Ana. Silencio en tus labios (1)

Agosto 2002

Durante la primera semana de agosto fui el campamento, lo que para mí suponía una escapada de casa y una manera distinta de disfrutar las vacaciones, de estar en contacto con la gente del Movimiento, compartiendo con ellos las creencias y vivencias que ya teníamos durante el año, cada uno en su lugar de procedencia. Fueron días para recargar las pilas, como suele decirse, y lo cierto es que para mí supusieron todo un descanso, ya que, después de los malos momentos por los que había pasado y ante la evidencia que demostraban mis propias circunstancias por encima de rumores y comentarios sin ningún fundamento, me sentí liberada. Es más, al principio fui con el temor de que quizá Manuel apareciera por allí, pero en seguida me lo desmintieron, lo que supuso para mí un estallido de paz, una descarga de tensión que favoreció que me abriera más a los demás y disfrutase de cada momento como si todos fueran igual de intensos. Me divertí como nunca y creo que de algún modo mi alegría y entusiasmo se contagió en los demás. En ningún caso fue mi intención que mi presencia destacase por encima de nadie, porque siempre me he considerado una chica discreta, pero cuando era el momento de que aflorara ese entusiasmo por lo que allí se vivía, yo era de las más animadas.

Regresé a casa agotada y cuando me propusieron una visita a Toledo, una reunión para compartir testimonios del campamento, rehusé. Mi salud y mi cuerpo ya no aguantaban aquel ritmo ni un solo momento más. Los restantes días de mis vacaciones los dediqué al reposo y descanso en casa, con el alivio y beneplácito paterno. Motivos y justificaciones para que los demás entendieran mi negativa hubo más que de sobra, pero en ningún caso aludí a mis diferencias con Manuel, de quien no me había olvidado del todo, pero sentía que tras el campamento era un asunto del que pasaba página, por el que no me agobiaría más de lo necesario. Me había convencido de que mi vida y trato con la gente del Movimiento era lo bastante maravillosa como para que una historia como esa lo estropeara.   

Cuando a finales de mes me preguntaron si estaba disponible, no encontré ninguna excusa convincente. Sería durante un fin de semana, la convivencia de novios. Se consideraba que, como una de las responsables de mi grupo parroquial, mi presencia era necesaria, ya que, a pesar de la idea de que la convivencia fuera para las parejas y matrimonios jóvenes del grupo, también se invitaba a aquellos que tuvieran una vivencia un poco más activa y que necesitaran vivirlo de una manera más intensa y distinta al campamento de verano. Esto es, frente a cualquier reticencia por mi parte, quién me lo ofreció se mostró mucho más convincente. Incluso mi director espiritual se mostró partidario de ello, como si después del mal año que había pasado, con un final de curso menos dichoso del que esperaba, necesitase esa ración extra, que me afianzara y no dejara que mis circunstancias me agobiasen en los momentos de mayor debilidad. Saqué fuerzas de flaqueza y fui, confiada en que sería una convivencia de fin de semana, menos intensa que unos ejercicios espirituales y sobre todo que el campamento, pero igual de provechoso, aunque me sintiera un tanto desplazada por mi soltería. Sin embargo, ese era un detalle poco o nada relevante.

La experiencia de aquellos días resultó bastante provechosa, tanto en lo espiritual como a nivel personal, fueron días de reflexión, de tranquilidad interna y externa, durante los que compartí vivencias con los demás y encontré momentos de oración en la capilla, alguno más de los que había tenido durante el campamento, a pesar de que fuera un fin de semana, pero, dado que no había ido en pareja, no me sentía atada a nadie en concreto. En cierto modo, creo que fue la ocasión para que me replantease mi situación y futuro, no así mi vocación, porque debido a mis problemas de salud tampoco había mucho que pensar al respecto. Mi disyuntiva estuvo entre una soltería comprometida con mis creencias o la búsqueda de ese amor que llenara esa parte de mi vida que se había quedado vacía tras la ruptura con Carlos. De manera casi inevitable, entre aquellos pensamientos o distracciones, afloró Manuel, como un obstáculo insalvable, como un grano molesto. La conclusión o la idea final a la que llegué es que no rompería mi compromiso con el Movimiento por una tontería como esa, con la ventaja de que la distancia sería mi tabla de salvación, que lo único que Manuel provocaría es que me lo pensara dos veces antes de apuntarme a las actividades, pero, por lo demás, nada cambiaría en ese sentido.