Miércoles, 16 de abril de 2003
A la hora de la organización del viaje al pueblo, consideré que era mejor que llevase mi coche, ya que tampoco había tantos disponibles para los cuatro días y, en mi caso, tenía la ventaja de que cuando me refería a éste como mío no era tan solo una manera de hablar. La situación económica en mi casa y la consideración de mis padres, aparte de que tuviera mis propios ingresos, lo favorecían. Aunque, dado mi estado de salud o el exceso de paternalismo que mis padres tenían conmigo, éstos no siempre se mostraban muy partidarios de que condujera, pero me sentía capaz y responsable de ello sin ningún riesgo para mi integridad ni la de quienes viajasen conmigo. En cualquier caso, era la primera que reconocía mis propias limitaciones cuando se presentaban y en aquellas fechas no encontraba motivo para ser más prudente de lo normal. El viaje hasta el pueblo no era demasiado largo y en los últimos meses ya había hecho varios viajes a Toledo sin mayores consecuencias, aparte que me sentía descansada tras nueve semanas de tranquilidad que se interrumpían por la Pascua. Lo cual no me parecía un mal motivo, aunque me esperasen varios días de mucha intensidad.
Había quedado con tres de mis amigas del grupo que las recogería frente a la puerta principal de la parroquia, con la suerte de que mi casa se encuentra cerca y casi hubiera dado igual que nos hubiéramos citado en el portal, pero la parroquia era el punto de reunión para todo el grupo, por si fallaba alguno de los coches o la capacidad de los maleteros se veía superada. La hora de encuentro las cinco de la tarde, con intención de estar en marcha en veinte minutos, con ese plazo de margen para los rezagados y la organización de los coches. Era mejor que saliéramos todos juntos, por si alguno no conocía el camino y, en todo caso, como el trayecto no sería corto, ello haría que el viaje fuese más ameno. En cierto modo, era como si para nosotros la Pascua comenzara en ese momento y lugar, aunque tras el Domingo de Ramos quien más y quien menos ya estaba mentalizado de las fechas en que estábamos y se había preparado para ello como había podido. Yo, aparte de que llevara la charla del sábado más o menos preparada, me había confesado, de manera que acudía con el corazón limpio, aunque el ánimo algo alterado por las expectativas.
Lo que no me supuso ninguna sorpresa, porque ya contaba con ello, fue que Carlos y su novia se encontrasen en el punto de reunión, aunque, como tal, no acudieran a la misma pascua que el resto del grupo, pero ponían su coche a disposición de quien lo necesitara. Ella se quedaba en la ciudad y Carlos haría de chófer para quien fuese con él, lo que casi era como si dejase claro que no se desentendía de las actividades del grupo cuando era preciso e incluso se tomaba las molestias que hiciera falta, dado el trastorno que ello le ocasionaba. De todas maneras, Carlos se reuniría con nosotros el sábado, con lo cual sería como si pasara los cuatro días allí y su ausencia de esos primeros días pasaría desapercibida. Quizá para mí lo más relevante del caso es que su interés por la ayuda no se vinculase conmigo, aunque me avisara de que nos quedaba una última conversación pendiente, pero, como se trataba de un asunto ajeno al grupo, consideró que era mejor que lo aplazásemos hasta el sábado, ya que el domingo se presentaba como un día complicado para esas charlas.
Dado que las chicas que se subieron en mi coche sabían que había sido la encargada de la composición de los grupos, se aprovecharon de la confianza que tenían conmigo para que les adelantara algo al respecto y que la sorpresa no fuera tal. No me dio la sensación de que estuvieran muy mentalizadas de lo que nos esperaba, sino, más bien, que se tomaban aquellos días como una convivencia más de las que organizaba el Movimiento a lo largo del año, pero no las culpé por ello. Quizá yo fuera algo más centrada por el compromiso que suponía ser una de las responsables y que se me asignara la charla del sábado. El interés de mis amigas estuvo en que les dijera en qué grupo les había puesto y con quién, confiadas en mi criterio, ya que, si hubieran tenido algún reparo hacia alguien, lo correcto hubiera sido que me lo comunicasen, como había hecho esa pareja de novios que prefería que les pusiera en grupos separados para tener una vivencia más plena de aquellos días, sin que su relación personal les condicionara. El criterio que había seguido para la composición de los grupos me parecía el más justo y conveniente para todos.
