Sábado, 22 de junio 2002
El retiro de junio, el último del curso, el más importante. Cualquier argumento que me hubieran dado hubiera sido igual de valido para que acudiera. Pero, si al Encuentro había acudido sola, porque había organizado el fin de semana con las amigas, para aquello quise contar con la gente de mi grupo, por si alguno más se animaba y me evitaba hacer el viaje sola. De tratarse de un grupo pequeño, prefería que fuésemos todas chicas porque, de ese modo, las conversaciones serían mucho más amenas y el viaje más provechoso. Supongo que el hecho de que pusiera esas condiciones de antemano provocaron que a la mayoría se le quitasen las ganas. Sin embargo, al final conseguí que fuéramos un grupo de cuatro chicas para ir y volver en el día. Lo que sería un poco más agotador, pero tampoco tenía preferencias porque mi único objetivo era no acudir sola. Ya que, en tal caso, me hubiera quedado en casa y olvidado de ello.
Cuando llegamos, el retiro ya había empezado. Habíamos salido un poco más tarde de lo previsto y nos habíamos tomado el viaje con calma. Aquello se planteaba más como una escapada de casa, una aventura, aunque nuestra presencia y participación no fuera menos relevante que la del resto. Sin embargo, íbamos más por la curiosidad de ver cómo se desarrollaba el retiro que por tener una implicación más o menos intensa. En cierto modo, reconocía que en parte me sentía responsable y culpable de aquella falta de interés porque me sentía un poco inquieta, como si temiera que al final fuera a regresar a casa con la sensación de que no había aprovechado el día todo lo que esperaba, que surgiría cualquier distracción, a pesar de que iba dispuesta a no permitir que nada negativo me afectase. Contaría con el apoyo de las chicas que iban conmigo y con las amigas de Toledo.
Las cuatro encontramos sitio en el banco que había justo detrás de mis amigas de Toledo, en la parte delantera de la iglesia, de manera que no fue necesario que nos preocupásemos por lo que sucedía a nuestra espalda. En cierto modo, para mí fue como si después de las experiencias anteriores por fin hubiera encontrado el sitio perfecto. El único inconveniente fue que desde allí, aparte del altar, también me fue fácil descubrir dónde estaba sentado Manuel y que en aquella ocasión sus miradas estaban puestas sobre mí. Lo cual no era una sensación demasiado agradable, porque ya me había hecho sentir un tanto incómoda durante el Encuentro. Aquella sensación estropeaba mis buenas expectativas e intenciones con respecto a aquel día. Ante lo cual preferí no darle mayor relevancia, pensar que aquellas miradas se dirigían hacia cualquier otra.
Durante uno de los ratos de oración, en vez de quedarme sentada en el banco, seguí el ejemplo de un par de mis amigas de Toledo y me salí fuera con ellas. Necesitaba tomar un poco el aire. Mientras nos dirigíamos hacia la puerta, me percaté de que Manuel nos observaba, que su mirada era casi una recriminación por nuestra debilidad, por no aguantar allí sentadas todo el tiempo, aunque él no fuera quién para juzgarnos y, por otro lado, tampoco éramos las primeras ni las únicas que nos tomábamos aquel descanso de diez o quince minutos, porque había quien incluso aprovechaba para ir al baño, aunque lo habitual es que se aconsejara que la gente se moviera lo menos posible, ya que esas entradas y salidas suponían una distracción para quienes rezaban. La cuestión es que aquella mirada me molestó, ante la sospecha de que, después de nuestra coincidencia en el Encuentro, Manuel se empezara a interesar por mí de manera inadecuada, porque, ante la indiferencia de las demás, yo era la siguiente en su lista.
En la confianza que da tratar ciertos temas entre amigas, me fue inevitable aludir a aquella cuestión, por compartir impresiones, por si mis amigas también se habían percatado de aquellas miradas, en caso de que mis apreciaciones fueran equivocadas y alguna de ellas se sintiera objetivo de aquellas atenciones. Sin embargo, me dijeron que no se habían dado cuenta de nada; me comentaron que no habían notado nada raro en el comportamiento de Manuel en las últimas semanas. Incluso admitieron que les resultaba hasta gracioso que Manuel se interesase por mí, que hubiera conseguido atraer su atención; que hubiera cambiado de chica con tanta facilidad, porque era como si hubiera asumido que con la anterior había perdido todas sus opciones, a pesar de que a mí no me resultara muy alentador pensar que hubiera dejado a la otra por mí, que era una completa desconocida y no teníamos nada en común.
