Ana. Silencio en tus labios (2)

La misa era a las once y media. Para mi sorpresa, mis padres acudieron, se presentaron allí sin que les hubieran invitado, aunque por otro lado, aunque se tratase de la Casa de Ejercicios y de una celebración reservada para quienes participamos en la convivencia, lo cierto era que la puerta estaba abierta para todo el mundo y ya en alguna otra ocasión había tenido la ocurrencia de plantearles la posibilidad de que se acercaran por allí y vieran por sí mismos a qué dedicábamos el fin de semana o el tiempo que durasen aquellas reuniones, cuya única diferencia con las actividades de la parroquia estaba en que abarcaba días completos y se reunía a gente procedente de otros lugares, pero con las mismas inquietudes. De todas maneras, ya tenía la tranquilidad de que sabían que no estaba metida en ninguna organización extraña y que quedaba descartado que tuviera vocación porque mis circunstancias personales eran suficiente impedimento, aparte que no me sintiera llamada a un compromiso mayor. Mis fracasos sentimentales no me habían llevado a pensar que debía llevar mi vida por un rumbo distinto al que ellos pretendían.

Tras la misa, mientras los demás se quedaban en la capilla para tener un último rato de oración y hacer tiempo antes de la comida, yo mantuve una pequeña y algo tensa conversación con mis padres, dado que habían acudido hasta allí para hablar conmigo. La visita de Manuel y mi llamada del día anterior les habían dejado un tanto preocupados. Hubiera preferido que Manuel participara de aquella conversación, que no se le mantuviera al margen porque ya le consideraba parte de mi vida y que aquello también le afectaba. Sin embargo, lo consideraron una conversación familiar y privada, porque de antemano se temían que la situación se pondría un poco tensa y había cuestiones que era mejor que quedasen entre nosotros, lo cual empecé a comprender en el momento en que empezaron a ponerse serios y dar evidencias de que no valoraban de manera tan favorable que me hubiera enamorado de Manuel. Lo cual, hasta cierto punto, era algo que me esperaba, dado que para nadie era un secreto que éste distaba bastante de reunir las cualidades del pretendiente que ellos querrían para mí, pero la decisión era mía.

Los argumentos de mis padres se fundamentaban en lo sucedido con mi hermana Marta, que aún se sintieran bastante dolidos y afectados con el comportamiento de ésta, así como por las consecuencias que habían tenido sus malas decisiones, su falta de sentido común a la hora de tratar con los chicos, porque la gravedad de ese asunto estaba tanto en lo acontecido como  en que ésta fuera la pequeña de la casa; que debido a la falta de entendimiento con la familia, hubiera preferido poner tierra por medio y alejarse hasta que se aclarase las ideas. Mis padres temían que estuviera a punto de cometer un error similar. Sin embargo, en lo referente a mi hermana, compartía el punto de vista de mis padres y, hasta cierto punto, asumía parte de la responsabilidad por no haber estado a la altura de lo que se esperaba de una hermana mayor, más cuando aquel asunto había provocado un cierto distanciamiento entre nosotras porque me había centrado más en mis propios problemas en vez de darle el apoyo que hubiera necesitado. De todos modos, no me había desentendido del todo, aunque ello fuera por aliviar ese sentimiento de culpa.

También aludieron, y con razón, a mi estado de salud, al hecho de que se trataba de una cuestión de la que todavía no me había parado a hablar con Manuel y que hasta cierto punto había sido la causa de mi ruptura con Carlos. Mis padres temían que, en cuanto empezara a coger confianza conmigo, se animara con el hecho de que éramos pareja, se encontraría con que tal vez no estuviera a la altura de sus expectativas y aquello nos distanciara, porque la verdad es que me amparaba en las distancias para no aludir de manera muy directa a esas cuestiones, sobre lo que él tampoco me preguntaba con demasiado interés, ni aún cuando mi ilusión hubiera sido acudir al retiro de junio y mis problemas de salud me lo habían impedido. Mi suposición estaba en que él pensaba que se había tratado de un catarro o algo sin demasiada importancia, más cuando por lo que sabía mi vitalidad estaba fuera de toda duda, porque en el último año había aprovechado cualquier ocasión para salir de casa, sin que nada me detuviera. 