Cuando les comenté quiénes venían desde Toledo las noté algo frustradas, como si ello no cumpliera con las expectativas creadas y esperasen que acudiera alguien más o distinto, que no se aplazara hasta el campamento de verano el reencuentro. Sin embargo, tal y como se había organizado aquella pascua daba la sensación de que eran los de Toledo quienes se juntaban a nosotros y que no habría mucha variedad entre la gente, pero era una actividad organizada por el Movimiento con la colaboración de uno de los sacerdotes que había puesto su iglesia a disposición. La conveniencia de unos y otros había favorecido que aquella fuera la distribución de la gente. Para los de mi parroquia era mejor no alejarse en exceso de nuestra ciudad y para los de Toledo una excusa, sin que tampoco hubiera mucha distancia, el pueblo se encontraba en un punto más o menos a mitad de camino.
Mi alusión a Manuel las dejó un poco sorprendidas, porque, como amigas mías que eran, sabían de mis desencuentros con éste, no tanto de los últimos acontecimientos, por lo que les llamó un poco la atención que me mostrase tan tranquila en ese aspecto. Sin embargo, como les aclaré, porque la verdad es que ya hacía bastantes semanas que no compartíamos confidencias sobre ese tema, la relación entre Manuel y yo había alcanzado una cierta normalidad y estábamos en un punto de entendimiento. No entré en demasiados detalles al respecto, pero les pedí apoyo, complicidad y discreción al respecto. Iban a ser cuatro días muy intensos y me preocupaba que cualquiera de las tres adoptase una actitud equivocada. Confiaba en que se comportasen como las buenas amigas que eran y estuvieran a la altura de la situación, que no pasara nada que alterase la tranquilidad pretendida.
Nos dimos cuenta en seguida que éramos las primeras cuando llegamos al pueblo, lo cual era algo que esperaba porque ello permitiría que nos organizásemos y que cuando llegase el resto de la gente se lo encontraran ya todo dispuesto y que fuese más fácil que se instalaran. Para mí la ventaja estuvo en la tranquilidad de que Manuel no se encontraba todavía allí, que no me esperaba y, por lo tanto, ello me daba un cierto margen de tiempo para que tomase conciencia de lo que implicaría aquella coincidencia. Aquello sería como una preparación del terreno para que cuando él llegase no me encontrara desubicada ni en desventaja ante su reacción ni primeros impulsos, dado que mi idea era que él no estaba al corriente de nuestro reencuentro y prefería que fuera así, que hubiera escogido aquella pascua por motivos distintos a sus sentimientos o intenciones conmigo.
Fue uno de los chicos quien avisó de que la gente de Toledo había llegado y ello me puso un poco nerviosa por lo que suponía para mí en todos los sentidos. Llegaba el momento en que me tomase en serio la actitud y postura ante la Pascua y, en cierto modo, ante lo que sería el resto de mi vida. Si me mostraba demasiado interesada por Manuel, lo arriesgaba todo y no vería hasta qué punto su interés por mí era verdadero o fruto de un impulso, de un juego tonto. Era mi ocasión para que fuese yo quien tomara el control de la situación. Disponía de cuatro días por delante para que aflorasen o se apagasen esos sentimientos y esas dudas surgidas tras nuestra charla de febrero. Lo cierto era que en aquellos momentos no me sentía muy dispuesta ni apostaba muy convencida de que aquello tuviera algún futuro, pero tenía la misma incertidumbre con respecto a que Manuel se hubiera convencido de lo contrario, a pesar de todo lo que le había dicho e insistido para que me olvidase.
Antes de que me diera cuenta eran los de Toledo quienes entraban por la puerta. El alojamiento destinado a las chicas, de manera provisional, se convertía en el punto de encuentro para ese primer día de Pascua. Por su aspecto llegaban los cinco un poco perdidos con respecto a la distribución de los alojamientos, aunque desde un principio se diera por sentado que chicos y chicas no compartiríamos casa, por respeto a la integridad y al hecho de que se mantendría una mayor compostura por parte de todos. Para mí suponía un motivo de alivio y una ventaja, una suerte que las chicas tuviéramos un sitio donde escondernos de los chicos y no por una cuestión de privacidad, sino también de descanso, a parte que no tuviera ningún interés en comprobar cuál de los dos alojamientos quedaba mejor el día que nos fuésemos ni mientras estuviéramos allí. Algo de idea ya me hacía después de los campamentos y convivencias a las que había acudido. Era mejor que ese tipo de rivalidades o de sorpresas no se desvelasen, aparte que, hasta cierto punto, aquella separación era una demostración más de la buena relación que había entre todos, que nos tomábamos aquella pascua como algo serio y no como una distracción para aquellos días de fiesta y celebraciones.
