Manuel. Silencio en tus labios ( 2-1)

Nos bajamos del coche y, como me había advertido en el chalé, tenía algo que sacar de maletero, la mochila en la que llevaba la comida para pasar el día. Confirmó con ello que no tenía intención de quedarse todo el fin de semana. Se volvía a su casa esa misma tarde, no le preocupaba el hecho de privarme de su compañía o de pasarse casi tanto tiempo conmigo como en la carretera. Entendía sus motivos, pero hubiera preferido que la situación fuera muy distinta, aunque ponerla en un compromiso así tal vez no fuera lo más conveniente para ninguno de los dos. Mis padres no estaban en casa y los suyos parecían desconfiar, a pesar de que a nuestra edad ya nos consideraban dos personas adultas y responsables. Los dos sabíamos que no pasaría nada, si se quedaba, pero se trataba más de las repercusiones, de la necesidad de dejar claro que sólo éramos novios y debíamos mantener nuestra relación dentro de esa coherencia de vida, sabiendo valorar más el reprimir los impulsos que el hecho de darnos ese voto de confianza. Mejor no adelantar acontecimientos.

Ana: ¿Se puede saber qué estás mirando con esa cara?- Me preguntó intrigada.- Si esperabas que sacara del coche una maleta, creo que más vale que lo olvides.- Me aconsejó.- No he venido a quedarme. Me marchó esta tarde y depende de cómo me trates que lo haga antes o después.

Manuel: Te miro a ti.- Le contesté.- Es cierto que esperaba que me hubieras engañado, pero no voy a insistir sobre ello.- Le aclaré.- Te voy conociendo y me temo que ya he aprendido a no hacerme ilusiones contigo en ningún sentido.

Ana: Creo que soy una caja de sorpresas.- Alegó en su defensa.- Sin embargo, tu imaginación o tus tonterías me superan.- Reconoció.- Si tuvieras un mínimo de sentido común, sabrías que no me iba a quedar en tu casa. De quedarme en la ciudad sería en casa de alguna amiga.

Manuel: Ya lo sé.- Le contesté.- No quiero presionarte, pero yo sí he dormido en tu casa y se supone que es allí donde lo haré cada vez que vaya a verte.

Ana: Tú ponte en plan tonto y puede que no quiera volver a verte.- Me avisó con su sutileza habitual.

Cuando no quería tratar un tema sabía convencerme para que me olvidara de sacarlo en la conversación, sin embargo, mi comentario era tan cierto como se lo estaba diciendo. Ella misma acababa de reconocerlo, descartaba quedarse a dormir en mi casa, y la presencia de mis padres no hacía que cambiase de parecer en ese sentido. Es decir, conmigo se mostraba muy exigente, yo debía atenerme a la autoridad de sus padres cuando quisiera estar con ella, pero ella le buscaría las vueltas para no ponerse en ese mismo compromiso en mi casa, lo cual no era un trato justo, por mucho que se amparase en ello, asegurando que no podía dejar a sus amigas con las que tenía una mayor confianza. Yo en su ciudad no tenía a nadie en quien refugiarme ni a quién acudir en caso de necesitarlo, aun teniendo presente que habiendo allí gente del Movimiento podría asegurar que no me quedaría en la calle y que cualquiera de ellos estaría dispuesto a echarme una mano en lo que hiciera falta. Mi prioridad estaría en Ana. Ella, por el contrario, no correspondía en ese sentido, me consideraba el último mono, el último al que pediría un sitio donde pasar la noche.