Por si aquello no era bastante como para que me replantease si de verdad estaba enamorada, fue mi padre quien me preguntó por lo que sabía de Manuel, su nivel de estudios, su trabajo, cómo se ganaba la vida, su familia, y en general todas aquellas facetas de la vida que en la mía sentía que se estaban volviendo del revés a causa de aquella historia. Era justo sobre lo que había meditado el día anterior en uno de mis ratos de oración y para lo cual todavía no tenía una respuesta clara, más allá del hecho de que no era ningún secreto que era mucho lo que en esos aspecto nos distanciaba. Aunque de todos modos, en contra de las apreciaciones más desfavorables de mis padres, por lo que yo sabía al respecto, la situación no era tan negra como ellos lo planteaban. Manuel tenía sus defectos, eso nadie lo negaba ni ocultaba, pero frente al pesimismo general, incluso el suyo propio, por mucho que me dijesen que el amor me cegaba, estaba convencida de sus muchas cualidades, que por poco que se diera la oportunidad de demostrárselo a sí mismo, los demás cambiarían ese concepto tan negativo.

A pesar de que mis padres parecían tan poco favorables a aquella relación, en particular mi madre, les volví a preguntar si les parecía bien que Manuel se quedara a dormir aquella noche, porque su mochila ya estaba en mi coche y era el plan que tenía con él. En caso de que se opusieran, aún estaba a tiempo de cambiar su mochila de coche y marcharse a Toledo, tal y como había venido. Sin embargo, frente a los recelos sobre nuestra relación, los dos se mostraron de acuerdo en que sí ya habían dicho que se podía quedar, no cambiarían de idea en el último momento. No es que aquello se interpretara como un voto de confianza, más bien que esperaban que la responsabilidad y decisión de romper con aquella relación a la que no veían sentido recayera sobre mí. Tampoco es que quisieran que me sintiera presionada, la decisión final debía tomarla yo. De hecho, mi padre me dijo que quería verme feliz y constató que se había dado cuenta que había recuperado la sonrisa y las ganas de vivir.

Terminada la charla ya no tuve tiempo de acudir a la capilla a rezar porque todos se habían ido al comedor, estaban casi todos sentados y al lado de Manuel quedaba una silla libre, por lo que hacía allí me dirigí. Antes de sentarme le di un beso y reiteré que mis padres nos esperaban para cenar. No me sentía con ánimo ni me pareció que aquel fuera el momento y lugar más adecuado para compartir con él mis impresiones y conclusiones de la conversación. Sabía que no le podía mantener al margen, por mucho que aquello resultase doloroso para los dos, sobre todo por el hecho de que mis padres esperaban que con aquella charla entre nosotros diera por concluida nuestra relación, lo cual me resultaba difícil de asumir y era una posibilidad que tanto mi cabeza como mi corazón rechazaban. Me eran indiferentes las objeciones que mis padres pusieran o los consejos más o menos coherentes que en ese sentido me hubiera dado cualquier otra persona. Se trataba de mi vida, de mi novio, de mi apuesta de futuro. Estaba enamorada y me sentía llena de vida. Rechazar todo aquello era como si me matasen, como si me obligaran a que me lanzara al vacío y sin cuerda de seguridad desde un puente.

No me sentía con ánimos para permanecer en la Casa de Ejercicios, todo el mundo estaba feliz por el final de la convivencia, mientras que yo por dentro vivía una auténtica pesadilla, por lo que sin muchas explicaciones conseguí convencerle para que nos marchásemos. Necesitaba que nos alejásemos de todo, encontrar el momento y la manera de sincerarme con él, sin que la gente del Movimiento se involucrase ni viera afectada. Necesitaba encontrar las palabras, el momento, decirle que mis padres pensaban que debíamos dar por finalizada nuestra relación, porque lo cierto era que, frente a los argumentos de éstos, mi única replica era que estaba enamorada y me sentía llena de vida, sensaciones o efectos que mis padres esperaban me provocase una nueva relación con unas bases un poco más sólidas y coherentes. Para mis padres era mejor que me olvidase de Manuel antes de que nuestro noviazgo se terminase de asentar, porque de lo contrario los dos nos haríamos daño y era justo lo que esperaban, que de producirse no resultara demasiado traumático.

En aquella ocasión preferí ser yo quien condujera, porque tampoco tenía muy claro donde iríamos, aunque lo que menos tenía era prisa por volver a casa, tan solo por alejarnos de la Casa de Ejercicios, de que se me diera la oportunidad de pensármelo mejor y dejar que se marchara a Toledo para no volver a vernos. Cómo no sabía a dónde llevarle, nos dedicarnos a dar vueltas sin rumbo. Primero fuimos a por gasolina para el coche. No es que el depósito estuviera vacío, pero, si no hubiera ido en esa ocasión, lo hubiera necesitado dos o tres días después, aunque durante la semana tampoco lo moviera tanto, salvo cuando era necesario y en el último mes apenas había sido un par de veces. Supongo que era más una manera de expresar el hecho de que yo necesitaba esa recarga en mi estado de ánimo porque lo que me esperaba resultaba difícil de afrontar.