Manuel fue el último que entró y resultó inevitable ese primer cruce de miradas entre nosotros, él sorprendido porque me encontrase allí y yo porque necesitaba verle la cara y su reacción, la confirmación de que aquel encuentro era inesperado para él y no entraba en sus planes que coincidiéramos, como a mí me sorprendía que aquel año hubiera cambiado sus costumbres y animado a acudir a la Pascua, aunque, por lo que me habían dicho al respecto, esa desgana o falta de interés se había creado en los últimos tres o cuatro años, lo cual tenía su lógica, dado que cada vez tenía menos relación con la gente del grupo, menos motivos encontraba para que se torciera esa tendencia. Lo de aquel año era casi como una prueba, una última oportunidad antes de echar la toalla y encerrarse en su casa. En cualquier caso, yo no me veía como el aliciente que le faltaba en su vida ni le convenciera de lo absurdo de ese planteamiento. Su problema no estaba en las actividades del Movimiento, si no en el trato cotidiano con la gente, que era en lo que fallaba. De algún modo, con su presencia allí, provocaba que me sintiera en parte responsable, como si, después de nuestra charla, hubiera reaccionado y aquella fuese la primera consecuencia o la más lógica.
Como era la responsable de la pascua, me ocupé de darles la bienvenida a los recién llegados y que nos organizásemos todos. Les expliqué la situación, la distribución de los grupos y les puse al corriente de quiénes eran los encargados de las distintas tareas y los dirigentes de cada uno de los grupos. Algunos ya estaban enterados y otros se vieron un poco sorprendidos, pero, en cualquier caso, aquella distribución no tenía nada de improvisado y quienes no tuvieran conocimiento de ello con antelación se debía más a que habían adoptado una postura pasiva o de indiferencia, porque no les afectaba de manera directa. Manuel se encontraba entre estos últimos. De hecho, yo había comentado esa cuestión con la gente del Consejo, por si se le atribuía algún cometido, dado el tiempo que llevaba en el Movimiento, su edad y la coherencia de vida que se le presuponía. Sin embargo, por parte del Consejo se consideró que había gente mejor preparada y más dispuesta a ello, que se trataba de que la convivencia funcionara y no tanto de que se probasen las aptitudes de nadie, como de un modo más o menos controlado se planteaba en los campamentos.
La distribución de la gente se hizo en tres grupos mixtos de seis personas, en lo que busqué la variedad y el mejor aprovechamiento para todos, según el criterio del Consejo y las consideraciones que se me habían dado al respecto, aparte de que le diera mi toque personal, de tal manera que sólo puse en grupos separados a las parejas de novios que así me lo habían pedido o que consideré que les ayudaría a una mejor vivencia de la Pascua, a que entendieran ese sentido de fraternidad y sacrificio. Y a pesar de mis dudas iniciales, en el grupo de Manuel no puse a nadie de Toledo ni a ninguna de mis amigas. Tampoco es que le aislara ni le rodease con gente que no conociera, pero mi intención fue que tuviera un motivo para que se integrase, ya que sus compañeros de grupo, gente de mi parroquia, eran gente abierta y sociable, con los que supuse se entendería bien, aparte que no me pareció prudente que se sintiera controlado por nadie ni que en las conversaciones con mis amigas él fuera el tema de conversación. Él tenía que vivir la Pascua como los demás, yo confiaba en que sería capaz y al final lo agradecería.
Concluida aquella primera reunión, las chicas nos ofrecimos a acompañar a los chicos hasta su alojamiento, disponíamos de diez minutos para acudir a la misa en la iglesia del pueblo y el alojamiento de los chicos se encontraba al lado, por lo cual nuestra predisposición tenía truco. En cierto modo, fue la manera de que todos entendiéramos que, a pesar de la separación entre los alojamientos, no era tal la distancia. Aquel pequeño paseo fue una primera toma de contacto entre unos y otros, un saludo un poco más distendido en que los de mi parroquia nos mostramos muy acogedores con los venidos de Toledo, de tal manera que aquella mezcla daba más sentido al hecho de que estábamos allí como un único grupo, que era indiferente a la procedencia de unos y otros. Mi interés en esa ocasión estuvo en Manuel, para que entendiera que me alegraba de que estuviera allí y que con sus palabras me confirmase que las buenas sensaciones de dos meses antes no habían quedado en el olvido para ninguno de los dos. En pocas palabras le expliqué mi plan para aquellos cuatro días, sin que aludiera a nada referente a él, porque contaba con su complicidad y comprensión, sin que se la pidiera.
