Del 7 de julio hasta el 23 de agosto de 1995 no hay nada escrito en la novela. Pero, como ya lo he insinuado con anterioridad, creo que se entiende bastante bien cómo fueron esos días de «summer time», «summer vacation».
Ana: ¿Mantenemos nuestro acuerdo del verano pasado? – Me propone. – Cuanto más tiempo dediques a la lectura de textos en español, más tiempo pasaremos en Carson Beach. La única observación que haré este año, dado que para el curso que viene no te libras de la asignatura, es que la negativa supone que la cuenta del tiempo se ponga a cero.
Que quede claro que Ana se refería a lectura de textos en español, no a «Lecture time». Aunque no digo que en alguna ocasión no me lo mereciese, porque de vez en cuando una se equivoca o necesita llamar la atención para romper con la rutina y dejar que aflore la rebeldía adolescente que lleva dentro. No confundir «Reading time» con «Lecture time».
Significado de «Lecture time»
1: un discurso pronunciado ante una audiencia o una clase especialmente para la instrucción
Porque, como me advirtió, la «lecture time» implica que todo el tiempo de lectura acumulado hasta ese momento para ir a la playa, a Carson Beach, el contador, se pone a cero. Como si no hubiera hecho más que perder el tiempo y no fuera merecedora de ese premio o compensación por mi esfuerzo. Iba a dar lo mismo que hubiera conseguido leer un texto en español de manera tan perfecta que se me considerase una hispanohablante nativa. Sin tiempo de lectura no hay playa que valga
Por supuesto, el hecho de negarme a leer ya estaba claro que iba a tener consecuencias: pérdida de su confianza y de horas de playa.
Vistas desde Carson Beach
Pero, si cabe, la «lecture time» es mucho peor que perder un día de playa, porque a una adolescente rebelde mimada consentida y malcriada tampoco se le puede llevar a ninguna parte, aunque ésta tampoco quiera ir por si viniera Daddy y se encontrase con la puerta cerrada. De manera que, al final, la decisión de que fuéramos o no a la playa, en gran medida, dependía de mi actitud, aparte de la climatología y de lo ocupada que Ana estuviera ese día o semana.
A Ana conviene tomarla en serio cuando se pone seria. Por las buenas es capaz de encontrar a Daddy con un par de llamadas de teléfono. Porque no me puedo olvidar que Ana, aparte de tener un carácter afable comprensivo y benévolo con ciertas actitudes adolescentes, tiene un teléfono y no tiene reparo en usarlo.
De manera que tú verás lo que haces, si quieres que lo utilice y acabar con tu lindo trasero en el otro internado o que no haya lugar en el mundo donde Daddy se pueda esconder, porque Ana le encuentra, sí o sí
Teléfono Móvil 1988
¡Porque ya te digo yo que le encuentra! Cosa distinta es que quiera que yo me entere antes de tiempo, porque tampoco me quiere evitar el esfuerzo ni quitar el mérito.
Lo que pasa es que sucede lo mismo que con esto de ir o no ir a Carson Beach. Todo depende de los méritos que yo haya hecho hasta ese momento para que ella haga esa llamada en uno u otro sentido.
¡Si tengo que esperar a que sea Daddy quien tome la iniciativa, ya me puedo comportar como la adolescente más revoltosa del mundo, que ni por esas! Ante lo cual, me conviene más ser un modelo y ejemplo a imitar en cuanto a mi buen comportamiento y actitud. Que si por un casual Daddy llamase, Ana no se encuentre con argumentos para colgarle ni para insinuarle que yo ya no vivo aquí, en el internado y no saben nada de mí desde final de curso., porque yo ya no tengo edad para seguir en el internado.
¿Qué leer?
Ahora la pregunta y cuestión es qué libros o textos en español puede o no leer una adolescente de catorce años que le no supongan mucho esfuerzo y que justifiquen ante Ana que los días que luzca el sol ésta se quede sin excusas para no llevarla a la playa, a Carson Beach, y pasar allí el día. Hasta media tarde.
Vale que Carson Beach tampoco es la mejor playa del mundo, pero cuando una es una poco maniática y cabezota, prefiere que no le cambien las costumbres.