Al final acabamos en los cines del centro comercial, en la sesión de las cinco y media. Lo cierto es que no me sentía con ganas de ver ninguna película, pero me pareció que era una manera de que él no se aburriera en mi compañía y se tomase aquella escapada como una primera cita, en la que nos tomásemos en serio eso de que nuestra vida de pareja no se debía limitar tan solo a los momentos de oración o actividades organizadas por el Movimiento. En cierto modo, era como si aprovechásemos las pocas horas que nos quedaban para estar juntos e hiciéramos lo que cualquier pareja normal. Tal vez hubiera sido más apropiada una película con un contenido un poco más romántico, pero la que se ofrecía aquella tarde era “Star War, la amenaza fantasma”. El ruido de la sala favorecería que me centrara en mis propias reflexiones y me olvidase un poco de todo.

Dado que el plan para aquella tarde lo organizaba yo, me ocupé de pagar las entradas y escogí las butacas, en uno de los laterales de la sala, donde pudiéramos estar tranquilos y sin que él fuera demasiado consciente de mis verdaderas intenciones, aunque intuyera que había algo que no iba bien en mi cabeza, porque me mostré demasiado fría, cuando lo normal era que hubiera buscado que nos cogiéramos de la mano, buscase su complicidad, pero tan solo le arrastraba conmigo y él me seguía con docilidad. Porque de hecho, cuanto más lo pensaba y más vueltas le daba a la decisión que debía tomar, más segura estaba de que debíamos seguir juntos, que mis padres se equivocaban, Que si le dieran con un poco de confianza, les demostraría que se equivocaban al juzgarle y mostrarse tan recelosos de nuestra relación.

Me acurruqué en la butaca y refugié en el silencio de la sala en cuanto comenzó la película, aunque para mí tampoco resultaba demasiado fácil estarme quieta, porque me sentía demasiado nerviosa, igual había momentos en los que buscaba esa proximidad con Manuel, como me distanciaba de él, hasta el punto de que de manera involuntaria él recibió alguna que otra patada. Por suerte al otro lado tenía la pared, de manera que nadie más se vio afectado por ello. En una de esas ocasiones en que busqué su proximidad, intenté coger su mano, él pareció no darse cuenta, e incluso le noté poco receptivo, como si se hubiera contagiado de mi nerviosismo y sintiera que mi ocurrencia de aquella tarde hubiera sido una mala idea, para atraparle y que no se escapara. Sin embargo, para mí, el hecho de que estuviera conmigo, era un descanso, una manera de demostrarles a los demás que podíamos estar juntos.

Cuando concluyó la película, antes de que nos levantásemos, me permití darle un beso y con ello hacerle entender que estaba algo más relajada y dispuesta para que hablásemos con calma sobre mis inquietudes, aunque me preocupaba la impresión que le causara nuestra primera cita, porque, en vez de ser un momento que recordásemos con alegría, estaría marcado por aquellas tensiones, más cuando en aquella ocasión no se debiera a algo que él hubiera dicho o a su actitud. Se trataba de mí y de la conversación mantenida con mis padres, referente a nuestro futuro como pareja, porque para mí lo teníamos y los obstáculos o inconvenientes que tuviera carecían de relevancia mientras nos quisiéramos y sobre esa cuestión no me quedaban dudas.

Para que hablásemos con calma, me invitó a tomar algo, se comprometió a ser él quien pagase en esa ocasión, aunque la diferencia entre el precio de las entradas de cine y las bebidas no fuese equilibrada, pero lo importante era la intención y su disposición a escucharme con atención, a darme su apoyo en aquellos momentos porque era evidente que había algo que no iba bien entre nosotros. Si yo estaba nerviosa por todas las preocupaciones que tenía en la cabeza, él no lo estaba menos ante la expectativa de pasar una noche en mi casa y ante la idea de que le dejaba al margen de los acontecimientos, como si se hubiera dado cuenta de que se me había pasado por la cabeza la posibilidad de que aquella fuera nuestra primera, única y última cita, para lo cual necesitaba una explicación, dado que sentía la impotencia de no saber qué decirme y hasta cierto punto que toda aquella tensión era por su culpa, como si aún no fuera consciente de lo mucho que le amaba.

