Ana. Silencio en tus labios (2)

Tras la cena se nos dieron quince minutos de libertad para que cada cual hiciera lo que considerase oportuno en esas circunstancias; el punto de encuentro para después sería el patio, lo que a mí me pareció un premio porque, aunque no lo admitiera, estaba cansada de la capilla, me apetecía un poco más de trato fraternal, una reunión de grupos, algún juego en el que participásemos todos: lo que fuera con tal de tomar el aire y cambiar el chip, como solía decirse. En quince minutos tuve tiempo de lavarme los dientes y cambiarme de ropa, porque para salir al patio intuía que haría un poco de fresco. Además, después de haberme pasado el día con aquella ropa, necesitaba renovarme, que todo el mundo me viera mucho más relajada. Sobre todo quería que cuando me reuniera con Manuel éste desechara de su cabeza la idea de que le rehuía, cuando lo que necesitaba era que me abrazase, que recuperásemos esa complicidad que parecía haberse desvanecido a lo largo del día.

Fui de las últimas en salir al patio y me encontré con que él ni quiera me había esperado en la puerta para que saliéramos juntos, parecía haberse desentendido de mí, lo cual me tomé con cierta condescendencia porque supuse que habría bajado con idea de que yo ya estuviera allí y le había dado apuro subir a buscarme, no fuera a pensar que me agobiaba porque me sintiera demasiado controlada. De hecho, tal y como se había sentado todo el mundo y en particular él, había sitio a su lado, por lo cual, sin que diera la impresión de que corría a su encuentro, no me lo pensé demasiado a la hora de decidir dónde sentarme. Para asegurarme de que no se escapaba, me agarré a su brazo. Hubiera bastado con que le cogiera la mano para tener toda su atención, pero con el brazo adoptaba una postura de propiedad, le reclamaba como mío frente a las demás, que no estaba dispuesta a compartir el amor de mi vida con ninguna ni a consentir que se me escapara. Con las demás no tenía por qué rivalizar, dado que allí casi todas tenían pareja, pero no quise reprimir ese impulso; en parte era una recriminación para él por lo desatendida que me había tenido a lo largo del día.

La reunión de aquella noche era para compartir impresiones entre todos, que, después del tiempo que habíamos pasado en la capilla, hubiera ocasión de que cada cual comentase lo que considerara en relación con la vida en pareja, de tal manera que los matrimonios dieran ejemplos a los novios y nosotros les expusiéramos nuestras dudas. No se trataba tanto de que se hablase de cuestiones muy personales, sino, más bien, de cómo vivían los matrimonios su fe y, en cierto modo, cómo ello les había ayudado a formalizar su compromiso y una vez que ya eran matrimonio. Incluso nos daba la oportunidad a aquellos que empezábamos para que expusiéramos nuestras dudas e inseguridades sobre la consistencia de nuestra relación, porque tampoco era tan extraño el caso de la pareja que se había formado a partir de ese buen entendimiento en las actividades del Movimiento o su oración personal, pero que en el fondo no habían encontrado la base de su relación, tal y como me había sucedido a mí con Carlos y no quería que me sucediera con Manuel, aunque lo de encontrar ese entendimiento aún nos resultara un poco complicado.

Más o menos se dieron diferentes opiniones por parte de aquellos que se consideraron más cualificados por su experiencia personal o por sus conocimientos. Se estableció un pequeño debate en el que más que exponer criterios opuestos, se tendía más a recomendar la buena comunicación dentro de la pareja; el hecho de buscar ocasiones para estar juntos y no solo en las actividades organizadas por el Movimiento; la relación como tal debía abarcar la vida de cada uno, sin que se tratase tanto de buscar la perfección como el hecho de compartir, de sentirse como uno solo. Mucho de lo que se habló ya lo había vivido con Carlos durante nuestros tres años de noviazgo y esperaba revivirlo con Manuel durante el resto de nuestras vidas, porque era un poco más consciente de los fallos cometidos y estaba más dispuesta a que no se repitieran, pero para ello necesitaba que éste me demostrara que estaba tan implicado y comprometido como yo, que los dos caminábamos en la misma dirección porque de lo contrario no llegaríamos a ninguna parte.