Durante la comida mi actitud fue un tanto más vigilante con Manuel, recordé su actitud durante el Encuentro y supongo que actué de aquella manera con el único propósito de que me olvidase, que entendiera que no sentía el menor interés por él y no iba a responder a sus insinuaciones, en el supuesto de que hubiera puesto sus miras en mí. De algún modo supongo que mi atención se repartió entre la conversación con mis amigas y procurar que Manuel se diera cuenta de que entre nosotros no había nada especial, dado que su actitud conmigo me empezaba a resultar un tanto incómoda. No era para menos, dado que una vez que parecía que mi relación con el Movimiento, que mi vida en general se había normalizado, aquello no me ayudaba para nada. Quizá, si se hubiera comportado con un poco más de discreción, entendido desde el primer momento que no tenía ningún interés por él, los dos hubiéramos estado mucho más relajados, pero él no parecía hacerse a la idea de que mi presencia en el retiro se debía mi relación con el Movimiento, a que necesitaba reafirmarme en ello para dejar atrás el pasado.
La reunión por grupos posterior a la comida fue para preparar la misa y cada cual se fue con quien le correspondía, de tal manera que hubo grupos de bastante gente y otros que quedaron un poco reducidos. En cualquier caso, se evidenciaba cómo era la vida del Movimiento. Nosotras tampoco nos quedamos al margen porque estábamos tan implicadas como el resto, más cuando la procedencia de unos y otros no era tan relevante como el sentido y la intención de la misa de aquel retiro. En cierto modo nosotras, al estar allí, nos adelantábamos a la gente de nuestra parroquia, dado que alguno se esperaba al campamento y otros, por diferentes motivos, tendrían que vivir aquel momento de manera personal. De todos modos, teníamos la suerte de que el sacerdote con el que nos dirigíamos nos ayudaba en todo lo que podía y, como tal, era algo que estaba aceptado por el Movimiento, aunque lo preferente era que se hiciera en aquel retiro, pero debido a la expansión del Movimiento no era factible para todo el mundo y se buscaban otras soluciones.
Manuel y yo no coincidimos en aquella reunión. Lo cual, por una parte, fue un alivio, dado que me junté con gente que tenía una implicación similar a la mía, con quien tendría mucho que compartir sin que nada me cohibiera y que, hasta cierto punto, mostraron curiosidad por saber cómo se vivía la vida del Movimiento en mi ciudad; así como tuve ocasión de escuchar sus experiencias y, hasta cierto, punto establecer comparaciones y descubrir que en la práctica las diferencias entre una localidad y otra no eran tan diferentes. Los que procedíamos de fuera parecíamos envidiar la suerte de los de Toledo y éstos el hecho de que los demás estuviéramos tan implicados y nos sintiéramos tan unidos a sus oraciones, porque eran necesarias para todos. En cierto modo, tuve la oportunidad de darme cuenta de que entre aquella gente estaban aquellos de los que de algún modo me había llegado su ejemplo de vida y la razón por la que el Movimiento se había expandido y llegado a mi parroquia.
En la misa participamos todos, la iglesia casi se llenó, lo que resaltó la importancia de aquel acontecimiento y fue una celebración un tanto especial. Por mi parte, la sensación y confirmación de que me tenía que sentir un poco más implicada, asumir más responsabilidades dentro de mi grupo parroquial y sentirme un poco más unida a la gente de Toledo. Algo así como tomar el testigo de Carlos, aunque éste no se lo hubiera cedido a nadie. Sin embargo, por lo que yo sabía, debido a sus nuevas circunstancias personales, agradecería que alguien le echase una mano y yo me sentía llamada a ello. Lo que por parte de los demás sería recibido con agrado porque ello daría continuidad al grupo parroquial. Aparte que, dado que estaba más implicada en los asuntos de la parroquia, estaría más al tanto de todas aquellas convivencias y actividades a las que se pudiera invitar al Movimiento.
Concluida la misa, mis amigas y yo nos marchamos. Quizás a alguna le hubiera gustado que se retrasara nuestra marcha, porque la gente se quedaba con ganas de fiesta, incluso de aprovechar que no era demasiado tarde para acercarse un rato a la piscina, aunque fuera un grupo reducido de amigos, sin que a nosotras se nos excluyera, pero teníamos que marcharnos para no llegar muy de noche a casa. Mi excusa, poner tierra por medio entre Manuel y yo; ponerme a salvo para escapar de sus miradas y la atención que tenía puesta sobre mí como si juzgase todos mis movimientos.