Como compensación por el disgusto que me había causado, me entregó la mochila para que se la llevase, lo cual no sé si se tomó como un gesto de caballerosidad por mi parte o un intento de darme a entender que no me consideraba tan prescindible en su vida. Éramos novios. No le dejaba a cualquiera que se sentara al volante de su coche y, en consecuencia, tampoco que llevase su mochila, la cual pesaba menos que su caradura. Sin embargo, no por parecer que me tenía dominado o que yo era un novio dócil a sus artimañas, acepté esa responsabilidad, al menos me quedaba el consuelo de saber que no se iría muy lejos mientras tuviera esa mochila conmigo. Mejor cargar con la mochila que destrozarle el coche o insistirle para que se quedase a pasar la noche. Se quedara o no, tenía claro que no me iba a consentir nada que no me hubiera permitido hasta ese momento, seguiría siendo igual de reservada. Ciertamente tampoco esperaba que lo fuera menos, pero sí que se lo planteara con otra actitud, sabiendo que contaba con mi respeto total y absoluto.

Debido a una manía, me saqué el llavero del bolsillo para llevarlo en la mano, aunque aún tuviéramos que dar la vuelta al edificio para encontrarnos con el portal. No era por asegurarme que lo llevaba, ya que, de hecho, sólo tenía un llavero y había estado en el chalé, era una manera de reafirmarme en que regresaba a casa. Detalle éste en el que Ana no se había percatado hasta entonces, si es que en alguna ocasión anterior me había visto hacerlo. El caso es que, en esa ocasión, no se le pasó por alto y quiso sacarle provecho, llevó a la práctica eso de que debíamos empezar a compartir. Demostrando con ello el buen entendimiento que se suponía había entre nosotros, me quitó el llavero para llevarlo ella, dado que yo ya iba cargado con su mochila y había tenido la oportunidad de conducir su coche. Ella quería asumir la responsabilidad de ir abriendo puertas hasta a mi casa. Como había sucedido en julio, quiso ser ella quien fuera por delante. Sin embargo, pareció no caer en la cuenta de un detalle importante, estábamos en mi casa y aquellas eran mis llaves, de manera que su pretensión excedía de sus conocimientos, salvo que probase todas las llaves en las distintas cerraduras hasta dar con la que abriera y nos permitiera la entrada.

Por cómo estaban situadas las llaves en el llavero averiguar cuál era la del portal tampoco resultaba tan complicado, siempre y cuando se tuviera en cuenta que sólo tenía un llavero para todas las llaves, de modo que probar al azar suponía entretenerse un rato y no era momento de estar perdiendo el tiempo con juegos, estábamos en la calle y a la vista de todo el mundo, dada la disposición de los edificios, triangular con la calle, con un patio abierto en el centro. Es decir, para ser el centro de atención no hacía falta esforzarse demasiado y sinceramente no era una expectativa que me agradara, prefería que cruzásemos cuanto antes el portal y recuperar la privacidad perdida, aunque comprendía que Ana se sintiera llena de felicidad por estar conmigo y por tener el control de la situación, aparte de ser todo un logró tener la oportunidad de poner el pie en mi casa, sin el riesgo de toparse con mis padres, que se encontraban de viaje; ni con mis hermanos, que tenían planes para comer en otro sitio, cada uno por su cuenta. Era una situación muy distinta a la que me había encontrado en su casa y que lógicamente le daba la oportunidad de tomárselo de manera más despreocupada. Todo se había puesto de su parte menos mi paciencia o mis ganas de llegar al piso.

Cuando entramos en el portal sintió curiosidad por saber cuál era mi buzón, allí donde el cartero depositaba las cartas de amor que me enviaba antes de que llegasen a mis manos, si es que no eran mis padres o mis hermanos quienes se me adelantaban a la hora de recoger el correo. Consideraba que era un detalle importante dentro de nuestra relación, aunque yo no hubiera demostrado el mismo interés en su casa. No fue esa cuestión una de mis prioridades entonces, pero habría de serlo la próxima vez que fuera por allí para que Ana no pensara que me daba igual. En realidad, lo relevante para mí era que las cartas le llegaran, las leyera y me contestase antes de que me impacientara y empezase a creer que había dejado de quererme o que no tenía nada que compartir conmigo. Debido a las distancias que nos separaban y a pesar de las llamadas telefónicas, tenía el deseo de compartir cada instante de su vida, como esperaba que ella lo tuviera de la mía. El sol no podía amanecer, si no lo hacía para los dos y los días se hacían interminables sin tener noticias de Ana.