Así sentados como estábamos, mientras los demás hablaban de esas cuestiones, le pregunté sobre sus planes para el día siguiente, no tanto porque me confirmase que se quedaría porque ya intuía que esa era su intención, aunque se suponía que no debía responderme hasta el último momento, cuando hiciéramos balance de la convivencia, sino porque debía informar a mis padres para no presentarnos en mi casa por sorpresa, por mucho que tal vez éstos ya se lo imaginaran, porque se trataba de mi novio y no dejaría que se me escapara de nuevo con tanta facilidad como la primera vez. Como le dije, me conformaba con que se quedara una noche, si es que no disponía de tiempo para más, porque yo debía centrarme en mi trabajo para que mi hermano disfrutase de sus vacaciones. En vista de las expectativas poco alentadoras ante su marcha, se quedaba sin excusas para negarse. Por los allí presentes, por mis padres, como se le ocurriera marcharse, provocaría que dudarán de nuestra relación, de manera que no tenía escapatoria. Era como si le exigiera una prueba de su amor, ante lo cual no cabía ningún tipo de negación.

Como se dio cuenta de que se quedaba sin opciones, me respondió que aceptaba, aunque lo hiciera algo resignado y forzado por las circunstancias, aunque me advirtiera que pensaba marcharse a Toledo por la mañana, que no quería molestar más de lo necesario. Es más, para que entendiera lo comprometido de la situación, me advirtió que en la próxima visita que le hiciera a Toledo habría de presentarme a sus padres e incluso no descartaba que me plantease quedarme a dormir en su casa en vez de recurrir a la hospitalidad de mis amigas, dado que a diferencia de mí, en mi ciudad él no conocía a nadie con quien se tomara esas confianzas, pero yo en Toledo tenía la ventaja de contar con mis amigas. Ante lo cual, como no hubiera sido de otra manera, le prometí que me lo pensaría, sobre todo que lo hablaríamos con calma y con tiempo cuando se presentase la ocasión. De todas maneras, no dejaría que me marchara sin haberme quedado una noche en su casa.

Terminada la reunión, tuvimos un pequeño rato de oración en la capilla y después nos fuimos a dormir. Esa noche la despedida fue en el descansillo de las escaleras y no a las puertas de la capilla, me costó un poco más soltar su mano, pero no me planteaba que pasásemos de allí, porque ya no estaba tan solo en juego que se mereciera mi respeto, sino el hecho de que él se sentía bastante más cohibido ante la expectativa de que al día siguiente esa despedida sería en el pasillo de mi casa y tanto la amenaza de la presencia de mi madre, como la reacción de ésta, ya no serían sólo palabras. Al menos se llevó un beso en cada mejilla y una sonrisa que esperaba le ayudara a soñar conmigo, aunque dichos sueños fueran tan dulces como cuando de pequeño soñaba con angelitos dado que cuando nos volviéramos a ver por la mañana me tendría que querer tanto o más como yo le querría a él.

Cuando llegué a la habitación, dado que tampoco era demasiado tarde, aproveché para llamar a mis padres por teléfono y comentarles nuestros planes para el día siguiente, que no fuera una sorpresa para nadie. Confiaba en que, aunque demostrasen algún que otro reparo, sería fácil que les convenciera, tan solo sería por una noche y ya le conocían, por lo cual no habría sorpresas en ese sentido. Fue mi madre quien me contestó y en un primer momento se alegró por la llamada y no me puso demasiados reparos, dado que así tendría una nueva oportunidad de hablar con él, de conocerle un poco mejor. Lo interpreté como que mis padres habían aprovechado el sábado para hablar entre ellos y estaban dispuestos a darnos un voto de confianza, su beneplácito a aquella relación. Era una buena noticia y un motivo para que me fuera a la cama llena de optimismo con respecto al futuro, aunque consciente de la responsabilidad que conllevaría para los dos.