28 de julio, lunes
Según el horario de autobuses el que a Manuel le interesaba tomar para regresar a Toledo salía de la estación a las nueve de la mañana, por lo cual el despertador sonó a las siete y media, para que nos diera tiempo de recoger, vestirnos y que llegara a la estación. El despertador de mis padres sonó diez minutos antes que el mío. Era lunes por la mañana, día laborable y como tal ese detalle tampoco hubiera tenido mucha importancia, si se hubiera tratado de un día normal, pero en aquella ocasión lo interpreté como que mis padres no iban a ser muy condescendientes con la idea de que Manuel se quedara otro día. Había que volver a la rutina de todos los días y su presencia suponía una distracción. Casi me debía sentir una hija afortunada porque me permitieran que me despidiera y no pretendieran echarle del piso a patadas, ya que no se trataba de un chico cualquiera, sino de mi novio, mientras nuestra relación tuviera algún sentido para nosotros y el hecho de haber dormido aquella noche en mi cama no había provocado que me lo pensara mejor.
Más que encontrarnos, nos tropezamos por el pasillo, aunque no le di mucho tiempo para que me viera en pijama o recién levantada. No me consideraba muy presentable y, a diferencia de cómo me había visto en la Pascua, allí estaba en mi casa, mucho más relajada, salvo por el pequeño detalle que los dos sentíamos que mis padres estaban pendientes de todos los movimientos que hubiera por el pasillo y no querían que se crease ninguna situación demasiado comprometedora; preferían que nos diéramos prisa en estar listos porque el reloj avanzaba y el autobús no se retrasaría por nadie, por lo cual no hubo ocasión para que nos diéramos los buenos días, aunque, por lo menos, por causa de aquel pequeño tropiezo por el pasillo, tuve ocasión de saciar mi curiosidad por verle en pijama y recién levantado, porque hasta entonces no me había sido posible. Como me sucedía con todo lo referente a él, la impresión que aquello me causó no provocó que le quisiera menos, en cualquier caso que se avivara la complicidad entre nosotros porque nuestra relación de pareja progresaba. Tampoco era la primera vez que veía a un chico, que no fueran mi hermano o mi padre, en aquellas condiciones, pero se trataba de Manuel, de mi novio.
Apenas nos dio tiempo a desayunar y casi fue una suerte que mi madre tuviera esa consideración con Manuel y no quisiera que éste se fuera con el estómago vacío. La hora que era, la llegada de mi hermano y el empeño de mis padres en que éste nos acompañara a la estación y no nos entretuviéramos más de la cuenta, porque había trabajo pendiente en la gestoría, provocaron que todo fueran prisas. Que si no fuera porque era mi novio y mi responsabilidad, hubiera sido mi padre quien se hubiera ofrecido a llevarle a la estación y zanjado el asunto. Sin embargo, quería tener la oportunidad de que nos despidiéramos y dar pie a un nuevo encuentro en cuanto a los dos nos viniera bien, porque seguiríamos en contacto, ya que quedaban muchos asuntos pendientes por tratar y, sobre todo, que los dos nos negáramos al hecho de pensar que aquel fuera el fin de nuestra relación, porque teníamos que convencer a mis padres de que se equivocaban.
En la estación aún hubo tiempo para un último beso en la mejilla, para que nuestras manos estuvieran cogidas durante unos minutos y, sobre todo, para que hablásemos y nos comprometiéramos a mantener la comunicación por teléfono y por carta. Aunque quizá lo relevante del caso es que ninguno de los dos se planteara que ese intercambio de mensajes se hiciera por medio de Internet. Lo cierto era que ninguno de los dos se detuvo a pensar en ello porque con mis padres todo habían sido prisas y carreras. Lo que en principio me había planteado como una tarde relajada para favorecer ese acercamiento entre los dos, la actitud de mis padres lo había alterado por completo. En cualquier caso, hacía una valoración positiva de todo lo conseguido a lo largo del fin de semana, que cualquier olvido, despiste o malentendido se resolvería con el tiempo ya que nos quedaba mucho que vivir y que compartir.