demás ante sus torpezas, en este caso de Ana. Pero aclaro que no justifico la violencia en ningún sentido. Que estas expectativas van más en el sentido de que Manuel espera que Ana se desahogue, dado que éste desconoce sus verdaderos sentimientos e intenciones. No espera que esta vez se muestre tan comprensiva, porque los precedentes no le son muy favorable y, en esta ocasión, le sobran los motivos para el pesimismo. Se sobreentiende que él ya estaba advertido de lo que podría pasar después de la respuesta a su carta de junio y de la carta de diciembre, donde Ana le dejaba claro se tomaría a mal esa insistencia e insinuaciones románticas por su parte, esa estupidez.
De algún modo, esta secuencia la escribí con cierto tono de tragicomedia, de contraste, como una llamada de atención, por lo que sucede después, dado que es un momento de sinceridad máxima. ¡Es el momento de Ana y se han terminado las tonterías!
La despedida del Camino
Ana llevaba las llaves, de modo que las chicas no esperaron más y las de aquellas parejas no lo hicieron. Sin embargo, Ana se mostró dubitativa, indecisa, y cuando vio que el otro chico se alejaba y que yo no reaccionaba, se acercó a mí con paso decidido y gesto bastante serio. Me dio la impresión de que me cantaría las cuarenta antes de buscar refugio en la casa para llorar su dolor y lamentar toda ocasión en que se hubiera encontrado conmigo en algún momento de su vida. Mi primer impulso fue que mis pies se movieran, la expresión de su cara no parecía muy amigable. Sin embargo, me quedé paralizado por el factor sorpresa. Confié en que no acabaríamos tan mal como parecía, si es que algo se solucionaba antes de que fuera tarde.
Manuel 19 de abril, final del Camino de Emaús.
Manuel está ahí parado en mitad de la calle, bloqueado, inquieto, inseguro. Es el final de su «Camino de Emaús», pero tiene la sensación de que no se puede marchar sin más después de todo lo que ha sucedido. Esa noche es la Vigilia Pascual, es la víspera del Domingo de Resurrección, del final de la Pascua, del final de la convivencia. La vida seguirá para los dos. Pero le inquieta cómo lleguen a ser esos reencuentros, aunque después de casi una hora de silencio, resulta un poco absurdo que pretenda resolver sus discrepancias en el último momento.
¿Qué hacer? ¿Se marcha? ¿Se espera a ver si aún tiene una última oportunidad de hablar con Ana?
Ya le han avisado en alguna que otra ocasión. «A la pascua no se viene a hacer el tonto» ¿Y qué es lo que él ha hecho? Molestar a Ana desde el primer momento, aunque ella no le correspondiera, más bien, le evitara. Se amparase en sus amigas para mantenerle la raya, para mantener las distancias. Sin embargo, llegado el momento del Camino de Emaús, de escoger compañero, es decir, de descartarlo, a Manuel no se le ha ocurrido otro nombre. Lo que ha provocado que ambos se pusieran en evidencia delante de todo el mundo.
Para colmo, iniciaron el del «Camino de Emaús» por separado, uno detrás de otro y sus acompañantes les ha dado plantón, provocado que acabasen juntos, se quedasen solos y tuvieran que hacer la mayor parte del recorrido en mutua compañía. La tensión entre ellos se palpaba en el ambiente. No se han cruzado ni una sola palabra y han terminado frente a la puerta del alojamiento de las chicas, porque a Manuel le pilla de camino hacia el alojamiento de los chicos y han seguido el paso de las parejas que les precedían.
¡Dile tú algo a Ana, si tan valiente te crees! La mirada que ésta le echó antes de emprender el camino fue de decepción, de frustración. De perdonarle la vida tan solo por evitar tener que confesarse después por asesinato con premeditación, alevosía y satisfacción personal. Cualquier sonido que hubiera salido por la boca de Manuel durante el paseo, hubiera tenido una mala contestación por su parte ¡Calladito estaba más guapo y ante todo, a salvo de cometer una nueva torpeza!
¡Si es que no se puede ser más tonto!
Su grito y primer impulso debería ser eso de «¡¿Pies para qué os quiero?!» Que, si le quedaba un mínimo de decencia, de dignidad, de sentido común, alguna neurona que aún le funcionase tras malgastar la última, para no causar más problemas, debería haber sido el primero en marcharse, sino de regreso a Toledo, a pie o, aunque hubiera sido a rastras por el suelo, al menos al alojamiento de los chicos, donde Ana se olvidase de su existencia.
Sin embargo, se queda ahí parado en medio de la calle como monumento nacional a la estupidez humana, aunque no se espere que éste vaya a ser inaugurado por las autoridades municipales, entre otra razones porque a poco que se acerque un coche se va a tener que echar a un lado, si es que éste no se lo lleva por delante.