Para llegar hasta la puerta del piso ya no se lo tomó con tanta calma, prefería evitar un tropiezo con los vecinos. Además, como ya sabía que la llave era la del portal averiguar cuál era la siguiente que debía utilizar era mucho más fácil. La puerta sólo tenía una cerradura, no como en su casa. Sobre todo aceleró el paso porque se dio cuenta que no había necesidad de subir al ascensor ni más escaleras, por suerte no intentó abrir la puerta de la vecina, lo cual habría sido un gran despiste, aunque comprensible en su caso, dado que conocía mi dirección y no tenía más que fijarse en la letra que había sobre la puerta. Por llevar la iniciativa, se permitió ser quien entrara primero, aunque yo no tenía opción a escaparme no era muy creíble que ella fuera a cambiar de parecer en el último momento. Bastante tenía con avisarme que se marcharía aquella misma tarde.

Si aquel primer día, en mi primera visita a su casa, yo no había pasado de la puerta del comedor, por estar bajo el control de su madre, aquella mañana ella se aprovechó de saber que estábamos solos para sentirse como en su casa y no poner demasiado límite a su curiosidad. Me entregó el llavero y se fue de excursión por las distintas habitaciones, ni siquiera me pidió que la acompañase ni quiso conocer mis intenciones para aquellos momentos. Ya había visto el piso por fuera y quería descubrir el interior, confirmar con hechos que aquella era mi casa. Abusó de la complicidad y confianza que ya había entre nosotros. La dejé hacer porque mi primera intención era darme una ducha y de todas maneras habría de dejarla sola. Sería yo quien me escondiera en el cuarto de baño, con la diferencia de que el piso no tenía las dimensiones del chalé y más que esconderme de su vista, pondría cuatro paredes entre nosotros para preservar mi intimidad y demostrarle un mínimo de respeto. No había nada interesante que ver en el cuarto de baño de la cocina, ya que el hecho de encontrarse Ana allí no me iba a hacer cambiar las costumbres. Su madre no estaba allí con la zapatilla, pero, con pensar en la mía, era suficiente razón para no excederse.

Cuando salí del cuarto de baño, ya iba convenientemente vestido, de manera que para Ana la única diferencia fue que no llevaba la misma ropa, tenía el pelo un poco más mojado y un olor corporal menos desagradable al olfato. Para mí la diferencia estuvo en que ella parecía haberse adueñado del piso, como si aquella fuera su casa, había tomado la iniciativa de preparar la comida para los dos, temiendo que mis dotes culinarias poco la iban a impresionar y de hacerlo no sería por el lado positivo. Se había traído comida de su casa y no tuvo inconveniente en compartirla conmigo. De hecho, hubiera aceptado bastante mal que rehusara esa invitación hecha con tanto cariño. En la convivencia ya había tenido ocasión de probar esa comida y mi estómago lo había agradecido. Ana era una chica de vida saludable en lo referente a su alimentación.

Comimos en el comedor y hablamos con calma y tranquilidad; ella quiso que le presentase a mi familia, aunque éstos no estuvieran presentes, pero tanto en el aparador como en las paredes, aparte de las que hubiera por los dormitorios, había fotos de todos. Ella me había presentado a sus padres y a su hermano de manera que me correspondía a mí equilibrar la balanza, aunque el hecho de tener más hermanos no fuera significativo en ese sentido. Ella tuvo la oportunidad de conocer a mi familia a través de esas fotografías y de mi punto de vista. A diferencia de la impresión que le había causado la calle de atrás, creo que mis palabras contribuyeron a mejorar en mucho el concepto que se había creado de mí hasta entonces. Como me dijo, le había sabido mostrar mi verdadera fachada y le había encantado.