Pero ahora no se trata de elegir playa, sino textos para leer y merecerse ese disfrute.
Ya he comentado que yo hago lectura no comprensiva. A Ana tan solo le preocupa mi pronunciación y a mí evitar tener que leer unas cien mil veces la misma frase o párrafo hasta que a Ana le suene perfecto.
Es decir, que la lectura debe convertirse en algo divertido, que me ayude a superar mis recelos hacia todo lo español. Algo provechoso y, hasta cierto punto, una excusa tonta para disfrutar de su compañía y acaparar la atención de Ana el mayor tiempo posible. No pasa nada porque mi voz lectora sea el ruido ambiental en vez de la radio.
Ya sabes, cuántas más horas le dedique a la lectura más horas de playa disfrutaré después. Si por algún motivo hubiera que recibir una merecida «lecture time», que, al menos, se tenga en cuenta el esfuerzo y el contador no se ponga a cero, como si no hubiera tocado un texto en español en toda mi vida. A veces esas reducciones o descuento de tiempo se pueden negociar ¿No te parece? Dime que sí. Que en vez de ir a Carson Beach dos días seguidos, vayamos tan solo uno y opciones de esa estilo.
¿Cómo podemos inculcarle el gusto por la lectura?
La tarea es muy sencilla: simplemente no obligándoles a leer un libro determinado. Dejando que sean ellos mismos quienes elijan (sea por la portada, por el argumento o por la temática) ese libro que más les llame la atención y siendo conscientes de que hay libros para adolescentes que serán más de su agrado, aunque puedan no coincidir con nuestros gustos literarios. Solamente así podrá evadirse gracias a él. Y esto es algo que no solamente conviene hacer en casa: obligar a leer un libro específico en el colegio puede llevarles a no desarrollar el gusto por leer. Pues, tal y como afirma Daniel Pennac “el verbo leer no tolera el imperativo”.
Ese era el planteamiento de Ana, que yo escogiera el texto o libro que quisiera. Con la única exigencia de que estuviera escrito en español. Se admiten las instrucciones de la lavadora, lo que pasa es que éstas suelen venir también en inglés y por lo tanto implica que pueda enterarme de lo que leo
¿Hay libros de esos en las estanterías del St Clare’s, un hogar de acogida para niñas sin hogar o procedentes de familias desestructuradas ubicado en Medford, Massachusetts? Pues al parecer sí porque dependemos del St. Francis School y entre los cursos 5th y 8th la asignatura de Spanish es obligatoria, de manera que, por lo menos, hay libros de texto, de esos que se supone yo me debería haber estudiado y aprendido de memoria, si hubiera ido a clase con normalidad.
De hecho, como durante esos cuatro cursos he sido una homeschooled en esa asignatura, el motivo está doblemente justificado. Aparte que las tutoras del St. Clare’s se preocupen porque todas las niñas que pasan por aquí sean conscientes de sus raíces, de su identidad. De modo que no se descarta que entre nosotras haya niñas de todo tipo, «Todas son bienvenidas» («All are welcome») Es más, como yo en verano no voy a ninguna parte, y lo de pasarme el día mirándome el ombligo o que me escape al parque a jugar con los chicos no son opciones muy recomendables, es muy probable que ni la biblioteca municipal contase con una bibliografía tan extensa y variada. Sin embargo, si en el St Clare’s hay que hacer sitio ha de ser a las niñas que lo necesiten, antes que a los libros. Por lo cual, algún libro hay.
Ya os he comentado que hay libros de leyendas, que puede parecer que suceden en Medford y sus alrededores. Pero son leyendas mucho más antiguas que la historia de Medford y todas parece que transcurren en la misma ciudad. Curiosidades de esas que Ana encuentra por las librerías. Libros escritos y de origen español en los que no se hace una mención directa a un lugar determinado o, de manera intencionada, es un dato que se omite.
La rosa de pasión
Una tarde de verano y en un jardín me refirió esta singular historia una muchacha muy buena y muy bonita.
Mientras me explicaba el misterio de su forma especial besaba las hojas y los pistilos que iba arrancando uno a uno de la flor que da su nombre esta leyenda.
Si yo la pudiera referir con el suave encanto y la tierna sencillez que tenía en su boca os conmovería, como a mí me conmovió, la historia de la infeliz Sara.
