Despertar del domingo 20 de abril
Aquella noche todos trasnochamos un poco y nadie durmió más de cuatro horas antes de que sonara el despertador, por lo cual las ganas de levantarse por la mañana eran muy pocas. Las chicas nos habíamos ido a dormir con la expectativa de que a primera hora de la mañana los chicos nos vinieran a despertar, como era la costumbre en los campamentos y pascuas de años anteriores. Por lo cual más que el ruido del despertador, estábamos pendientes de que los cánticos de los chicos sonaran en la calle, confiados en que les abriríamos la puerta y permitiríamos la entrada sin demasiados reparos. Yo me desperté con el remordimiento por no haberle dado un último beso a Manuel y esperaba compensarle, que todo el mundo supiera que ya éramos novios, aunque faltase la confirmación formal, pero ya pensaba en él como mi novio y no sólo como un amigo especial. Deseaba que cuando despertara se descubriera que no se trataba sólo de un sueño.
Cuando los cánticos llegaron a nuestros oídos, con voces no muy afinadas, todas nos alborotamos un poco. Algunas de las chicas ya habían salido del saco, se aseaban, porque ya era la hora y había que ir a rezar laudes antes del desayuno, mientras que otras nos sentíamos mucho más perezosas y dormidas. Hubo quien se asomó por la ventana para cerciorarse de que se trataba de los chicos, para que éstos supieran que les habíamos oído y esperábamos que nos deleitaran con aquellas canciones. Llegaron todos juntos y antes de cruzar la puerta nos pidieron permiso. Ya que se habían acercado hasta allí tenían que hacer una visita completa, que quienes aún seguíamos metidas en el saco, o tuviéramos vergüenza a asomarnos por la ventana, también les viésemos y disfrutásemos de aquel momento como el resto. Nos alborotamos un poco porque estábamos recién levantadas y no muy presentables para ellos, pero había la suficiente confianza como para no darle más importancia. Ellos sabrían comportarse como caballeros y nosotras no haríamos nada que les pusiera en un compromiso. No éramos extraños, sino hermanos.
Yo fui de las que se quedaron en el saco, superé ese primer impulso de levantarme. Estaba indecisa. No sabía si levantarme y recibirles con toda naturalidad, como si aquella mañana no tuviera nada de especial para mí o quedarme dentro del saco para que Manuel no me viera en pijama, posibilidad ésta que me causaba un poco de vergüenza. Como mis amigas aún no sabían que ya habíamos superado nuestras diferencias, pensé que quizá se asustarían un poco, si me veían en actitud tan confiada con aquel de quien no siempre había tenido tan buena opinión. En el saco me sentía segura, como si me escondiera, aunque mis ojos estuvieran todo el tiempo pendientes de la puerta en espera de que Manuel se asomase, porque confiaba en que no se quedaría en la puerta de la casa ni se asustaría ante la expectativa de la invasión del alojamiento de las chicas, ya que, en principio, no nos comeríamos a nadie y ninguna se tomaría a mal la visita, siempre y cuando ellos se comportaran y nos respetaran.
Entre aquel grupo había varias parejas de novios, pero el respeto no significa que se quisieran menos. En aquellos momentos nadie sería tratado de una manera diferente al resto por el hecho de ser pareja, a pesar de que entre los novios se dieran los buenos días de una manera un tanto más cariñosa, por demostrarse ese cariño, sin pretender ofender a nadie ni resaltar su amor por encima de los demás. Sin embargo, en lo referente a mí, hubiera querido que aquel despertar fuera distinto a los anteriores, porque Manuel estaba allí y se había iniciado algo especial entre los dos. Después de una noche un tanto incierta, no tenía muy claro cómo se sentiría ni cómo habría reaccionado al ver que le dejaba solo por irme con Carlos. Temía que se hubiera sentido frustrado y engañado. Sin embargo, en el fondo de mi corazón, sentía que eso no sería cierto. Ya le había dicho que le quería y era de suponer que no cambiaría de opinión por nada ni por nadie, menos aún por Carlos, con quien tan solo me unía la relación dentro del grupo y una buena amistad.