Mientras yo me tomaba una tila y él un granizado de limón, del que me permitió que bebiera un par de sorbos, charlamos de manera tranquila y sin demasiado detalle sobre la conversación mantenida con mis padres y la razón de mi inquietud. Le confesé las reticencias de mi madre, porque no veía que éste fuera hombre para mí y que mi padre, sin que fuera mucho más optimista con respecto a nuestro futuro, consideraba que me lo tenía que pensar mejor antes de que fuera demasiado tarde. Evité las alusiones a mi hermana, porque me pareció que se trataba de una cuestión familiar que no le afectaba y debía guardarme y también eludí lo referente a mis problemas de salud porque, en contra de las impresiones de mis padres, tampoco me pareció un tema tan relevante en mi relación con Manuel. En cierto modo, el hecho de callarme ese tema fue por miedo a su reacción. Sabía y sentía que me tenía demasiado idealizada y que aquello sería como un jarro de agua fría. Era mejor que poco a poco se diera cuenta de mi realidad, de cómo era la chica de quien se había enamorado, como yo le empezaba a conocer a él y le descubría sus cualidades ocultas.

Para justificarle de algún modo la preocupación y sorpresa de mis padres ante nuestra relación, le insinué que éstos habían llegado a pensar que entre nosotros había ocurrido algo que los dos sabíamos que no había pasado, por falta de tiempo y sobre todo porque ninguno de los dos había perdido la cabeza hasta ese punto. Mi hermana sí había llegado a estar tan ciega por un chico. Pero, en mi caso, jamás hubiera llegado a ser tan insensata, aparte que los ambientes en los que hasta entonces me había relacionado con Manuel cualquier posibilidad en ese sentido resultaba implanteable, aunque comprendía que mis padres desconfiaran de mis escapadas de fin de semana a Toledo y que de pronto les anunciara que mi nuevo novio era de allí y que al presentarles concluyeran que nuestro noviazgo más que por amor era por decencia personal, como si no me conocieran lo suficiente como para saber que ni siquiera con Carlos me había puesto en una tesitura similar, aunque con éste hubiera llegado a un punto que con Manuel aún no había alcanzado y que me daba la impresión de que éste no se planteaba.

Por supuesto y para su tranquilidad, así como para la de mis padres, en el trasfondo de aquella relación no había una cuestión de celos ni de venganza contra nadie, en caso de que hubiera alguien que lo viera así. Era una decisión meditada y un sentimiento que me nacía del corazón, porque desde el principio intentaba ser justa y sincera, que éste no pensara que intentaba jugar con sus sentimientos o que aquello fuera una manera de superar mis agobios por su actitud, como única salida ante el hecho de que parecía obsesionado conmigo y en lugar de mandarle a hacer gárgaras y acabar con todo le había abierto mi corazón. Como le dije, una vez que me había sincerado con él, sentía que sus sentimientos hacia mí eran igual de sinceros. Que en el supuesto de que hubiera notado que él no me correspondía, no habría sido tan osada como para admitir que le quería, lo que incluso a mí me había sorprendido escuchar que esas palabras salían de mis labios.

Como remate aquellas palabras, a modo de broma, le insinué la posibilidad de que nos escapásemos, que me llevara con él, porque me asustaba la idea de que fuéramos a mi casa, porque mis padres no nos apoyaban en aquella relación y estaba dispuesta a renunciar a todo por él. Ya tenía la mochila en el coche, estaba preparada para que nos escapásemos, todo era cuestión de conducir en dirección a su casa. En realidad aquello me sirvió como excusa para saber qué estaba dispuesto a hacer por mí, qué me ofrecía y llegar a la conclusión de que esa posibilidad no era muy alentadora. Sin embargo, si tenía que escoger entre las presiones de mis padres, mi vida cómoda o las limitaciones a las que me enfrentaría con Manuel casi estaba por preferir esto segundo, dado que a su lado, en su compañía, me sentiría libre y sobre todo amada sin condiciones ni condicionantes, tendría la posibilidad de rehacer mi vida, que la construyésemos entre los dos.

Supongo que mi propuesta resultaba poco creíble, dado que por muy enamorada que estuviera, que lo estaba, no sería tan alocada como para renunciar a todo y aquello no nos ayudaría a ninguno de los dos. Tal vez mis padres aceptasen que me fuera uno o dos días a Toledo, que, dado que había evitado que Manuel se fuese con nuestros amigos, me sentía responsable de llevarle yo, pero pasado ese tiempo confiarían en que volvería, sobre todo que una vez estuviera allí les llamara y se lo contase todo para que no se preocuparan. La verdad es que con una hija un tanto osada en la familia mis padres ya tenían bastante y confiaban en que yo actuase con un poco más de sentido común. Si les ponía en la tesitura de que me escapase con Manuel o que le aceptasen como mi novio, casi sin dudarlo optarían por lo segundo. Era mejor ganar un hijo que perder dos hijas, aunque se suponía que mi hermana habría de regresar a casa algún día, más pronto que tarde, porque tan solo se marchó para aclararse las ideas.