Mayo, 2003
Comencé aquel mes de mayo llena de ilusiones, tras la Pascua y aquel intercambio de cartas con Manuel, de nuevo sentía que tenía motivos para sentirme afortunada, para hacer planes con alguien y por lo tanto no esperaba que aquello acabase. Después de dos años un tanto alocados, de que mi vida pareciera haber perdido todo el sentido, me sentía de nuevo enamorada y tenía a alguien con quien compartir esos sentimientos. Quizá no fuese el chico más maravilloso del mundo ni tampoco hubiera mejorado tanto mi opinión sobre éste en aquellas semanas, pero había un cambio sustancial en nuestra relación, empezaba a haber entendimiento y complicidad entre los dos. El chico que había sido mi pesadilla de los últimos meses había conseguido que superase mis recelos hacia él, aunque como mis amigas me decían, el mérito estaba en que yo había sido un poco lanzada, que aquella conquista aún no había pasado la prueba de fuego.
En principio, si todo iba bien, nos veríamos en el retiro de mayo, a finales de mes. Nuestra separación sería de tan solo cinco semanas que se pasarían en un vuelo, gracias a esa correspondencia y a la posibilidad de hablar por teléfono siempre que coincidiéramos, aunque al principio me dio la sensación que él no tomaba la iniciativa en ese sentido. La verdad es que a mí me cohibía un poco el hecho de llevar la iniciativa. Tenía que ser él, dado que para eso le había dado mi número. Sin embargo, pasaban los días y mi teléfono no sonaba, si lo hacía era por causa de mis amigas o por cuestiones de trabajo, como si Manuel no estuviera muy dispuesto a acortar distancias entre nosotros, se conformara con las cartas y la idea de que nos viéramos en el retiro, aunque a mí me hubiera hecho ilusión que me llamara en cuando regresó a su casa, para preguntarme cómo me había ido el viaje y decirme que ya me echaba de menos. Quizá aquella primera llamada se disculpara por su deseo de no agobiarme y que quedase patente que se tomaba nuestra relación en serio.
Como estaba ilusionada con nuestra relación y, en cierto modo, necesitaba compensarle porque para mi estancia en Toledo el fin de semana del retiro de nuevo me había decantado por hacer planes con las amigas, aunque confiaba en que nos veríamos el viernes por la noche y pasaríamos el sábado juntos, pero no me atraía la idea de meterme en su casa, porque iba a necesitar un sitio donde quedarme esos días. Se me ocurrió, que, si le organizaba un viaje a mi casa, si le daba la oportunidad de que me hiciera una visita, no se negaría. Él tan solo tendría que prepararse la mochila para un fin de semana y montarse en el autobús. Un fin de semana conmigo y al siguiente nos veríamos en el retiro, e incluso me planteaba que quizá su visita animase a que alguien más de aquí acudiera al retiro y ello evitaría que hiciera el viaje por mi cuenta.
El once de mayo, a media tarde, a una hora en que supuse le encontraría en su casa, porque ya sabía más o menos el tipo de vida que llevaba, me atreví a llamarle para ponerle al corriente de mis planes, con la seguridad y confianza de que, además de alegrarse por escuchar mi voz después de tres semanas, no tendría excusas para rehusar. Le ofrecía la oportunidad de poner en práctica todo lo que habíamos hablado en febrero y sobre todo el domingo de Resurrección a la sombra de aquel árbol. Le avisaba con cinco días de antelación y lo más que tenía que pensar en sería lo felices que seríamos los dos durante ese fin de semana. Le había buscado alojamiento y en principio no pensé que hubiera motivos para que pusiera objeciones.
Aquella conversación comenzó bien. Me confesó que se encontraba solo en casa, aburrido y que mi llamada le alegraba el día. Sin embargo, cuando le comenté mis planes y la razón de mi llamada, le expliqué que tendríamos la oportunidad de vernos dos fines de semana consecutivos, que le ofrecía la posibilidad de que conociera mi ambiente, se disculpó y me dijo que ya tenía otros planes para esas fechas y le era imposible ausentarse de la ciudad, aunque le hubiera gustado. Tenía otros compromisos, aunque hasta entonces mi idea de su vida no era que fuese un chico tan ocupado y, por lo que tenía entendido, para aquel fin de semana el Movimiento como tal no tenía ninguna actividad programada, más que la reunión semanal, sin que como tal la asistencia fuera obligatoria, cuando en su caso se justificaría con que iría a la reunión de mi parroquia.
Su desplante, su negativa, me frustró, supongo que por el hecho de que, después de todo lo que había gestionado para aquella cita, al final se quedaba como tiempo perdido. Aquello me sentó bastante mal, porque sus excusas no me convencieron demasiado. Me dio la impresión de que no eran más que eso, que lo sucedido durante la Pascua para él no significaba nada y no se creía que lo nuestro de verdad fuese tan en serio. Su idea era que nos volviéramos a encontrar en el retiro y hasta entonces estaba marginada de su vida y de sus planes. Tampoco es que yo hubiera aceptado sin más cualquier cosa que me hubiera propuesto, pero confiaba en que se hubiera buscado otros argumentos para rehusar. Sin embargo, me dio la sensación de que me daba las mismas excusas que le daba a todos cada vez que se le proponía algo que alterase sus planes.
Quizá tuve una reacción un poco exagerada, pero le mandé a hacer gárgaras. Le recriminé que no me tomara en serio, que se tomara aquello como un juego, aunque yo le hubiera abierto mi corazón. No hizo falta que le dijera nada, bastó con que colgase el teléfono porque había perdido todo el interés por hablar con él. Me encontraba con esa situación que durante todo el año anterior había intentado evitar, ese motivo por el que no encontraba ninguna razón para acudir al retiro; no me sentía con ánimo para verme las caras con Manuel, de manera que, sí quería algo conmigo, tendría que ser él quien me buscase, porque yo no movería un dedo por conservar nuestra relación ni mantener aquella comunicación que se demostraba infructuosa. De nada servía que me ilusionara con un noviazgo que en la práctica no tenía ninguna consistencia.
Mi relación con Carlos había durado tres años y llegado a plantearse con continuidad en el tiempo, con futuro, mientras que con Manuel terminaba a las tres semanas y sin que hubiera mucha gente que apostase por nosotros, debido a que no había tenido un buen comienzo y tampoco teníamos tanto en común. Para mucha gente era más lo que nos separaba que lo que nos unía y, por lo tanto, con aquella primera ruptura le dábamos la razón a todo el mundo, que era mejor pasar página y no insistir sobre ello o, de lo contrario, antes o después nos haríamos daño. El motivo de la ruptura hasta cierto punto era el mismo, la falta de entendimiento, aunque con Manuel no se debía a que éste llevase una vida más intensa que la mía o yo no estuviera en situación de seguirle el ritmo, sino que era yo quien le presionaba y él se sentía superado por mis exigencias. Al menos me quedaba el consuelo de que mi hermana Marta no andaba por medio y que tampoco había motivo para pensar que a Manuel le fuera a sustituir alguno de sus hermanos, a los que aún no conocía, a pesar de que tenía constancia de su existencia y hubiera gente del Movimiento que les conociera.