Desde el saco, escuché las conversaciones y los cánticos provenientes del pasillo. Mantenía los cinco sentidos puestos en la puerta, a la espera de que ésta se abriera y algunos de los chicos se asomaran por ella, si es que las chicas que ya se habían levantado no les podían muchos reparos, dado que, a pesar del buen clima de fraternidad que imperaba, tal vez hubiera quien pensara que aquellas que no nos habíamos levantado nos escondíamos de los chicos por pudor o vergüenza y era mejor que se respetase nuestra intimidad. Supongo que, en cierto modo, así era. De hecho, pensé que quizá Manuel se hubiera acercado hasta allí con esa intención, aprovecharse de ese voto de confianza y no tanto por saber de mí después de estar separados toda una noche. Incluso se me pasó por la cabeza que su osadía llegaría al extremo de que tal vez aprovechase el momento para que todos supieran lo mucho que me quería y que vieran que le correspondía con el mismo o mayor entusiasmo. Yo le esperaba ilusionada, confiada en que con un primer cruce de miradas tendría la certeza de que mis dudas se desvanecían y que no despertaba de una pesadilla ni de un dulce sueño. Después de los desencuentros habidos entre nosotros, deseaba que aquel reencuentro me llenase de felicidad y confirmara la intensidad de mis sentimientos.
Después de una espera de no menos de diez minutos que a mí se me hizo interminable y que puso bastante nerviosas a todas las chicas que aún quedábamos en la habitación, por fin la puerta se abrió de par en par y por ésta se asomaron algunos de los chicos, que se encontraron con nuestra cara de felicidad por la visita y de vergüenza por las condiciones en que nos encontrábamos, pero la que más o la que menos ya había procurado que la situación no resultase incómoda ni comprometida para nadie. Entre las caras y cabezas que distinguí, en segunda fila descubrí a Manuel, quien no reprimió una mirada de cierta complicidad y picardía conmigo. Sentí que toda su atención se centraba en mí, que a su manera buscaba mi reacción por el hecho de que él se encontrase allí, como si temiera que ello me molestara, porque invadía mi intimidad cuando no tenía aún tan claro que hubiera algo que compartir conmigo. Ante aquellas miradas intenté mostrarme tranquila, aunque no lo estuviera, dado que para mí aquel momento y situación eran igual de relevantes. En cierto modo, me sentí aliviada cuando comprendí que no buscaba ningún protagonismo, que no le había hablado a nadie de lo nuestro y temía que su actitud resultase tan inoportuna como siempre para más de una.
En medio de aquella tensión, cuando ya pensaba que nadie aludiría a ello, que lo sucedido aquella noche había pasado desapercibido para todo el mundo, fue Carlos quien habló más de la cuenta, pero con la discreción que le caracterizaba, como si sintiera que sobre él recaían todas las miradas y de aquel modo desmentía cualquier rumor sobre que él y yo volvíamos a estar juntos o algo así. Él no había acudido a la pascua por mí, sino para estar con la gente de la parroquia, del Movimiento. El caso es que no se cortó un pelo y le contó a todo el mundo que yo ya tenía novio, que no era la chica soltera que todos suponían y fue como si con ello insinuara que el afortunado se encontraba entre los presentes, sin más detalles ni aclaraciones. Aquello fue suficiente para que todas las miradas se centrasen sobre mí, como si esperasen que, aparte de la confirmación de la noticia, les diera un nombre o se me notara que había algo distinto en la expresión de mi cara, esa felicidad de recién enamorada. Sin embargo, me mantuve callada. Mi primera reacción fue esconderme dentro del saco para que todo el mundo se olvidara que estaba allí y me dejaran tranquila, pero ello no evitó que mirase a Manuel, quien también se mantuvo callado y expectante, como si fuera el primer interesado en que aclarase esa cuestión y no me reprimiera a la hora de decir su nombre.
En realidad lo que Carlos provocó con aquel inoportuno comentario, aparte de que aumentara el nerviosismo de la gente, fue que las chicas entendieran que una se encontraba en una situación comprometida y todas debían reaccionar. Ya no era muy correcto que los chicos siguieran allí, de tal manera que o se marchaban por las buenas o se marchaban por las malas. En cierto modo, fue como si me protegieran de la reacción de Manuel ante lo que temían era una mala noticia para él, dado que, si mi corazón ya estaba ocupado, él perdía todas las opciones y alguna consideraba que ello para mí suponía una liberación después de lo pesado que se había mostrado durante toda la Pascua y de las ocasiones en que me había quejado por ello, aunque, en realidad, él no hubiera sido tan agobiante en ningún momento y mis quejas hubieran sido más una excusa para aludir a él en mis conversaciones con las amigas. Temí que alguien pensara que después de cómo se habían desarrollado los acontecimientos del día anterior, hubiera quien supusiera que no me apeteciera verle ni en pintura. ¡Qué equivocadas estaban! De todas maneras, era la primera que reconocía que en aquellos momentos la visita de los chicos ya se alargaba demasiado y necesitaba un poco de privacidad para salir del saco y asearme; que Manuel era el primero a quien no quería ver por allí porque no me sentía muy presentable para él.