Mi cordialidad con él, esa actitud de cercanía, se terminó en la puerta de la iglesia por decisión mía y porque él tampoco me retuvo a su lado. En caso de que lo hubiera intentado, se hubiera encontrado con un mal gesto por mi parte y era algo que los dos queríamos evitar en particular en esos primeros momentos. Mis amigas reclamaban mi atención y la verdad era que necesitaba ese distanciamiento con él, centrarme más en la Pascua y no tanto en mi pensamientos o sentimientos. En cierto modo, como dirigente del grupo, me sentía como el punto de mira de los demás, en quienes se fijarían en mí, no era muy apropiado que me vieran muy interesada en Manuel, ni aún en el supuesto de que ello hubiera favorecido que éste se sintiera más integrado o aceptado. La Pascua hubiera perdido todo su sentido y no quería que la confianza que se había puesto en mí se viera defraudada por una tontería como aquella, aunque para mí fuera un asunto serio, pero de ámbito personal.
La cena fue en un ambiente distendido, tuve la sensación de que Manuel se mostró bastante integrado en el grupo, que se desentendió de mí como si después de la misa hubiera entendido que no le prestaría ninguna atención y, en cierto modo, la gente de mi parroquia se mostró muy sociable con todos los de Toledo para que éstos no se sintieran desplazados porque se sintieran en inferioridad numérica, aquella pascua era para todos y era indiferente la procedencia de cada cual. Yo me sentí un poco desamparada, defraudada ante la actitud de Manuel, aunque, por otro lado, fuera un alivio y motivo de descanso que nada enturbiara aquel ambiente y él no hiciera nada que me molestase. Sin embargo, después de cómo le había recibido, del interés demostrado porque nuestro encuentro de febrero no quedase en el olvido para ninguno de los dos, aquella frialdad me dolió, tanto o más que cuando no entraba entre mis expectativas que nuestros caminos se cruzaran de nuevo. Estaba claro que o nos entendíamos sin palabras o aquello era consecuencia de esa falta de comunicación por parte de los dos. Me daba la tranquilidad que yo necesitaba, pero a la vez la que rechazaba, porque en aquellos momentos estaba bastante contrariada.
Tras la cena, tuvimos un rato de oración en la iglesia y después cada cual a su alojamiento. Tan solo algunos de los chicos nos acompañaron hasta nuestra casa. Manuel no fue uno de ellos, consideró que no era necesario, que no tenía motivo ni sentido que se mostrase tan caballeroso con nosotras, porque lo cierto es que quienes lo hicieron tenían la justificación de la novia, pero no parecía que él sintiera ese interés por parte de ninguna de nosotras. La verdad es que eché de menos un poco de osadía por su parte, que se hubiera escudado en el grupo y tenido ese detalle conmigo, en recuerdo de nuestro paseo de febrero. Sin embargo, se perdió de mi vista antes de que me hubiera dado cuenta de su ausencia, cuando ya pensaba que la despedida de aquella noche sería algo especial, un cruce de miradas llenas de complicidad, que con la excusa de que la Pascua no comenzaba hasta el día siguiente tal vez se mostrase algo más decidido e impulsivo con sus sentimientos hacia mí, si es que tenía alguno y ello le importaba. Me dejó con esa frustración y la sensación de que quizá no había sido tan buena idea que coincidiéramos, porque aquello suponía un inconveniente a nuestra vivencia de aquellos días y convivencia con los demás. Como no hubiera sido de otro modo, en cuanto las chicas nos quedamos solas en la casa, afloró la emoción y el nerviosismo por el reencuentro y los acontecimientos de las últimas horas, la necesidad de compartir y que ninguna se impusiera sobre las demás para que nos acostásemos y guardásemos silencio, ante la idea de que todas necesitábamos ese descanso con vistas a los agotadores e intensos momentos que nos esperaban hasta el domingo. Fue momento de compartir impresiones y que de la mochila saliera algo más que lo que cada cual se hubiera traído de casa, también las dudas e incertidumbres del momento, de que comparásemos y viéramos lo acertado o los fallos de las demás en cuanto al equipaje, porque siempre surge algún descuido de última hora y se confía en que la generosidad de las demás lo subsane. Esas conversaciones dieron ocasión a que se trataran temas muy diversos e hizo inevitable la alusión a los chicos, a las expectativas en cuanto a la convivencia y a las ocurrencias de alguno de ellos. Todas coincidimos en que el despertar del domingo fuera especial, se mantuviera la costumbre de que nos vinieran a cantar, ya que hasta entonces les estaría vetada la entrada en la casa, como a nosotras la suya, aunque con excepciones y matices.