Ya que esto no es posible, ahí va lo que de esa tradición se me acuerda en este instante.
En una de las callejas más obscuras y tortuosas de la ciudad imperial, empotrada y casi escondida entre la alta torre morisca de una antigua parroquia muzárabe y los sombríos y blasonados muros de una casa solariega, tenía, hace muchos años, su habitación, raquítica, tenebrosa y miserable como su dueño, un judío llamado Daniel Leví.
Era este judío rencoroso y vengativo, como todos los de su raza; pero más que ninguno, engañador e hipócrita.
Dueño, según los rumores del vulgo, de una inmensa fortuna, veíasele, no obstante, todo el día acurrucado en el sombrío portal de su vivienda componiendo y aderezando cadenillas de metal, cintos viejos y guarniciones rotas, con las que traía un gran tráfico entre los truhanes del Zocodover, las revendedoras del Postigo y los escuderos pobres.
También hay libros un poco más gordos, lecturas más extensas. De esos que se tarda varias semanas en leer. Como ese que habla de uno que se vuelve loco por leer demasiado y confunde la ficción con realidad. Yo creo que una vez que he leído algunos párrafos, sin enterarme demasiado del argumento, empiezo a tener motivos para perder el gusto por la lectura, no me vaya a pasar lo mismo. Al menos, yo creo que me alimento bien y que ya se preocupa Ana de que mis locuras y ocurrencias no vayan más allá de ser un modo de mantener vivas mis ilusiones y expectativas en cuanto a Daddy. En todo caso, es un libro tan gordo y en ocasiones algo complicado de leer, que da para muchas horas de lectura y, por lo tanto, de playa.
Cuanto más que, si bien caigo en la cuenta, este vuestro libro no tiene necesidad de ninguna cosa de aquéllas que vos decís que le faltan, porque todo él es una invectiva contra los libros de caballerías, de quien nunca se acordó Aristóteles, ni dijo nada San Basilio, ni alcanzó Cicerón; ni caen debajo de la cuenta de sus fabulosos disparates las puntualidades de la verdad, ni las observaciones de la Astrología; ni le son de importancia las medidas geométricas, ni la confutación de los argumentos de quien se sirve la retórica; ni tiene para qué predicar a ninguno, mezclando lo humano con lo divino, que es un género de mezcla de quien no se ha de vestir ningún cristiano entendimiento.
(....)
Es, pues, de saber que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso, que eran los más del año, se daba a leer libros de caballerías, con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza, y aun la administración de su hacienda; y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura para comprar libros de caballerías en que leer, y así, llevó a su casa todos cuantos pudo haber dellos; y de todos, ningunos le parecían tan bien como los que compuso el famoso Feliciano de Silva; porque la claridad de su prosa y aquellas entrincadas razones suyas le parecían de perlas, y más cuando llegaba a leer aquellos requiebros y cartas de desafíos, donde en muchas partes hallaba escrito: «La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura». Y también cuando leía: «... los altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas os fortifican, y os hacen merecedora del merecimiento que merece la vuestra grandeza».
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Don Quijote le preguntó cómo se llamaba, porque él supiese de allí adelante a quién quedaba obligado por la merced recebida, porque pensaba darle alguna parte de la honra que alcanzase por el valor de su brazo. Ella respondió con mucha humildad que se llamaba la Tolosa, y que era hija de un remendón natural de Toledo que vivía a las tendillas de Sancho Bienaya, y que dondequiera que ella estuviese le serviría y le tendría por señor. Don Quijote le replicó que, por su amor, le hiciese merced que de allí adelante se pusiese don y se llamase doña Tolosa. Ella se lo prometió, y la otra le calzó la espuela; con la cual le pasó casi el mismo coloquio que con la de la espada. Preguntóle su nombre, y dijo que se llamaba la Molinera y que era hija de un honrado molinero de Antequera; a la cual también rogó don Quijote que se pusiese don y se llamase doña Molinera, ofreciéndole nuevos servicios y mercedes.
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Libro
Me apunto treinta minutos de lectura, sin «lecture time». Nos vemos en Carson Beach en cuando haya un poco de sol
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