Por su parte Ana no ha entrado corriendo en la casa como si no quisiera verle, llevada por esa irreprimible y supuesta frustración, provocada por la estupidez de Manuel a la hora de rehusar dar aquel paseo con ella y, sobre todo, porque después no ha tenido el coraje de disculparse ante tamaña humillación. Han tenido casi una hora para hablar. Sin embargo, él ha venido como si hubiera un universo entre los dos; como si no existiera nadie más en este mundo. Ni siquiera se ha dignado a mirarla de reojo. Lo único que Manuel se puede esperar es que ella le mande a la porra, por decirlo de manera suave:
«¡Qué se vayan él y sus tontos afanes de ligón de pacotilla, porque conmigo lo ha perdido todo!«
Pensamiento trágico de Manuel atribuido por éste a Ana
Puede decirse que Manuel se queda ahí plantado a la espera de darle la ocasión de que se desahogue, que le suelte tal bofetada que se le quiten las ganas de pensar en ella de nuevo o le diga dos cosas. – Pero ¡dos cosas bien dichas!- Lo que sea que le mande hasta el alojamiento de los chicos sin que sus pies rocen el suelo, sin que importé el destrozo ni la cantidad de vivienda, muros de piedra o ladrillo que haya de atravesar. Los vecinos afectados se mostrarían comprensivos por los desperfectos causados.
De hecho, estaba tan aturdido que, si hubiera entrado por una ventana o atravesado la pared, no hubiera notado la diferencia.
Manuel, 19 de abril, cuando llega al alojamiento de los chicos

Si no me perdí yendo de una casa a la otra fue porque éstas no estaban tan distantes, bastaba con seguir aquella calle. De lo contrario, hubiera acabado en las afueras pueblo sin tener muy claro cómo enmendar ese despiste.
Manuel, 19 de abril, cuando llega al alojamiento de los chicos
¡Es lo mínimo que se merece por tonto! Se entiende que ya se ha dado cuenta de su torpeza y su intención es, por lo menos, disculparse. Tiene la decencia de no esperar a que la situación se enfríe porque esa noche es la Vigila y es mejor que no haya discrepancias ni malentendidos entre ellos.
De toda la novela quizás ésta sea una de esas ocasiones en las que Manuel se enfrenta a sus propias torpezas y se comporta como es debido. Aunque igual, como suele ser su costumbre, sea otra de sus meteduras de pata, porque les es fácil intuir que Ana no está con el mejor humor para aguantar otra tontería más.
Para colmo de males, ¡están ahí en plena calle y a la vista de todos! Con el aliciente de ella es una chica bastante discreta en todo lo que son asuntos personales y más de esa índole. Para rematar la tontería y zanjar el asunto lo menos es que se haya colmado la paciencia de Ana y ésta ya no reprima sus impulsos menos afables hacia esté.
El caso es que no hubo palabras previas. Se acercó a mí, me susurró algo al oído, se dio media vuelta y entró en la casa sin dar tiempo a que reaccionase ni le dijera nada.
Manuel 19 de abril, tras el final del Camino de Emaús.

Despedida
Parecía tener bastante con lo que me había dicho. Por cómo lo había hecho, estaba claro que era mejor que no le contestase por si alguien nos observaba. Era un secreto entre los dos, al menos hasta la hora de la cena en que nos encontraríamos de nuevo y ella vería cuál había sido el impacto que me había causado aquel susurro, si es que no me quedaba allí mismo paralizado y sin reaccionar.
Para tranquilidad de todos, me marché a la casa donde estábamos alojados los chicos. La puerta estaba abierta y no encontré obstáculo para entrar. De hecho, estaba tan aturdido que, si hubiera entrado por una ventana o atravesado la pared, no hubiera notado la diferencia. Lo que Ana me había susurrado al oído me había dejado sin sentido y lo peor de todo era que me lo merecía, tanto por lo dicho como por la forma dentro del contexto. Si no me perdí yendo de una casa a la otra fue porque éstas no estaban tan distantes, bastaba con seguir aquella calle. De lo contrario, hubiera acabado en las afueras pueblo sin tener muy claro cómo enmendar ese despiste. Mi actitud había resultado molesta para Ana y ella me había servido la venganza en frío y con peores efectos secundarios, dado que yo le había quitado las ganas de hablar, pero yo por ella había perdido el sentido y se me había quedado una cara de tonto que me delataba.
Manuel 19 de abril, regreso al alojamiento de los chicos.
En la versión de Manuel pasa como si no hubiera pasado. Manuel no se deleita con ese momento. Parece no querer saborearlo. No disfruta de ello como si no le importase nada más.
3 comentarios en “Las expectativas de Manuel”
Los comentarios están cerrados.